Karina Sainz Borgo: Heredar valor y no ser valiente
El jefe del Estado pierde pasos en Cataluña o quizá renuncia a mantenerlos. Algo en él encierra el drama de aquel poema de Borges
¿El Rey dejará de asistir a todos aquellos lugares que al Gobierno no le parezcan oportunos? ¿Ha decidido el Ejecutivo confinar a Felipe VI en La Zarzuela? ¿Precintarlo y acordonarlo en una fase cero? La noticia de que el jefe del Estado no asistirá a Barcelona para la entrega de despachos a la nueva promoción de jueces españoles confirma lo que ocurre desde que Pedro Sánchez llegó a La Moncloa. La gota insistente que cae, una y otra vez, horadando las instituciones.
Pedro Sánchez debió pensarlo mucho al volante de su Peugeot cuando recorría España con la intención, no de refundarla, sino de presidirla. Le gusta a Sánchez esta palabra, la deletrea, la estira y la pica en pedacitos para volver a armarla: pres-si-den-te. Sin embargo, en ocasiones se le queda pequeña, por eso no quiere compartirla con nadie, ni siquiera con el Rey Felipe VI. Así que no le viene mal humillar al jefe del Estado, acorralarlo para que pierda pasos. Empujado por los costaleros del nacionalismo, el separatismo y lo que queda de Podemos hará todo lo posible por cercar y sitiar al Monarca.
Pero entre la espada y la pared, Felipe VI siempre puede elegir la espada. «Me legaron valor, no fui valiente» se lamentaba Borges en aquel poema, El remordimiento. Que el poder Ejecutivo está interesado en usar la Constitución a su antojo está más que claro, ¿pero no debe acaso el rey defender aquello que encarna la corona? Un repaso a los últimos tres años demuestra la airada ofensiva contra Zarzuela, que se desvencija y se debilita tras el affaire de don Juan Carlos, e intenta aguantar las embestidas de quienes quieren asaltarla. ¿Cómo puede hacerlo si ni siquiera la oposición lo hace con contundencia?
El Ejecutivo encarnado en Pedro Sánchez y sus socios de Gobierno ha pasado de los codazos a los empujones. Todo empezó con los deslices protocolarios en aquel besamanos del 12 de octubre de 2018
El jefe del Estado pierde pasos en Cataluña o quizá renuncia a mantenerlos. No viajará a la capital catalana para conceder el diploma a magistrados que actúan en nombre del Estado que él representa. Su heredera tuvo que entregar los premios Princesa de Gerona, en Barcelona. El Ejecutivo encarnado en Pedro Sánchez y sus socios de Gobierno ha pasado de los codazos a los empujones. Todo empezó con los deslices protocolarios, cuando Sánchez intentó instalarse en el besamanos del 12 de octubre de 2018.
De los tropezones formales pasó a los políticos, cuando Sánchez mandó al Rey a Cuba y su amago de llevarlo a Argentina para arreglar él solito las rondas de pactos y consultas. No es que Sánchez sea antimonárquico. Es que lo quiere todo, porque se considera merecedor de cuanto concierne a poder. Acaso el socialista se siente ya Bonaparte en Notre-Dame, corona en mano, y pintado por Jacques-Louis David. Ha sido una decisión bien tomada ha dicho la vicepresidenta de gobierno. ¿Para quién? Hay que normalizar la ausencia del rey, soltó el ministro Juan Carlos Campo, mientras levantaba la venda de un ojo a la Justicia, que de ciega pasó a pirata.
“El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes”, establece la Carta Magna en su artículo 56.
Un Rey que se deja empujar, abandona a aquellos en nombre de quienes actúa. No puede hacer más. Pero en el fondo ejecuta una rendición. Abre la puerta antes de que la derriben. A este paso muchos terminarán por creer que la Corona es accesoria, innecesaria y prescindible. Que no cometa el monarca el peor de los pecados: no haber defendido la institución que representa o incluso renunciar a hacerlo. Heredar valor y no ser valiente. Felipe VI ha renunciado a la herencia de su padre, a lo que no puede renunciar es el legado de la institución y su deber de defenderla. Este viernes, en Barcelona, el portazo no ha sido a un Borbón, sino a todos los españoles que él representa.