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La carga contra Miami

El esfuerzo por suprimir o eufemizar el lenguaje del anticastrismo ha pasado a ser un reflejo espontáneo, incluso entre los anticastristas.

No cabe duda de que el 2019 fue un mal año para el castrismo en sus planes de convertir a Miami en un pacificado Hong Kong. Pero ahora vuelven a la carga.

Primer frente de batalla son los viajes familiares. Las recientes restricciones a los vuelos de aerolíneas y compañías de chárter reducirán considerablemente las visitas y envíos de cubanoamericanos: la vaca que da la leche de la dictadura.

Ya el canciller Bruno Rodríguez ha tuiteado que se trata de una violación de los derechos humanos. Para los próximos meses ha sido convocada en La Habana otra conferencia sobre la nación y la inmigración. A su vez, aquí ha comenzado la movilización, instrumentada por las agencias de viajes, que operan con ideológico celo consular. Todo reflejado y potenciado por los periodistas, blogueros y hacedores de opinión procastristas, que son legión.

Rodríguez y comparsa han comenzado a citar la enorme cantidad de cubanos que visitan la Isla como un signo de apoyo a la dictadura. Sabemos que no es así. Pero es una mentira difícil de rebatir ante la opinión pública. En la estadística, las visitas convierten al exilio en comunidad cubana en el exterior. Los sentimientos, el deber familiar, son el cepo de esa trampa.

También están nuestras inconsistencias. Al año de haber atravesado un mar y tres selvas, de haber declarado en cuatro o cinco fronteras la maldad del castrismo y haber entrado a este país al amparo de una ley que es un privilegio para el cubano perseguido, sacamos boleto a la Isla para mostrar los Lacoste falsos comprados en el pulguero, rentar un Mercedes-Benz el fin de semana y pagar siete dólares por una lata de Budweiser en el paladar del hijo de un general.

Esto somos. Así nos va. La resistencia a la «honkonización» habría que comenzar a darla allí donde comenzó el ataque: el lenguaje. En este flanco, la dictadura se anota un éxito. El esfuerzo por suprimir o eufemizar el lenguaje del anticastrismo ha pasado a ser un reflejo espontáneo, incluso entre los anticastristas.

La mayor parte de la clase intelectual y artística de Miami y otros enclaves de exiliados ha sucumbido a la pose de evitar cualquier desafío al lenguaje del establishment del diálogo y el apaciguamiento a fin de no parecer suficientemente ilustrada a los ojos de la progresía.

Escritores que fueron expulsados de universidades y editoriales (algunos condenados a prisión por un poema ni siquiera político) aplauden a novelistas y académicos que propagan en obras y tesis, en tribunas y peluquerías, la ridiculización del exilio, la equivalencia moral entre castrismo y anticastrismo y una reconciliación nacional que exige el arrepentimiento de las víctimas.

Para ser invitado a la cena con el comisario(a) cultural de paso (o en residencia) y encontrar silla en el siguiente simposio sobre los cambios que no se ven y la novelística del culipandeo, son muchos los que cumplen a rajatabla el perverso canon castrista de la moderación, el buen gusto y la tolerancia. El horror a ser tildados despectivamente de «combatientes verticales» los desarma en una horizontal complacencia.

La consigna del embaraje asoma en cada entrevista, en cada página. Citemos algunas de sus líneas de despliegue:

  • El factor fundamental de la «emigración» son las carencias económicas derivadas de la caída de la Unión Soviética en 1991, agravadas por el embargo de Estados Unidos. Antes de los años 90 todo era ilusión y prosperidad.
  • La lucha contra el castrismo, sobre todo en el campo de las armas, obedece a un anacrónico equívoco nacional, de raíz indiscernible, sin hilación histórica.
  • Dos bandos radicales inhiben en ambas orillas la voluntad de reconciliación (reconciliación en el castrismo, por supuesto) de los buenos cubanos.
  • Insistencia en la apertura de espacios artísticos y económicos en la Isla como paliativo ante las denuncias por la ausencia de un Estado de derecho a lo largo de seis décadas.
  • Caracterización de la corrupción y el saqueo del patrimonio como un fenómeno propio de la miseria y los rezagos del comunismo (así como ayer los del capitalismo) sin mención de las altas esferas.
  • Ausencia de toda mención al presidio político, la oposición interna y externa, y la participación castrista en la subversión continental y el narcotráfico.

En la medida que Miami, porque lo que les duele es Miami, adopte estos códigos, podrán construirse las percepciones de una inmigración afín a la dictadura. Esas percepciones, a la vez, llegarían a influir en el discurso de la política local, cambiando la configuración del caucus cubanoamericano en Washington.

A ver si a estas alturas acaban por hacernos un cuento chino.

 

 

 

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