Democracia y PolíticaEconomíaViolencia

La “Bukelización” de América Latina

Chile no es Ecuador, es verdad. Pero quizá una de las razones sea, lamentablemente, que Ecuador decidió tomarse en serio las amenazas, y resolvió combatir a los grupos armados con decisión y sin ambigüedades. Chile no es Ecuador, pero es muy probable que la gente esté pensando que la solución chilena ha demostrado -a esta altura- demasiados fracasos, y requiere una cirugía mayor.

El continente latinoamericano vive momentos de contradicciones, en que las esperanzas se mezclan con la desilusión y el deseo de un futuro mejor con la certeza de un presente difícil. Como suele ocurrir en los periodos dictatoriales o autoritarios, la democracia apareció en la década de 1980 como una clara promesa de días mejores, no solo porque bajo ella los pueblos gozarían de libertad, sino que también tendrían mayor prosperidad.

Es verdad que el tema es mucho más complejo, pero el “Chile, la alegría ya viene” tuvo su correlato en otros países que vieron en sus respectivas transiciones el comienzo de una etapa mejor, tanto a nivel interno como continental. Algunas naciones tuvieron un despertar penoso y rápido: el Perú de Alan García y la Argentina de Raúl Alfonsín fueron dos casos paradigmáticos, con tremendos fracasos económicos. Chile tuvo éxito y resultados positivos tras la restauración de la democracia, y en general América Latina disfrutó de una vida mejor que la experimentada en la era de las revoluciones y luego en la era de los generales.

Han pasado muchas décadas desde entonces y el continente ha tenido experiencias diversas y contradicciones múltiples. Dos países son los emblemas que ilustran la posibilidad de estar cerca del desarrollo, equivocar el camino, sufrir la decadencia y quedarse tirados en el camino: ellos son Venezuela y Argentina. Países ricos por diversas razones, cuyas experiencias políticas han tenido costos inmensos para su población. El caso de Venezuela es tan triste como previsible: la Revolución Bolivariana llegó llena de promesas y populismo y terminó en una dictadura, una fábrica de miseria y la expulsión de su propia gente a buscar mejores expectativas de vida a otras sociedades. Argentina, por su parte, a fuerza de repetir recetas fracasadas, abandonó el progreso y solo ha multiplicado la pobreza y la inflación, aunque ha comenzado a revertir el curso torcido que llevaba.

A esos países podría sumarse Chile, el mejor alumno del curso, “la excepción honrosa” o “el oasis”, como ha sido denominado. Con el paso de los años la población y su clase dirigente se aburrieron de su Constitución y de su modelo económico, escucharon los cantos de sirena, muchos quisieron hacer una revolución en medio de una decadencia que se arrastraba por años. Todo eso ha llegado, para peor de males, en un contexto de avance de la delincuencia, el crimen organizado y el narcotráfico, con un Estado que parece torpe o incapaz para combatir esos males. Paralelamente, otras desgracias se suman al deterioro económico e institucional: más familias viven en campamentos, ha existido una inmigración descontrolada, en tanto los resultados educativos y las muertes por listas de espera son algunas de ellas.

Comenzando el 2024, las noticias más importantes y dramáticas han llegado desde Ecuador, país que también sufre con la violencia, el crimen y el narcotráfico. Una fuga de la cárcel, sumada a las amenazas televisadas y a penosos índices de delincuencia y aumento de asesinatos (de 7 por cada 100 mil habitantes a 45 por cada 100 mil habitantes en menos de un lustro), han llevado al gobierno de Daniel Noboa a considerar la existencia de un conflicto armado interno, de acuerdo con el orden constitucional ecuatoriano. Esto ha implicado la movilización de las Fuerzas Armadas y la discusión sobre la forma de enfrentar a las bandas, organizaciones criminales y carteles que quieren poner de rodillas a un país que ha decidido ponerse de pie, utilizando toda la fuerza del Estado para luchar por su población.

El problema es complejo. Rápidamente han surgido comparaciones, que podrían mostrar el intento de “bukelizacion” de Ecuador, en un proceso que podría extenderse después a otros lugares. Esto tiene dos dimensiones, asociadas al régimen de Nayib Bukele en El Salvador. La primera es la crisis de la democracia, ante los rasgos autoritarios del gobierno salvadoreño, muchas de cuyas medidas han sido discutidas por la comunidad internacional. La segunda es la determinación de combatir la delincuencia, sin temores ni ambigüedades, para permitir vivir en paz a la gente común y corriente de su país. Los resultados, hasta ahora, han sido exitosos: las bandas están derrotadas, sus líderes y miembros en las cárceles y la población ha vuelto a circular en libertad. La aprobación popular de Bukele es muy alta, y ello no solo se aprecia en su país sino que se repite en otros países del continente.

La situación de El Salvador plantea una dicotomía problemática, pero que debe ser enfrentada: la vigencia democracia versus un autoritarismo exitoso en un ámbito relevante para la población. 

Por cierto, la mayoría de la población prefiere vivir en democracia, con vigencia del Estado de derecho y libertades personales y públicas. Pero también es verdad que la ofensiva terrorista, narco o simplemente delincuencial termina por volver ilusión esas libertades, mientras la vida cotidiana está llena de sufrimientos, delitos y temores. La democracia y sus gobernantes deben comprender que no basta vivir bajo un régimen de elecciones libres, partidos plurales y derechos democráticos: es necesario que el sistema sea eficiente y exitoso en algunos temas centrales, como el desarrollo de la economía; la vigencia -efectiva, no meramente declarada- de derechos personales y “sociales”; y, finalmente, que permita a las familias vivir en paz y libertad. Todo ello debe lograrse con las reglas y criterios de la democracia. Por lo mismo, el fracaso en estos temas es el fracaso de la democracia y su consecuencia es el clamor por esos bienes lejanos, olvidados o perdidos, aunque ello implique sacrificios, como la propia continuidad de la democracia.

Ecuador no es El Salvador, pero la línea es muy clara. Chile no es Ecuador, hemos escuchado decir estos días. Pero las circunstancias son análogas y los patrones son los mismos: instalación y crecimiento de las organizaciones criminales, aumento de los asesinatos, crecimiento del narcotráfico y sensación de temor o incapacidad del Estado y los gobiernos para combatir esos males.

Pocas cosas son más malas que la percepción de temor o derrota anticipada. Ello no solo provoca el descrédito del sistema, sino también el clamor por la solución, por dura que esta sea. Ecuador está viviendo un momento sicológico en su historia institucional, en la esperanza que el país resulte victorioso en la lucha contra sus destructores. América Latina observa atenta, entre temerosa y esperanzada.

Chile no es Ecuador, es verdad. Pero quizá una de las razones sea, lamentablemente, que Ecuador decidió tomarse en serio las amenazas, y resolvió combatir a los grupos armados con decisión y sin ambigüedades. Quizá en Ecuador -hay que revisar los datos- la cultura narco no estará presente en su principal festival de la canción, con transmisión abierta a toda la población; los delincuentes no serán indultados ni tendrán pensiones vitalicias. Chile no es Ecuador, pero es muy probable que la gente esté pensando que la solución chilena ha demostrado -a esta altura- demasiados fracasos, y requiere una cirugía mayor. Por el bien del pueblo abandonado, de la gente de trabajo, de los niños que han dejado la escuela y de todos aquellos que han sufrido atentados, portonazos, encerronas, saqueos y un largo etcétera. Esto no requiere terminar con la democracia, sino fortalecerla. Pero también necesita liderazgo, voluntad política, intuición histórica y una clara percepción de los tiempos.

 

 

Botón volver arriba