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Isabel Coixet: Te escribo una carta en mi cabeza

Cómo escribir cartas personales Protocolo para la...

Te escribo una carta en mi cabeza y luego, cuando te veo, evito cuidadosamente las palabras de esa carta que no escribo. Te escribo una carta en mi cabeza hecha de pensamientos difusos, palabras tiernas e ideas que en la cabeza parecen claras, pero que igual vienen de algún lugar oscuro que quizás nunca conseguiré identificar. Es una carta que llevo escribiendo desde que naciste, ¿sabes? Yo querría (a veces, no siempre) poner mi cabeza junto a la tuya y que todo eso que quiero decirte pasara mágicamente como cuando juntas dos teléfonos y se pasan las fotos de uno a otro por eso que llaman ‘AirDrop’. Cómo me gustaría eso. Así podrías saber que te veo, que te entiendo, que te llevo siempre conmigo, que es verdad que me cuesta aceptarte (aceptar ciertas cosas que no me gustan ni me gustarán, cosas que igual ni siquiera tienen que ver contigo, sino conmigo, como a ti te cuesta aceptar ciertas cosas mías).

 

No he sabido ser madre, lo admito. Me da risa la gente que dice que basta con amar a los hijos. De verdad que me dan risa

 

Ahora hay miles de películas y libros y obras de teatro que hablan de madres e hijas, las miro, las leo y las investigo, buscando pistas que me acerquen a ti, a nuestro vínculo, tú lo sabes porque hemos bromeado juntas sobre Grey gardens o hasta esa de Joan Crawford que es la pesadilla de cualquier madre y cualquier hija. No he encontrado en esos textos y en esas imágenes nada o muy poco que se acerque a nosotras. No es que seamos más especiales que cualquier otra madre e hija, no; es que en la pantalla o en los libros las cosas están fijadas, intuyes los antes y los después, pero es difícil mostrar cómo los lazos que unen a las personas evolucionan, cambian, mutan. Que desde que te pusieron en mis brazos cuando naciste y me miraste sin llorar con los ojos tan abiertos han pasado tantas cosas que no sé cómo relacionarlas con lo que veo o lo que leo.

He intentado escribir sobre ello y no he podido porque se me saltan las lágrimas, es un rollo. Me cuesta escribir llorando, noto el trayecto lento y pesado de las lágrimas que caen en el teclado y todo me parece cursi, inútil y vacío. Sé que proyecto todo el rato, ya me conoces. Que a veces ese proyectar hace que me cueste ver lo que hay, lo que hay ahora. No sé medir las cosas, el impacto de las cosas. De repente, cosas que te he dicho sin pensar me vuelven y me abofetearía por habértelas dicho. No he sabido ser madre, lo admito. Ser madre no es ser coach, ni ser amiga ni ser abuela (fantaseo con que sería una abuela estupenda) ni ser colega ni ser contable, ni ser policía, ni detective, ni casera ni cocinera ni fontanera ni confesora. O a lo mejor es ser todo esto, sin que se note. No sé lo que es. Me estoy resignando a no saberlo. Me da risa la gente que dice que basta con amar a los hijos. Que con quererlos ya has hecho lo más importante. De verdad que me dan risa. Amar es sólo un cimiento, uno de los cimientos, quizás el más fácil. Todo lo demás: entender, aceptar, cuidar, proteger sin sobreproteger, ayudar, escuchar, estar alerta, ver, ver de verdad sin vendas en los ojos, empujar, dar, esperar, es condenadamente difícil.

Te escribo una carta en mi cabeza. Quizás un día me siento y la escribo. O a lo mejor ya no hará falta porque la has recibido.

 

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