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La abrupta diplomacia de López Obrador incendia Iberoamérica

El enfrentamiento con Ecuador, que ha culminado con el asalto a la Embajada de México y la ruptura de relaciones, es el último de una larga lista

El presidente López Obrador ofreció este lunes su ‘manera’ en la ciudad de Mazatlan, en el estado de Sinaloa, donde se vio el eclipse total AFP

 

La llegada de Andrés Manuel López Obrador y de su retórica sin filtros durante sus ‘mañaneras’ (ruedas de prensa diarias) ha provocado estragos en las relaciones diplomáticas con sus países vecinos, rompiendo la pauta que ha seguido el país en el último siglo.

En 1930, cuando en México gobernaba Pascual Ortiz Rubio, su canciller (ministro de Exteriores) Genaro Félix Estrada elaboró una doctrina de relaciones internacionales que era la antítesis del intervencionismo dominante en esa época y que básicamente establecía que México no tendría injerencia en la política interna de otros países a partir del derecho de autodeterminación de los pueblos. Se trataba de la Doctrina Estrada. Una tradición diplomática que ha tenido altibajos en diversos gobiernos, pero de la que Andrés Manuel López Obrador se ha alejado definitivamente. Ecuador ha sido el ejemplo más reciente, pero no es el único.

A finales de 2019, cuando López Obrador transitaba su primer año de gobierno, le otorgó asilo al expresidente de Bolivia Evo Morales, cuyas insistentes reformas de la constitución habían generado un caos social y un enfrentamiento entre su gobierno y las fuerzas armadas. Morales renunció al cargo y escapó de Bolivia en un operativo organizado por militares mexicanos. Aquello provocó la ruptura de las relaciones bilaterales entre México y el nuevo Gobierno de Bolivia.

La estancia de Morales en Ciudad de México no duró mucho pues tuvo que trasladarse a Cuba -luego acabó su viaje en Argentina- tras las presiones del secretario de Estado de Donald Trump, Rex Tillerson, para que López Obrador no le concediera asilo a un expresidente con causas judiciales pendientes.

A finales del 2022 llegó la crisis con Perú, cuando Pedro Castillo dio un autogolpe de Estado disolviendo el Congreso de forma inconstitucional. El poder legislativo lo destituyó y la Fiscalía ordenó el arresto, que tuvo lugar cuando Castillo se dirigía -con el beneplácito del Gobierno de México- a refugiarse en la Embajada mexicana en Lima.

La afinidad personal jugó aquí un papel importante, pues López Obrador siente fascinación por Castillo, un maestro rural que llegó a presidente. En cierta medida, el mexicano veía en él a un líder con su misma historia. Hasta tal punto llegó su sintonía, que el mandatario mexicano decidió enviar a su secretario de Hacienda a Lima para que asesorara al Gobierno peruano sobre el rumbo de su economía. Más alejado de la doctrina Estrada, imposible.

La casi fuga de Castillo

Cuando Castillo fue arrestado y acusado de corrupción, México rompió relaciones con Perú y nunca reconoció el Gobierno de Dina Boluarte. Sus constantes críticas hacia la nueva presidenta llevaron a que López Obrador fuera considerado ‘persona non grata’ por el Congreso peruano. Desde entonces, el presidente mexicano ha intentado evitar cualquier encuentro con Boluarte esquivó incluso el espacio aéreo peruano cuando realizó una gira que le llevó a Colombia y Chile-. Así, rechazó acudir al Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), cuya presidencia ejercía la mandataria peruana, pero tuvo que claudicar y asistir por indicación de la Casa Blanca para mantener una reunión bilateral con Joe Biden en San Francisco, donde abordaron la epidemia de fentanilo en Estados Unidos.

La crisis con Ecuador es el episodio más reciente y consecuencia de sus relaciones personales y afinidades ideológicas, pues López Obrador siempre ha sido una persona muy cercana al expresidente ecuatoriano Rafael Correa. El asalto a la Embajada de México en Quito el pasado viernes para arrestar al que fuera su vicepresidente durante su segundo mandato, Jorge Glas, ha sido el detonante del enfrentamiento actual, que ha provocado la ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países.

El domingo llegaba a Ciudad de México la delegación diplomática mexicana procedente de Quito, que fue recibida en el aeropuerto por la canciller mexicana, Alicia Bárcena.

Demanda ante la CJI

Bárcena, que ultimaba este lunes los detalles de la demanda contra Ecuador en la Corte de Justicia Internacional (CJI) por el asalto a la embajada, busca también un pronunciamiento de la ONU contra el presidente Daniel Noboa. Por su parte, la Comisión Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA), que ha rechazado, como toda la comunidad internacional, la decisión de Noboa, se reunirá este martes, por petición de Ecuador, para abordar el conflicto entre ambos países.

Pero los desencuentros diplomáticos de López Obrador con sus vecinos no acaban ahí. La semana pasada, el mandatario tildó de «fascista» al presidente argentino Javier Milei, quien lo había llamado «ignorante» en una entrevista con la cadena CNN. La escalada de tensión fue sofocada por las cancillerías de ambos países.

Con Guatemala la relación tampoco está resultando fácil y la agenda migratoria entre ambos países -y su impacto en Estados Unidos- le agrega complejidad. En enero, el país centroamericano vivió una crisis constitucional que puso en duda la asunción del presidente Bernardo Arévalo. López Obrador guardó silencio y no acudió a su investidura.

Con Brasil la sintonía no termina de ser absoluta, a pesar de que el presidente mexicano suele decir que respeta a Lula da Silva. El año pasado López Obrador no quiso ir a la toma de posesión del presidente brasileño y envió en su lugar a la primera dama, Beatriz Gutiérrez Müller. Lula tampoco ha visitado a López Obrador en México; y su comunicado sobre la crisis en Quito ha sido más bien cauto.

 

 

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