La ciencia cubana, víctima de la propaganda y de la codicia
El éxito en la pandemia se debe más a la prevención del contagio que a una industria biotecnológica de contrastada solvencia
A mediados de marzo, solo dos días después de que se detectara el primer caso de coronavirus en Cuba, la empresa estatal Biocubafarma anunció que contaba con los productos necesarios para combatir la enfermedad, algunos de ellos «ya probados con alta eficacia».
Desde entonces hasta finales de septiembre, el Registro Público Cubano de Ensayos Clínicos mencionaba 22 ensayos de productos relacionados con la pandemia de los que nueve habrían producido algún tipo de artículo científico para esa fecha. Sin embargo, hasta ahora solo se hallaron artículos académicos relacionados con cuatro tratamientos cubanos contra el coronavirus.
Cuba se ha presentado durante la pandemia como una potencia farmacéutica, pero lo cierto es que, si se analizan detenidamente los ensayos realizados a sus medicamentos y otros productos biotecnológicos, los errores e inconsistencias son numerosos. El estándar ideal de la ciencia son los ensayos aleatorizados, controlados y con alguna técnica de enmascaramiento. Pero de todos los que se han efectuado, solo uno cumple con todos los requisitos: el de la candidata a vacuna nacional, Soberana.
Los cuatro productos sobre los que hay publicaciones, o bien fueron probados en un número muy reducido de personas o se probaron en grupos de pacientes de los que se habían excluido a quienes tenían mayor probabilidad de empeorar
Los cuatro productos sobre los que hay publicaciones, o bien fueron probados en un número muy reducido de personas o se probaron en grupos de pacientes de los que se habían excluido a quienes tenían mayor probabilidad de empeorar por su edad o por tener otras enfermedades, según muestran los artículos científicos.
Cuba ha probado cuatro tipos de productos: antivirales para reducir la posibilidad de que los pacientes empeoren (como los interferones); medicamentos específicos para evitar que los casos más graves mueran (como Jusvinza e Itolizumab), productos que mejoran la inmunidad de los grupos de riesgo (como la Biomodulina T) y vacunas (Soberana).
Los interferones fueron presentados como uno de los grandes aportes de Cuba al mundo desde el comienzo de la pandemia y probados en muchos países. Itoluzimab y Jusvinza, por su parte, fueron promocionadas por el propio presidente, Miguel Díaz-Canel, pero los estudios de la mayoría de medicamentos de estos grupos no han producido publicaciones, lo que en la práctica supone que no existen. Es el caso, por ejemplo, de la Biomodulina T cuyos resultados aún no han sido difundidos.
Jusvinza e Itolizumab, en cambio, sí produjeron artículos científicos, pero ninguno de los dos ha sido sometido hasta la fecha a la revisión de pares, un proceso que consiste en que otros expertos examinen a fondo el artículo en busca de errores o sesgos para garantizar que los autores de la investigación hayan seguido un método estrictamente científico.
Pero los problemas más graves no se dan en este sentido, sino en los datos que arrojan los ensayos realizados.
Aunque este fármaco se anunciaba como tratamiento para pacientes graves, los receptores solo presentaban síntomas moderados, como fiebre o falta de oxígeno, pero sin necesidad de cuidados intensivos ni intubación
En el caso de Itolizumab, se probó en un grupo de 19 pacientes del hogar de ancianos de Santa Clara. Aunque este fármaco se anunciaba como tratamiento para pacientes graves, los receptores solo presentaban síntomas moderados, como fiebre o falta de oxígeno, pero sin necesidad de cuidados intensivos ni intubación. En este brote hubo 47 casos positivos y entre tres y seis fallecidos, por lo que no se explica la selección concreta de quienes participaron en el ensayo o si el resto lo hicieron y no se incluyó su reacción.
Jusvinza, el otro producto para pacientes graves sí fue probado en las personas adecuadas, pero apenas fueron 16 personas, de las que dos fallecieron por una infección no identificada que adquirieron en el hospital, lo que permitió concluir que «todos los pacientes críticos (11) se recuperaron del distrés respiratorio».
En otros casos en los que los fármacos se probaron en más personas, las conclusiones no pueden determinarse claramente porque los grupos de control no eran equiparables. Esto invalida el estudio o hace que carezca de sentido.
«Es importante destacar que tales estudios (los no controlados) no pueden ser tomados como evidencia de que el tratamiento funcione», dijo Javier González Argote, médico cubano doctorando en Química Biológica en la Universidad de Buenos Aires.
En el ensayo realizado de Heberon (nombre comercial del interferón alfa 2b), el más grande realizado en Cuba, quedaron en evidencia problemas relacionados con la selección de los pacientes del grupo control.
Este antiviral se probó hasta julio en 2.165 pacientes, una gran mayoría de los infectados en la Isla. Los investigadores concluyeron que un individuo positivo al covid-19 tratado con Heberon tuvo 57 veces más posibilidades de recuperarse que uno que no lo recibió.
En el grupo de control había 130 pacientes, los que podían presentar contraindicaciones y los que eran más vulnerables a enfermar de gravedad. Eso convertía al grupo en totalmente distinto al que sí lo recibió
En el grupo de control había 130 pacientes, los que no aceptaron recibir Heberon, los que podían presentar contraindicaciones y los que eran más vulnerables a enfermar de gravedad. Eso convertía al grupo en totalmente distinto al que sí lo recibió: pacientes más jóvenes (44 años de media), con menos enfermedades previas e, incluso, asintomáticos (hasta un 56%). La media de edad del grupo de control era de 68 años, el 80% tenía complicaciones posibles y solo el 18 % era asintomático.
En el grupo que recibió Heberon murió menos del 1% y en el otro la mitad. Los investigadores reconocen el problema de haber tenido dos grupos incomparables. «El análisis de datos en este estudio se vio limitado porque incluye grupos demográficos desbalanceados», agregan.
En el caso del HeberFeron (la combinación de interferón alfa y gamma) se utilizó un grupo control similar al que recibió el tratamiento. Pero se decidió no incluir en la investigación a los pacientes con más probabilidad de empeorar y a quienes mostraban mayor persistencia del virus en su cuerpo (varias PCR positivas tras recibir tratamiento). En este ensayo, en el que participaron 66 personas, se excluyó a todos los pacientes con enfermedades crónicas que se asocian a una mayor comorbilidad en el covid-19.
Eliminados estos pacientes, se hicieron dos grupos, uno que recibió HeberFeron y el grupo de control que recibió otro interferón. Aunque nadie falleció, en el grupo de control solo un paciente empeoró, mientras en el que probó el fármaco fueron dos. Pese a ello, se consideró exitoso porque estos últimos tardaron menos tiempo en negativizar el virus.
La investigadora cubana Susana Delgado Ocaña, estudiante de doctorado en Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional de Rosario, en Argentina, cree que son aceptables las concesiones en las circunstancias de emergencia actuales, pero reconoce que así no se puede validar la eficacia de un fármaco. «Los estudios (de este tipo), pueden reportar mejoras no necesariamente atribuidas al tratamiento. De forma general, este tipo de ensayos tienden a mostrar mayores efectos del tratamiento, en ocasiones ‘falsamente positivos'», puntualizó.
Si bien la biotecnología de la Isla ha obtenido grandes logros, sus resultados se ven afectados por la politización, una cultura de secretismo y la falta de regulaciones contra los conflictos de interés
El bioquímico cubano residente en Estados Unidos Jorge Antonio Benítez sostuvo en un reciente artículo que, si bien la biotecnología de la Isla ha obtenido grandes logros, sus resultados se ven afectados por la politización, una cultura de secretismo y la falta de regulaciones contra los conflictos de interés. Para Benítez, uno de los problemas principales de la investigación cubana es su énfasis en el desarrollo de productos que pueden generar beneficios económicos en el corto plazo, antes que la realización de investigaciones que sienten bases teóricas sólidas.
Según Nature Index, que evalúa a los países por la calidad de sus publicaciones científicas, en la actualidad Cuba está por detrás de países como Panamá o Costa Rica.
A pesar de todo esto, los expertos coinciden en el éxito de la estrategia cubana, el país con menos muertes y casos del continente. Sin embargo, no lo atribuyen tanto a sus fármacos, sino a la buena puesta en marcha de «intervenciones no farmacéuticas y otras herramientas epidemiológicas», según señala en un reciente artículo el biólogo cubano Amílcar Pérez-Riverol. Las virtudes serían, aparentemente, la rápida aplicación de medidas de restricción de la movilidad, el pesquisaje masivo en casos sospechosos, el efectivo rastreo de los contactos y el programa de test, además de una gran fortaleza del sistema de atención primaria.
En todo caso, la tasa de letalidad, siendo baja, es similar a la mayoría de países de su entorno y no hay motivos para el triunfalismo farmacológico.
Cuando el mandatario Díaz-Canel visitó el Instituto Finlay a comienzos de octubre para preguntar sobre el avance del ensayo de Soberana, el director de la institución, Vicente Vérez, le informó de que su plan era comenzar a inmunizar «a toda nuestra población» en el primer semestre del próximo año. Como siempre, el voluntarismo ideológico prima sobre la realidad.
Nota de la Redacción: Este trabajo fue apoyado por el IWPR, redactado por Javier Roque Martínez e Isabel M. Echemendía Pérez y editado por 14ymedio. El Institute for War & Peace Reporting es una organización independiente sin fines de lucro que trabaja con los medios y la sociedad civil para promover un cambio positivo en zonas de conflicto, sociedades cerradas y países en transición en todo el mundo.