La defensa de España y la Constitución no necesita ningún Kim Jong-un
Una imagen de la manifestación organizada por Societat Civil catalana, hoy, en Barcelona. Lluís GenéAFP
Una manifestación independentista (pongan cualquier diada): la megafonía retransmite una alegre tertulia que celebra la asistencia multitudinaria y «pacífica» del «pueblo catalán«, los voluntarios reparten cartulinas de colores y explican a cada asistente en qué parcela de la calle que toque hay que levantarla «para que lo puedan grabar» los helicópteros. «Recordad que en el minuto 40 cantaremos Els segadors«. Y miles de personas obedecen con una precisión asombrosa. Como si la manifestación estuviera organizada por Kim Jong-un.
Eso no pasó hoy en la manifestación que Sociedad Civil Catalana organizó en la Plaza de Urquinaona. Unos cantaban Resistiré del Dúo dinámico; otros el himno con el lololo. La inmensa mayoría querían mandar a «Puigdemont a prisión» (lo que demuestra el amor de los asistentes por la Ley); otros daban Vivas a España, a la Guardia Civil y a la Policía Nacional. Como siempre: lo único que los españoles hacen a la vez es comerse las uvas.
Sobre las 9 de la mañana, llegaron los primeros manifestantes a la Plaza de Urquinaona. De Tarrasa: «Hemos venido un grupo de cinco pero se han quedado muchos con las ganas. Aún hay miedo». De Villafranca: «Estábamos muy preocupados pero desde que habló el Rey nos sentimos más fuertes. Nos quieren echar de Cataluña pero no vamos a permitirlo. ¡Y estamos aquí!». Y mucha gente del Barça con el corazón roto por el compromiso del club de sus amores con el prusés. También había miembros del Ejército retirados: aviadores, legionarios, guardiamarinas catalanes. Eran los únicos que no pitaban a los furgones de los Mossos cuando pasaban. «Es que hay muchos compañeros y no todos están de acuerdo con la actuación de sus mandos en el referéndum». El resto de los asistentes no hacía lo mismo. ¡Viva la Guardia Civil!, decían cada vez que pasaba un coche. ¡Y la Policía Nacional!
El recorrido de la manifestación se llenó enseguida. A las 11 se habían superados las previsiones de la Alcaldía y la policía local tuvo que cortar más calles. Cualquiera que haya seguido en los últimos tiempos los actos independentistas podía decir que había bastantes más personas que en las dos últimas diadas. El ambiente, sin embargo, era muy diferente: liberal y sin una consigna fija. Aquí faltaba coreografía, todo era espontáneo, feliz. Y no solo porque los organizadores se vieran desbordados por la asistencia masiva, sino porque la España que hoy se manifestó era un auténtico mosaico social: había «gentebien», macarrillas (la debilidad de muchas) de los que saben hacer motocross desde que nacen, amas de casa, obreros, autónomos, pequeños empresarios, mecánicos, gafapastas, inmigrantes latinoamericanos, nobles que se habían «encomendado a todo el santoral» para que España se salve…
Había un amplísimo porcentaje de catalanes, la famosa «mayoría silenciosa», pero también se notaba la presencia de bastantes personas procedentes de todos los rincones de España. Llegaron las marquesas viudas en furgoneta y un banquero retirado lo hizo en avión privado… ¿Has visto a unos chicos haciendo que toreaban con una carretilla?, decía una madre barcelonesa a su hija.
¿Y cómo poner a toda esta gente de acuerdo? De ninguna forma. Nadie quería emular la masa informe (y de uniforme) que el nacionalismo lleva años moldeando. Los rebeldes no se forjan, pese a Barea. A las 11.30 el gentío se abrió en Via Laietana. Llegaba Vargas Llosa acompañado de Cayetana Alvarez de Toledo, líder de Libres e Iguales, la plataforma cuyo Manifiesto firmó el Nobel en 2013. Les pararon para hacerse selfies, para darles la mano, las gracias. «Es la primera vez que salimos a la calle», explicaba la trabajadora de un taller textil. Y hasta una china, dueño de un todo a 100 barcelonés, se descolgó con una bandera española aunque también había muchísimas señeras, la enseña que legalmente debería ondear en los edificios oficiales de Cataluña.
El ambiente era muy alegre, nada tenso. Una sensación parecida a la que se siente cuando se abren las ventanas para que entre la luz. Solo que eran los españoles los que salían a la calle. «¡Por primera vez! No hemos hablado durante muchos años porque teníamos miedo pero han llegado demasiado lejos», comentaba uno. La selección musical ayudaba a la autoestima: ¡Que viva España! España camisa blanca de mi esperanza, Suspiros de España, Resistiré, una de Javier Krahe…
La cabecera echó a andar puntual. En primera fila: los políticos (Albiol, Rivera, Arrimadas, Borrell) y Vargas Llosa. El recorrido por Vía Laietana se hizo bajo un sol de justicia. Afortunadamente, había pocos niños (pero a ninguno, al contrario de lo que sucede en las diadas, le pusieron a hacer castellets con 50 grados a la sombra). «Yo soy catalán, catalán y español», gritaban. El parque de la Ciudadela estaba a rebosar. Alguno lloraba emocionado. «Ahora me pregunto por qué no hemos salido antes y hemos permitido que nos pisoteen durante años. Esperemos que esto la cambie todo». Y se ponían a botar. «Manifestarse cansa mucho pero vienen tiempos adversos», comentaba una pareja de amigas «catalanas de pura cepa». «Pero ya estamos hartas de que Puigdemont hable de los catalanes en nuestro nombre. Si no somos mayoría, al menos somos la mitad». Nadie habló de diálogo; sí de paz y de meter en la cárcel a Puigdemont. Sobre las 14 comenzaron los discursos. En la pantalla más allá de la plaza no se pudo escuchar a Vargas Llosa porque no había sonido. Esto sería impensable en una manifestación independentista. Sí, los nacionalistas están mucho más organizados pero la alegría, la valentía y la razón también se pueden improvisar.