Jorge Vilches: Los amigos españoles de Trump
«El partido de Santiago Abascal se ha ligado a un personaje que ha declarado la guerra comercial a los electores de Vox y le va a pasar factura»

Santiago Abascal y Donald Trump. | Vox (Europa Press
Jugar en la política nacional como la marca blanca de un gobernante extranjero es arriesgado. Si el PSOE y el PP siguen a Bruselas con un coste electoral en determinadas materias, Vox se ha abrazado a Trump y le va a pasar factura. Pero hay una diferencia. Los primeros responden a instituciones que, gusten más o menos, están regladas. El partido de Abascal, sin embargo, se ha ligado a un personaje que ha declarado la guerra comercial a los electores de Vox.
El asunto es complejo porque ahora este partido tiene que explicar que el daño que hace la Unión Europea a la producción y al comercio es mayor que el prometido por Trump. Tendrá que contar a sus bolsas de votantes que si pierden su empresa, su trabajo o bajan sus ventas no es por la política arancelaria del norteamericano, sino por la Agenda 2030 y el Pacto Verde de la UE. Desde un punto de vista electoral, incluso de psicología social, el resultado se presenta complicado, a no ser que encuentren una fórmula mágica que ahora se me escapa.
Los aranceles de Trump se van a cebar con el vino y el aceite de oliva. Eso afecta a las zonas productoras de Andalucía, Valencia, Castilla-León, Extremadura y Castilla-La Mancha, donde el porcentaje de voto a Vox está en una media del 15%. Si las medidas económicas del norteamericano perjudican a esos sectores ganados por Vox, ligado en la mentalidad popular a Trump, es posible que tengan una pérdida de apoyo. Más claro: si culpan al gobierno de EEUU, esos votantes señalarán a Vox como cómplice.
Por eso ha salido Jorge Buxadé, en su estilo perdonavidas, con una argumentación vieja: primero dice que la prensa y el establishment mienten a la gente, luego habla de que el PP y el PSOE son lo mismo, para terminar diciendo que no están de acuerdo con los aranceles de Trump. Es poca cosa. Más les vale ser más ingeniosos, porque los periodistas complacientes y las redes alimentadas no son como los agricultores y los ganaderos, que no quieren más palabrería sino resultados inmediatos.
La tarea para mantener ese voto va a ser complicada. Abanderar la guerra cultural contra lo woke en Disney, el deporte y la tele pública no compensa la ruina económica del negocio o el desempleo provocado por los aranceles de Trump. En el mejor de los casos, si la guerra comercial se confirma, Vox puede mantener a cuatro de cada cinco votantes del mundo rural aunque estén cabreados y perjudicados. Esta pequeña variación, dada nuestra ley electoral, puede ser letal para Vox. Podría perder el escaño en Almería, Badajoz, Ciudad Real, Córdoba, Granada, Huelva, Jaén o Toledo. Es decir; si la guerra comercial de Trump a Europa tiene lugar, Vox ya puede ir inventado alguna cosa para pasar el trago.
«Es posible que ahora le sobren a Abascal las fotos en las fiestas de Trump y las frases de regocijo por la victoria del republicano»
No es una buena noticia. Ese voto que pierda Vox no es probable que vaya al PP, sino que se quede en la abstención. El clásico votante cabreado con el sistema, incluso con los supuestos antisistema, se queda en su casa el día electoral haciendo un elegante corte de mangas. Digo que no es muy probable que ese voto se dirija a los populares a día de hoy. Eso lo saben en Génova, y ya han dado un paso no sorprendente: declarar su lealtad a Bruselas y al Gobierno español en la concesión de ayudas a los sectores perjudicados, y en responder comercialmente a Trump. Puede ser un buen gancho electoral si consiguen que la gente enfadada les apoye como mal menor o necesario para pasar la mala situación económica, pero cualquiera sabe.
Es posible que ahora le sobren a Abascal las fotos en las fiestas de Trump, las frases de regocijo por la victoria del republicano, y demás pleitesías mostradas aquí y en Estados Unidos. Vox se colgó la medalla de la victoria frente a Biden porque parecía refrendar su cruzada contra el progresismo, la Agenda 2030, lo woke, la ideología de género, el dogma ecologista y demás. Quizá se echaron en brazos de Trump demasiado pronto, ansiosos por tener a un vencedor como referente, sobre todo después de que Meloni diera un paso atrás.
El error no es nuevo. Vox viene defendiendo desde hace años el nacionalismo cultural y económico, lo que llaman «soberanía». Sus dirigentes definieron a las compañías de comida rápida de EEUU como síntoma de la decadencia de Occidente. Era «la barbarie». Añadieron que no querían ver en nuestros supermercados logos de compañías de alimentación extranjeras. Ni que hubiera aquí industrias de otros países. Para Vox la economía y el modo de vida norteamericanos, entre otros, nos invadían destruyendo nuestra cultura y producción. La solución que daban era el proteccionismo. Eso es justo lo que está haciendo ahora Trump respecto a la Unión Europea y China.
Vuelvo al principio. ¿Cómo explicar al mundo rural que está bien que nosotros seamos proteccionistas, pero mal que lo haga el otro? Hará falta mucha retórica. Máxime si otros dirigentes de Vox han dicho que la UE no debe responder a Trump con aranceles, sino agachar la cabeza y negociar. Va a ser muy interesante.