Karina Sainz Borgo: Ser el combate
Más que salvarlo, al mundo hay que defenderlo. Nada es irrompible y todo puede desmoronarse
Cada generación cree que está dedicada a rehacer el mundo, escribió Albert Camus. «Sin embargo, la mía sabe que no lo va a rehacer. Su tarea es mayor. Radica en evitar que el mundo se desmorone». Son las palabras de su discurso de aceptación del Nobel de Literatura, en 1957. Para aquel entonces, el escritor ya se había desmarcado de Jean Paul Sartre y mantenía su compromiso como una bandera propia y solitaria. Han transcurrido más de cincuenta años de aquellas frases. Las grandes ideologías y paradigmas se deshicieron y hasta la socialdemocracia cede ante las embestidas de la historia. A pesar de eso, las palabras de Camus resuenan, desconfiadas y cual advertencia: aquello que damos por irrompible y amortizado es susceptible de desvanecerse.
En tiempos de izquierda empalagosa, redicha y farisea, la palabra compromiso llama a la puerta con desesperación. «¡Toc, Toc!». «¿Hay alguien ahí?». «Abran, por favor». Nada. Si no puede sobreactuarse, no es compromiso. Si nadie lo ve, de qué sirve. «¿Hay alguien ahí?». Queda la nada por respuesta. Tiene razón Camus, el asunto no consiste en salvar el mundo, sino habitarlo con coherencia para evitar su descalabro. Después de ceder sus banderas más importantes a la turba, el progresismo apedrea el progreso. Lo norma todo, lo legisla todo, lo interviene todo.
Recientemente, en Menorca, se han celebrado las Trobades & Premis Meditarranis Albert Camus. Una veintena de pensadores, escritores y artistas se han reunido para rescatar el pensamiento de aquel que entre la justicia o su madre, eligió a la madre. De ascendencia menorquina, el origen balear de la abuela y la madre de Camus ha servido para pasar revista a temas fundacionales del compromiso y el pensamiento. Nacido en el seno de una modesta familia de emigrantes, su infancia y gran parte de su juventud transcurrieron en Argelia. Empezó estudios de Filosofía en la Universidad de Argel y publicó su primer libro en 1942, ‘El extranjero’, al que siguió ‘El mito de Sísifo’. En las claves de esa biografía están los amasijos del niño que Camus narra en ‘El primer hombre’.
Todo en este hombre es una lucha. El Camus de ‘Combat’, el periódico del que fue redactor jefe y que hablaba en nombre de la Resistencia francesa contra el nazismo, supuso una brújula moral en la Francia de Vichy. Entonces tenía 30 años. En apenas tres años, desde 1944 a 1947, firmó casi 140 editoriales y 27 artículos. Dijo Hannah Arendt que tanto Camus como su generación se vieron «tragados por la política como si los absorbiera la fuerza del vacío». La verdadera responsabilidad intelectual del Nobel parecía alojarse en otro sitio, en una región más compleja de lo que éste significa y que conviene recuperar con ojos ávidos y curiosos. De Gramsci hasta ahora, toda militancia despierta sospechas. Demasiada tenacidad delata villanía y autoritarismo, una pulsión propia de quienes creyéndose héroes acaban apedreando y laminando la democracia. No se trata de salvar el mundo, sino de defenderlo.