Ana Paula Ordorica es periodista mexicana.
En México, incluso en los estados más afectados por el COVID-19, ya han reabierto restaurantes, tiendas departamentales, centros comerciales y gimnasios. Pero las autoridades han señalado que las escuelas seguirán cerradas hasta que el semáforo epidemiológico esté en verde y, por el momento, solo una de las 32 entidades está en esa situación.
Para las escuelas particulares la situación es insostenible y esta semana advirtieron que reabrirán el lunes 1 de marzo. La Secretaría de Educación Pública (SEP) contestó que eso no sucederá. Sin embargo, en estos meses las escuelas han desarrollado formas de poder atender a sus estudiantes y asegurar su supervivencia económica.
Lo que está ocurriendo con la educación en México en torno a la pandemia es una tragedia y el gobierno debe actuar en consecuencia. Hay 25 millones de estudiantes que llevan un año sin ir a la escuela, y millones de madres y padres que deben intentar ser profesores, además de sus trabajos dentro y fuera de casa.
Gloria es dueña de una escuela privada que suspendió clases presenciales, como todas en México, desde marzo de 2020. Me dijo que la escuela no ha dejado de ofrecer algunas clases presenciales, a pesar de lo dicho por las autoridades, para poder sobrevivir como negocio y atender las necesidades de aprendizaje de las y los alumnos: ha reducido el costo de las colegiaturas y, de manera clandestina, enviado a maestras que aceptaron ir a distintas casas a dar clases en “burbujas” de máximo 10 estudiantes.
Madres de alumnos de otras escuelas me confirmaron que también han movido las clases del recinto escolar a casas particulares o salones en edificios. Me dijeron que no se aprende igual en un esquema en donde las y los estudiantes se sientan frente a la computadora o la televisión, que con una maestra en un aula.
En otros casos, han sido padres y madres de familia los que han creado sus propios grupos “burbuja”. Un grupo pidió a la escuela Kangaroo Forest, de Texas, Estados Unidos, que acondicionara un salón de clases en el jardín de la casa de uno de ellos, en Ciudad de México. Acuden dos maestras y pocos niños. Estos siguen inscritos a su escuela mexicana, la cual conoce este esquema y, a cambio de seguir recibiendo el pago de la colegiatura, entrega cuentas a la SEP como si los estudiantes estuvieran tomando sus clases vía internet.
Esto sucede en ambientes privilegiados, pero la historia para estudiantes de escuelas públicas es diametralmente distinta. Hablé con la profesora Ana —quien me pidió no publicar su nombre completo —, asesora técnica de la SEP con 13 escuelas bajo su cargo (3,515 alumnos). De ellos, solo 30% cuenta con conexión a internet —en el país, 76.6% de la población urbana y 47.7% de zonas rurales tiene acceso— y casi ninguno tiene computadora ni tablet. Quienes aún toman clases, porque muchos las han abandonado —la SEP señaló en agosto que 2.5 millones de estudiantes habían desertado—, lo hacen utilizando los datos de los teléfonos celulares de sus papás; se conectan una vez por semana y reciben tareas por mensajes de WhatsApp o Facebook.
Sobre “Aprende en Casa”, el programa presentado con bombo y platillo por la SEP para que las y los alumnos tomen clases por televisión, señala que no lo utilizan. Aunque las cifras oficiales dicen que 90% ha “adquirió nuevos aprendizajes con la estrategia”, Ana dice que el programa tiene cobertura, pero no es funcional: no cumple con el temario y los programas transcurren muy rápido, por lo cual los niños necesitan el apoyo de algún familiar.
Lo que en otros países en el mundo han entendido, aquí se prefiere ignorar: las escuelas han demostrado no ser el foco de contagio más preocupante si se implementan medidas sanitarias adecuadas. Por ello han ido regresando paulatinamente a clases en Estados Unidos, España, Portugal, Grecia, Francia y algunas regiones de Alemania.
La intención de las autoridades mexicanas de no reabrir hasta estar en semáforo epidemiológico color verde no tiene sentido. El semáforo comenzó a funcionar el 1 de junio y, en ese momento, se dijo que en semáforo rojo solo podrían estar abiertas las actividades esenciales. Conforme han pasado los meses y el país se ha mantenido entre el rojo y el naranja, otras actividades han podido funcionar. Pero sobre el regreso a clases, nada se ha intentado: ni un regreso escalonado, ni con alumnos en las aulas menos días a la semana.
Los sindicatos de profesores, que han sido siempre muy activos para manifestarse y pedir mejores salarios y plazas para sus agremiados, en la búsqueda del regreso a clases presenciales se han limitado a decir que regresarán a las aulas hasta ser vacunados. Sería deseable que, tomando en cuenta su seguridad, pero también su fuerza política, aprovecharan la actual crisis para buscar mejores condiciones para las escuelas y que las niñas y niños puedan regresar a clases lo antes posible.
El académico Gilberto Guevara Niebla describió en 1992 que lo que ocurre en México en torno a la educación es una catástrofe silenciosa. Hoy, esa catástrofe grita con fuerza. Por eso el gobierno y la sociedad deben replantear un regreso a clases seguro a la brevedad. Esperar a tener semáforo verde, cuando el resto de las actividades funcionan con muy pocas restricciones, es injusto para los niños y jóvenes de México.