José Ignacio Moreno León: Colapso del rentismo y déficit de liderazgo
Y es que no hay dudas que Venezuela confronta en la actualidad lo que podríamos considerar como la crisis más compleja de su historia republicana, ya que confluyen en el presente y con profundas repercusiones futuras una grave realidad económica, expresada en una galopante inflación y el marcado deterioro de nuestro signo monetario; las consecuencias sociales de esa problemática económica que se expresan en el grave deterioro de la salud del venezolano, la hambruna y el marcado clima de inseguridad personal. A todo esto se agrega la crisis de las instituciones y del liderazgo político, el creciente militarismo que amenaza nuestra endeble democracia, la crisis ética que alimenta el sombrío clima de corrupción que salpica a la colectividad nacional.
Con una deuda pública externa cercana a 150 millardos de dólares y una notable caída de las exportaciones petroleras, de las cuales sólo menos del 45% ingresan como recursos efectivos, y con casi ninguna posibilidad de liquidación de activos externos, ni de recurrir a las muy limitadas reservas internacionales, Venezuela se encuentra prácticamente imposibilitada de honrar el servicio de esa deuda, es decir el país está en la antesala del default. En lo social cifras de Caritas señalan que más del 80% de la población se encuentra en el umbral de pobreza y con elevada vulnerabilidad frente a las enfermedades por los altos precios y escasez de los medicamentos, mientras campea la inseguridad y la violencia reflejada en más de 25 mil víctimas de homicidios en 2016 y una diáspora de venezolanos cercana a la cifra de 3 millones en búsqueda de mejores destinos en otros países.
A este desolador panorama se agrega -lo que es más preocupante- el agotamiento del modelo rentista petrolero por el colapso de PDVSA, con una pesada deuda y notable caída de producción de petróleo y gas y, por consiguiente, la contracción significativa de las exportaciones de petróleo y productos, ineficiencia en la gestión y en el mantenimiento de las refinerías y en actividades de producción que determinan la baja operatividad de esa industria como un todo y la necesidad de importar combustible para satisfacer la demanda interna, altamente subsidiada. Pero el rentismo petrolero está agotado además porque así lo determinan las tendencias energéticas globales que, bajo la presión por el control del cambio climático, se orientan hacia el incremento de fuentes de energía renovables y no contaminantes y el incremento de nuevas tecnologías de reducción del consumo, como los vehículos eléctricos para el transporte individual y masivo. Por ello las predicciones de agencias especializadas coinciden en señalar que la demanda petrolera se reducirá en las próximas dos o tres décadas del 30% del consumo actual a solo el 18% de la demanda total de fuentes de energía, con lo cual se estima que el 60% de las reservas de combustibles fósiles, ya no serán explotables. Se cumplirá así la predicción de Yamani cuando –hace tres décadas- señalaba que así como la edad de piedra pasó a la historia sin que se acabaran las piedras, la era del petróleo se acabaría sin que se agotara el petróleo.
Frente a estas críticas realidades luce inexplicable que el tema no aparezca ni en la agenda de quienes se abrogan la representación opositora, ni en quienes se aferran al poder con acentuado sesgo estatista, militarista y populista y con una retrógrada visión de los escenarios que estamos confrontando. Pero igualmente sorprende que estas preocupantes circunstancias tampoco tengan el eco edecuado en instituciones fundamentales de nuestra sociedad como las universidades autónomas que como casas que vencen las sombras debieran ser agentes protagónicos para despertar en nuestra sociedad la conciencia frente al cambio necesario que requiere el país.
Por ello se impone la promoción de un nuevo y necesario liderazgo nacional que, con visión postmoderna y sustentado en sólidos principios éticos, humanistas y en la cultura de paz, sea capaz de impulsar los acuerdos fundamentales para superar la crisis e impulsar los cambios requeridos. Líderes que entiendan que por encima de los intereses políticos mezquinos está el interés de todos los ciudadanos y el de los grandes objetivos nacionales. Líderes que practiquen la política con honestidad, es decir, para servir al pais y no para servirse de ella en su propio beneficio. LIderes que -parafraseando a Churchill- empiecen a pensar en las próximas generaciones y no solo en las próximas elecciones.
La crisis nacional y el colapso del rentismo espera por ese liderazgo individual y colectivo que aún no asoma, pero cuya presencia es fundamental para rescatar al país y enrrumbarlo hacia un destino de progreso compartido como producto del esfuerzo productivo de su más importante recurso: LOS VENEZOLANOS.