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La claridad meridiana del Episcopado

Nada como un párroco para escuchar la voz doliente de un pueblo profundamente católico. Los curas de las más remotas iglesias han palpado el horror que vive el venezolano. Desde hace años han prestado su voz para transmitir el clamor de la feligresía que pide a gritos ayuda. Ellos saben lo que es la crisis humanitaria porque han tratado de atenderla desde el primer día. Y, al contrario del régimen, su empatía y su amor por la gente han servido al menos de consuelo.

No es la primera vez que la Conferencia Episcopal Venezolana publica un exhorto. Al contrario, jamás se han callado la boca. Desde los púlpitos hasta los despachos de los obispos, siempre han llamado las cosas por su nombre. Esta vez han ido directamente a la raíz del problema: “Volvemos a insistir que el país necesita un cambio radical en la conducción política, lo cual requiere por parte del gobierno la suficiente entereza, racionalidad y sentimiento de amor al país para detener este mar de sufrimiento del pueblo venezolano; y la urgente disposición a fin de encontrar el camino legal y pacífico más expedito, que facilite una transición democrática y nos lleve cuanto antes a unas elecciones presidenciales y parlamentarias en condición de libertad e igualdad para todos los participantes y con acompañamiento de organismos plurales”.

No hay medias tintas posibles. Los obispos apelan al amor por el país que deberían sentir todos los del régimen. Deben, entonces, escudriñar bien profundo en sus corazones, apartar la mezquindad y la sed de poder y riquezas, olvidarse de sus propios intereses y, al final, si queda algo, en el fondo, podrán ver la mano extendida del venezolano que clama por ayuda.

No hay otra salida sino elecciones generales libres y democráticas. Pero, mientras tanto, los sacerdotes le piden al régimen que deje a las ONG trabajar para tratar de paliar un poco la crisis humanitaria. Es casi un grito desesperado el que lanza la Iglesia, porque sabe que los venezolanos están hundidos en un foso del que es muy difícil salir y requieren ayuda no mañana, sino de inmediato.

Quizás si todos gritamos con fuerza, con los párrocos y sacerdotes, con los obispos y el cardenal, en Miraflores se oiga el clamor que pide misericordia. No se puede ser tan indolente como para ignorar esta exhortación que hace la Iglesia Católica, a menos que la psicopatía que caracteriza al régimen esté en su pico más alto.

Por favor, no hagan más daño, escuchen y háganse a un lado. Al menos así podrán ser recordados por un gesto que puede devolverle la vida al país. Rojitos, no se los pide la oposición, no se los suplican otros países, se los ruega la Iglesia.

 

 

 

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