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Juan José Monsant Aristimuño: Ser todos como Alí

muhammad_ali_quoteEs insoslayable hablar de Muhammad Alí (Cassius Clay), uno de los grandes y últimos iconos de esos años que transformaron el mundo, la década de los sesenta. Escribir que a los 18 años ganó la medalla de oro de los Juegos Olímpicos de Roma, que de las 61 peleas profesionales que enfrentó ganó 56 y perdió cinco, que fue tres veces campeón mundial de los pesos pesados, ya es una estadística para estudiar y admirar. De la carrera boxística de Muhammad Alí todo está escrito en cuanto a números se refiere, y allí quedan para la historia del boxeo mundial, seamos fanáticos o no de esta expresión de combate entre los seres humanos.

Hay otra faceta de su temple, su talante espiritual, su compromiso con su raza y los marginados, su lucha por los derechos civiles, allí donde fuere requerido. Originario del estado sureño de la Unión americana marcadamente segregacionista, Kentucky, cuando aún se separaban los negros de los blancos en los transportes públicos, hoteles, baños, restaurantes, escuelas, universidades; en tanto que  expresiones criminales como el KKK se dedicaban a volar templos por los aires, y a perseguir negros, judíos, católicos e inmigrantes, cuando no los colgaban. Para ese entonces Rosa Parks había sido arrestada en Alabama al negarse dejar libre su asiento a un pasajero blanco, y hoy su estatua se eleva en el Capitoll Hill.

El propio Clay narra su primera experiencia de campeón olímpico al regresar a su pueblo, Louisville, y fue a comer a un restaurante donde no fue atendido por su color; discutió y discutió, hasta que se retiró. Dicen que de allí salió y tiró la medalla de oro al río Ohio que circunda la ciudad. En otra oportunidad, ya campeón profesional, un periodista le inquirió sobre el por qué rehuía alistarse a la guerra de Viet Nam, a quien le contestó: “no tengo problemas con el Viet Cong, porque ningún Viet Cong me ha llamado nigger”.

Lo cierto es que fue un hombre de su época, comprometido,  consecuente, que dio testimonio de concordancia entre lo que decía y hacía. En realidad fue un librepensador a la manera de los liberales del siglo XVIII Y XIX y posteriores, como lo fue Voltaire, Darwin, Jorge Luis Borges, Facundo Cabral. Estuvo cerca de Malcom X, pero luego se alejó, así como lo hizo de Elijah Muhamad el imán de la Nación Islámica de donde fue expulsado, aunque nunca abjuró de su fe (hoy, el Califato Islámico lo habría asesinado). Apoyó a Carter, luego a Reagan y a Clinton. Fue un hombre libre de ataduras doctrinarias o ideológicas, se dejaba guiar por la realidad e instinto. El conjunto de esa personalidad fue lo que lo hizo grande e imperecedero.

Y de esas características adolece, quizá, nuestro mundo político en general, al observar lo que sucede en Europa y en nuestra propia región, donde la prédica del hombre público no se compagina con su actuación, no ofrece testimonio de vida, y sin testimonio de vida no hay poder moral, y el liderazgo se convierte en instrumento utilitario que se acepta o desecha según la conveniencia y el momento.

Por ejemplo, en Venezuela se han dado recientemente dos situaciones: 1) un pueblo chavista que sale a la calle a manifestar a favor de la bolsa de comida que el gobierno ha comenzado a distribuir, a través de una organización para-cubana llamada CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Distribución), en vez de reclamar su derecho a comprar alimento dónde y cuándo quieran, y no depender de su adscripción a un comité del partido de gobierno que le niega su individualidad; es la alienación programada del hombre y; 2) la señera respuesta que Leopoldo López le dio en la cárcel militar donde se encuentra, al enviado por la dictadura para negociar su libertad, José Luis Rodríguez Zapatero: “primero que mi libertad, está el revocatorio y la libertad de todos los presos políticos”. Con esa respuesta nació un hombre de Estado que dejó atrás la alcaldía de Chacao, para entrar en el mundo de los que dan testimonio, sin estar negociando a espaldas de un pueblo crédulo, treguas, pactos ni diálogos encubiertos.

Juan José Monsant Aristimuño / Exembajador venezolano en El Salvador

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