Jean Delumeau disecciona «El miedo en Occidente»
Miedo al infierno o a la guerra nuclear. «El miedo en Occidente (siglos XIV-XVIII)», de Jean Delumeau, recorre las transformaciones históricas de esta emoción básica
El miedo –una de nuestras emociones fundamentales– es también una actitud colectiva y transhistórica. Las sociedades humanas han compartido este sentimiento-choque y han modulado sus orígenes, su expresión y su alcance a lo largo del tiempo. El miedo a la muerte o a la enfermedad ha cambiado mucho a lo largo de la Historia, y también el relacionado con la guerra, la herejía o el crimen.
El profesor Delumeau, especialista en Historia del cristianismo, nos propone una Historia total del miedo en Europa Occidental entre 1348 y 1800. Derrama su erudición por los entresijos de un mundo paralizado por la angustia frente a la muerte y el infierno, y trata de comprender el rol del miedo, planteando dos cuestiones simples pero esenciales: quién tiene miedo y de qué.
La ciudad de Augsburgo, asediada y blindada contra las amenazas nocturnas, sirve de metáfora para describir una sociedad en diálogo permanente con una pluralidad de temores. Un «país del miedo» poblado de fantasmas mórbidos, donde el rechazo al hereje se mezcla con el miedo al pobre que comparten los estamentos dirigentes, y donde las masas campesinas mezclan miedos irracionales (el infierno) con temores muy materiales (a los perceptores de impuestos y a los predicadores heréticos).
A partir del miedo originario a la muerte, la primera parte del libro examina los temores generales de la mayor parte de la población: al mar, a los peligros naturales, a los territorios desconocidos, a la noche, a los aparecidos o a las alimañas. También se evalúan las reacciones colectivas de miedo al desorden durante la peste, las sediciones y las revueltas.
Sensación de amenaza
Sagazmente, Delumeau conecta estos miedos con el cambio de valores de la sociedad estamental: con la aparición del espíritu burgués, los valores nobiliarios del coraje y el honor exaltados por medio de la literatura caballeresca de los siglos XIV a XVI dejaron paso a otros rasgos de comportamiento más prosaicos, como el egoísmo, la hipocresía o la «prudente» cobardía que adorna a los arquetipos literarios de Falstaff o los pícaros. El pueblo llano, por definición temeroso, medroso y vil, adquirió tras la Revolución Francesa la fuerza y la voluntad que le faltaban, conquistando el derecho a ejercer su valor sin trabas, y de este modo el miedo acabó por diferenciarse de la cobardía y la temeridad.
La segunda parte analiza la presencia de un discurso del miedo en la cultura dirigente, principalmente entre el clero como representante del sentimiento obsesivo de un Occidente que se siente amenazado y cree en el final de los tiempos. Hasta el siglo XIV, las pestes, las carestías, las revueltas, el avance turco en la Europa Suroriental y el Mediterráneo y el Gran Cisma generaron en la Cristiandad una sensación de amenaza que alcanzó su momento culminante con el protestantismo.
Frente a los miedos escatológicos vinculados a los movimientos milenaristas, la Iglesia trató de debelar los miedos concretos mediante una persecución contra los «agentes de Satán»: musulmanes, judíos, idólatras (indígenas americanos), herejes (o conversos) o mujeres.
Todo un capítulo, quizás el más jugoso, es consagrado al discurso sobre la mujer, percibida como una aliada natural del demonio. La represión de la brujería desde fines del siglo XVI hasta la primera mitad del XVII (que coincidió con el avance turco y la erradicación del paganismo en América) queda ligada a esta misoginia.
El «Gran Encierro»
El otro gran enemigo para la imposición del orden moral coactivo clerical era el pobre, que desde el siglo XVI deja de ser imago Christi para convertirse en la clase peligrosa por excelencia, el ser que da miedo y carga con todos los pecados capitales. La respuesta fue la adopción de una extensa estrategia de encuadramiento represor que los historiadores han llamado «Gran Encierro» en talleres, asilos y hospitales.
El autor avanza la conclusión de que, a partir de 1650, los miedos ancestrales habían retrocedido en Europa, gracias al acierto de la obra de aculturación de las élites sobre las costumbres, creencias y supersticiones del pueblo llano.
El ocaso que se produjo durante la segunda mitad del siglo XVII de la imagen de la Cristiandad asediada favoreció la aparición de otros miedos más profanos, como la guerra y la revolución, que dieron pábulo a otras figuras concretas del miedo colectivo de carácter social y político: los errantes, los bandidos, los contrarrevolucionarios, los movimientos concertados de tipo popular (el obrerismo) y sus correlatos violentos bajo la forma de complots, motines, revueltas, insurrecciones, etc. Historia que Delumeau renuncia a contar.
La pregunta es: ¿por qué reeditar ahora una obra clásica, publicada en castellano en 1989 y 2002? Quizás porque las inseguridades del presente (catástrofes medioambientales, violencia urbana, crisis económica, precarización del empleo, riesgos epidemiológicos, guerra nuclear…), que hacen incrementar nuestra sensación de miedo, nos inducen a escarbar en la intimidad y las pesadillas de nuestro pasado.