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Juaristi: Atlantismos

Solo la OTAN parece dificultar el ascenso de los comunistas al control directo del Estado

Albares ha ofrecido a Blinken la amistad incondicional de Sánchez y su disposición a convertirse en el aliado preferente de los Estados Unidos en el caso de que se llegue a un conflicto gordo con Rusia. Un gesto que desvela lo que siempre ha sido el motor de la insaciable megalomanía del Gran Timonel de la Nave de las Zumbadas, vulgo Gobierno socialcomunista de España: su envidia cochina hacia Aznar, agravada por la herida narcisista que supone no haber recibido de Joe Biden otra muestra de afecto que un par de Hi, Pérez!

O sea, que, de momento, y pese a Podemos y a Izquierda Unida, no salimos de la OTAN (podría decirse, invirtiendo el primer eslogan felipista, «OTAN, de salida, NO»). Pero conviene recordar lo que pasó en el año del Señor de 1986, el del referéndum socialista sobre la permanencia de España en la Alianza, donde nos había metido a trompicones, ante la inminente llegada de la izquierda al poder, el Gobierno de UCD presidido por Leopoldo Calvo Sotelo (a quien el sanchismo quiere ahora quitar la calle que le han puesto en Camporredondo, alegando su presunta participación en el alzamiento militar contra la II República, cuando el insigne ingeniero, pianista y político contaba 10 años y los socialistas acababan de asesinar a su tío favorito).

En 1986, el amplio frente por el abandono de la OTAN, en el que se agrupaban etarras, estalinistas, escamots y progres de toda laya, se estrelló contra la evidencia de que la mayoría de la ciudadanía prefería seguir pagando la iguala de la protección atlantista, que no sólo nos aseguraba contra eventuales ataques desde el sur o desde el este, sino contra golpes de estado en el interior, amén de habernos facilitado la vaselina para el hasta entonces complicado ingreso en la Unión Europea. A fines del verano de 1985, a punto de salir hacia una universidad extranjera donde debía enseñar durante todo el curso que entonces empezaba, me encontré con uno de mis editores, firmante de un manifiesto por la permanencia. «Me siento como un afrancesado en la guerra contra Napoleón», me dijo. «Ánimo, no será para tanto», contesté sin mucha convicción. A mi regreso, cuatro meses después del referéndum y seis después del ingreso definitivo en la UE, el Gobierno de Felipe González estaba en la cumbre de su buena fortuna, cornudo pero feliz, como Lázaro de Tormes.

La enemiga de Podemos e Izquierda Unida a la Alianza Atlántica no se explica solo por la posición ancilar de los comunistas españoles respecto a Rusia, jefe de la banda de los amigos bolivarianos e iraníes de aquellos. Dada, por una parte, la debilidad de un partido socialista sometido por completo a los chantajes de sus socios en el Gobierno de Sánchez y desde fuera del mismo, y, por otra, la estúpida división de la derecha, solamente la OTAN parece obstaculizar el ascenso de los podemitas y compañía hacia el control directo del poder del Estado.

 

 

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