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Isabel Coixet: Ya en septiembre lo vemos

Ya desde finales de junio, uno empieza a escuchar la frasecita «si eso…ya en septiembre lo vemos». «Ahora nadie tomará una decisión… así que ya en septiembre lo vemos». «¿Lo dejamos para septiembre?». Como si el bloque junio/julio/agosto no fuera más que un largo entreacto entre dos mitades de la verdadera vida. Como si, a diferencia de los animales, nosotros hibernáramos en verano. Es innegable que el calor (y más ESTE calor) nos hace más propicios a vaguear y a no hacer absolutamente nada, pero las decisiones de trabajo (o de Estado) no se toman en secarrales a 40 grados sin sombra, se toman en despachos con aire acondicionado, que es esa gran invención diabólica que nos libra del calor mientras eleva la temperatura ahí afuera. Grecia, Italia y España han sido históricamente los países donde todas las cosas se han postergado hasta la reentrée de septiembre, pero ahora esa perniciosa manía se ha extendido hasta Francia, el Reino Unido, los países nórdicos, Japón y Estados Unidos (donde los fines de semana de Labor Day, Acción de Gracias, etc., se alargan hasta niveles que hacen sonrojar a nuestros tradicionales puentes).

 

Grecia, Italia y España han sido los países donde todo se ha postergado hasta la ‘reentrée’, pero ahora esa manía se ha extendido a Francia, Japón, EE.UU., los países nórdicos…

 

Mientras la temperatura del planeta sube, disminuyen nuestras ganas de trabajar, eso es innegable. Este año, en  mayo, en toda Europa, se alcanzaron las temperaturas más altas registradas en el mismo periodo en todo el siglo. Esto, visto lo visto, por desgracia, no va a cambiar (y aquí reconozco que me echaría a llorar). ¿Qué va a ocurrir en los años que vendrán? ¿Vamos a simular que trabajamos postergando indefinidamente aspiraciones, proyectos, planes, por lapsos más largos de tiempo hasta que el entreacto vacacional sea el periodo más largo por imperativos climáticos?

Tennessee Williams y William Faulkner contaron el verano como nadie. La atmósfera pesada de Nueva Orleans, el inmisericorde sol del sur  asfixian y llevan a sus personajes a una especie de inmovilidad perpetua donde son como marionetas de un clima implacable que toma las decisiones por ellos. Moscas, ventiladores cuyas aspas no hacen más que mover perezosamente nubes pesadas de aire infecto, pantanos, campos de mazorcas quemados son un paisaje que a veces logro visualizar cuando quiero evocar el infierno. La temperatura más alta que llegué a soportar una vez fueron 44 grados en Palm Beach, lugar al que no volvería ni harta de vino. Y la más baja fueron 22 grados bajo cero en Canadá. Es curioso cómo a veces esos dos momentos se confunden en mis recuerdos: en ambos momentos sólo quería estar fuera de allí, tumbarme y dormir.

¿Qué sucede en los países en guerra? ¿Qué pensarán los soldados ucranianos en verano mientras disfrutan de un permiso en un hotel al lado del lago de Novomoskovsk y ven a los niños jugando en el agua  con pelotas de plástico hinchables con el logo de Coca-Cola? ¿Creerán que viven un espejismo o quizás crean que el espejismo es esa trinchera de barro en la que han permanecido durante días, sin agua y sin comida, esperando una señal que los avise de que pueden salir para irse de vacaciones? Esas vacaciones que el mal nunca toma.

 

 

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