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Isabel Coixet: Tímida defensa de la química

 

Autocuidado’ parece ser el término de moda. Para estar bien, hay que hacer yoga, pilates, detox, cartas astrales védicas, ayuno, limpieza de colon, masajes y automasajes y, sobre todo, ir a terapia. ¿Que tienes un ataque de furia porque el paquete que llevas un mes esperando ha sido entregado en otra dirección? Ve a terapia. ¿Que estás ecoangustiado cada vez que tiras las cosas al contenedor de los plásticos porque no sabes si terminarán en la planta del reciclaje o en un slum en Filipinas? Terapia. ¿Que sospechas que tu pareja vive como si tuvierais una relación abierta, pero no se ha dignado a comunicártelo? Terapia y media. ¿Que te angustian las reuniones de vecinos, las fiestas, las llamadas intempestivas, los petardos de las verbenas, los restaurantes demasiado ruidosos, los actos sociales, abrir el periódico cada día, la vida en general? ¿A qué esperas para hacer terapia?

La terapia parece ser la panacea para cualquier aflicción: los problemas de autoestima, las relaciones con la familia, la angustia difusa… todo lo que no entra directamente en el campo de la psiquiatría. Pero los límites entre ambas disciplinas son cada vez más confusos y parecería que pueden resumirse en uno: si tienes pensamientos suicidas, vas a un psiquiatra; si sólo estás triste, desanimado, desalentado y desorientado, vas al terapeuta. El psiquiatra te escucha y te da química; el terapeuta te escucha y… te sigue escuchando. A mí la química me ha funcionado, la definiría como un parche práctico. ¿Me gusta tomarme el antidepresivo? NO. ¿He intentado otras maneras de sobrellevar la existencia sin meter la cabeza en el horno? Todas. Sin éxito.

A mí la química me ha funcionado. ¿Me gusta tomarme el antidepresivo? NO. ¿He intentado otros modos de sobrellevar la existencia sin meter la cabeza en el horno? Todas. Sin éxito

Supongo que hay muchas clases de terapeutas y me imagino que habrá gente muy capaz por ahí ayudando a gente que realmente lo necesita. Quizá simplemente yo he tenido mala suerte, pero lo cierto es que la pandilla de indocumentados que me he encontrado por ahí es sencillamente descorazonadora: palabras huecas, cero empatía, conceptos anacrónicos, prejuicios, tópicos a mansalva y, como diría mi señora madre, un morro que se lo pisan. Nadie dirá que no lo he intentado, pero, en el mejor de los casos, cada vez que he salido de ver a un terapeuta, me he sentido mucho peor de lo que he entrado, con 70 euros menos en el bolsillo y la sensación de haber malgastado una hora de mi vida delante de alguien muy pretencioso disfrazado de ser de luz. Y algo peor: un sentimiento de impotencia ante mi propio estado mental, ¿soy un caso perdido? Al menos, cuando voy a la farmacia, con 70 euros tengo para tres meses de un relativo equilibrio.

Repito: seguro que hay gente muy capacitada por ahí, pero me atrevo a afirmar que el porcentaje es escaso. La desesperación, y es perfectamente comprensible, nos lleva a buscar remedios para el malestar en cualquier rincón. Numerología, astrología, tarot, lectura del aura, psicomagia, terapia clásica, terapia corta… puedo afirmar que lo he probado todo y, a veces, todas esas cosas juntas, lo cual hasta ha sido divertido. Pero no siento que nada de eso me haya reportado en alguna ocasión nada más que un (muy) momentáneo consuelo. Igual eso, ese breve entreacto tranquilo, es todo a lo que se puede aspirar.

 

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