La derecha inútil
Pablo Casado es un hombre de certezas, o al menos no da la impresión de dudar mucho. Desde que se presentó para liderar el Partido Popular tras la renuncia de Mariano Rajoy tuvo claro lo que había que hacer para recuperar el Gobierno y ahora, tan sólo diez meses después, apenas ha necesitado 24 horas de reflexión para virar el rumbo tras la debacle en las elecciones del 28 de abril. ¿Acierta Casado al corregir tan rápido? Puede que sí, pero alguien en el PP debería hacer un análisis más sosegado sobre las causas de lo ocurrido y no conformarse con apelar al «centro» como si por sí sola esa palabra garantizase el éxito.
Lo primero que tendrían que estudiar con detalle en la sede de la calle Génova es por qué no ha sido posible formar un Gobierno de coalición junto a Ciudadanos con el apoyo externo de Vox, como sí se logró en Andalucía tras las elecciones de diciembre. En aquella ocasión, los tres partidos se presentaron por separado a las elecciones y su competencia no impidió que pudieran sumar los diputados necesarios para obtener una mayoría absoluta en el Parlamento regional. ¿Por qué? Porque una parte del electorado de izquierda no compareció ante las urnas debido a su malestar con la gestión del Partido Socialista.
El 28-A, por el contrario, se produjo la mayor participación de los últimos 15 años: votaron 26 millones de españoles, frente a los 24 de 2016. Es decir, hubo dos millones de personas que normalmente no suelen votar y que esta vez decidieron acudir a las urnas con la nariz tapada porque temían que se pudiera repetir la fórmula andaluza. Esos dos millones de españoles son los mismos que echaron a Felipe González por la corrupción en 1996 y los que salieron a votar en 2004 para sacar al PP del Gobierno tras su nefasta gestión de los atentados del 11-M.
¿Y quién tiene la culpa de que se despertase a esa bestia dormida? Indudablemente PP y Ciudadanos, que desde el principio dieron por hecho ese trifachito del que les acusaba el PSOE. Primero pactaron en Andalucía, luego se hicieron la foto de Colón y, durante la campaña, tanto Casado como Albert Rivera cerraron el paso a cualquier otra posibilidad de Gobierno que no fuera la de «las tres derechas», comprando de nuevo el discurso de la izquierda.
El más torpe fue Rivera. Su veto temprano al PSOE dejó huérfanos a sus potenciales electores de centro-izquierda disgustados con las políticas de Pedro Sánchez y redujo a sólo dos las opciones encima de la mesa de los votantes: o Vox o Sánchez. Es verdad que Ciudadanos ha sido el partido que más ha crecido en estas elecciones, pero sus dirigentes deberían hacerse mirar por qué no ha obtenido un mejor resultado cuando hace apenas un año lideraba todas las encuestas.
Casado también hizo méritos. Desde el principio trató a Vox como un igual y llegó hasta el extremo de admitir, 48 horas antes de que comenzara la votación, que pudiera haber ministros de esa formación en su futuro Gobierno. Los dos millones de votantes tradicionalmente silentes no necesitaron mucho más incentivo para ir esta vez a las urnas: había que movilizarse para evitar que España cayese en manos de la ultraderecha.
Es decir, si una parte del electorado no hubiera percibido una amenaza real para el futuro de España y si no se hubiera dado por hecho la repetición de un pacto a la andaluza, probablemente la bestia no se hubiera despertado y quizás hoy estaríamos hablando de un resultado más parecido al que obtuvo Juanma Moreno en Andalucía, donde el PP se pegó una costalada histórica en las urnas, pero que no le impidió conseguir por primera vez gobernar en esa comunidad.
Los electores se van
Dicho lo cual, los populares también deberían hacer un análisis de por qué en 2016 les votaron 8 millones de españoles y, tres años después, esa cifra se ha reducido a la mitad. Por no hablar de los casi 11 millones que les votaron en 2011. Obviamente, ello tiene mucho que ver con la aparición de dos nuevos partidos que han crecido a su costa: Vox, que ha obtenido 2,5 millones, y Ciudadanos, que ha mejorado un millón en tres años y que ya suma algo más de 4.
¿Por qué los votantes han abandonado al PP? Las respuestas pueden ser variadas, pero casi todas tienen que ver con que una gran parte del electorado de centro-derecha ya no ve al PP como un partido útil para transformar España. El partido de Casado ha quedado desdibujado y sin perfil propio en medio del sándwich entre Ciudadanos y Vox. Los votantes que quieren reformas económicas y regeneración democrática prefieren el partido de Rivera y, por el contrario, aquellos que ponen más el acento en la defensa de las tradiciones y de la unidad de España optan por la formación de Santiago Abascal.
¿Qué tenía que haber hecho el PP para no quedar emparedado entre unos y otros? Quizás hubiera bastado con que sus dirigentes recordasen cómo su partido consiguió gobernar España. Casado es muy joven y puede que no lo recuerde, pero el propio José María Aznar le debería haber explicado que el PP alcanzó La Moncloa tras un largo y hábil «viaje al centro» que colocó al partido heredado de Manuel Fraga justo donde se encontraban la mayoría de votantes españoles y los engatusó con un discurso basado en las reformas estructurales y en la lucha contra la corrupción, apartando de entre sus prioridades temas controvertidos desde el punto de vista moral como el aborto.
Aznar entendió que había que apelar a una mayoría social, no a la minoría que podían representar los militantes y dirigentes del partido. Y sólo perdió el Gobierno cuando se alejó de esa centralidad, se echó en manos de los halcones de Washington en la defensa de la guerra de Irak y se puso a organizar bodas en El Escorial.
El nuevo presidente del PP ha hecho campaña pensando, erróneamente, que la inmensa mayoría de los españoles son xenófobos, fanáticos de la tauromaquia y defensores del «una, grande y libre»
No consta que Aznar tenga alzheimer pero, paradójicamente, le ha recomendado a su pupilo Casado justo lo contrario de lo que hizo él. El nuevo presidente del PP ha hecho campaña pensando, erróneamente, que la inmensa mayoría de los españoles son xenófobos, fanáticos de la tauromaquia y defensores del «una, grande y libre». Ha apelado a los bajos instintos y, ante la amenaza de Vox, ha tratado de imitar su discurso y su programa, sin darse cuenta de que esos postulados, por mucho que estén de moda en las redes sociales o entre ciertos sectores, hace años que dejaron de ser mayoritarios en la sociedad española.
Hubiera sido más efectivo que Casado se centrase desde el primer minuto en desenmascarar a Vox, intentando convencer a sus votantes de que esa no es la mejor opción para España. Y hubiera bastado con denunciar el antieuropeísmo de la formación de Abascal y su deseo de aniquilar el Estado autonómico. Son dos cuestiones con las que no comulgan la mayoría de los españoles y, precisamente, las principales diferencias entre el programa de Vox y el del PP.
Y, en vez de subrayar esas diferencias tan importantes, que supondrían la salida de nuestro país de la Unión Europea y el fin de la España de las autonomías surgida de la Constitución de 1978, Casado se afanó en poner en valor las similitudes con Vox, un partido apadrinado por los trumpistas más radicales, que tienen un plan para debilitar la UE, y por todos los grupúsculos populistas europeos cuyo único propósito es acabar con el sistema construido tras la Segunda Guerra Mundial y que le ha dado al Viejo Continente los mejores 60 años de su historia.
La parálisis no es de centro
¿Por qué cometió Casado un error tan evidente? Probablemente porque antes cayó en uno todavía mayor: identificar a Rajoy con el centro. Como Casado vio que la gente estaba harta y desencantada con Rajoy, decidió virar hacia la derecha pensando equivocadamente que lo que vimos entre 2011 y 2018 en España fueron políticas de centro. No, Pablo, no. El centro no es no hacer nada. La desidia de Rajoy para afrontar los problemas de España no puede ser considerada un ejemplo de centrismo. Gobernar desde el centro es transformar la sociedad con enfoques transversales y evitando los sectarismos. Pero fumarse un puro en La Moncloa esperando que los problemas se solucionen solos no es de centro, es de inútiles.
Por tanto, es verdad que el legado de Rajoy ha perjudicado a Casado, pero éste no ha sabido identificar las verdaderas causas de la decepción del electorado del PP. El cabreo con Rajoy no es porque fuera poco de derechas, sino porque no tuvo las agallas de encarar las reformas pendientes ni los desafíos planteados por el independentismo catalán y la corrupción, y eso que dispuso de una amplia mayoría parlamentaria durante sus primeros cuatro años.
Pero, por muy grandes que fueran los errores de Rajoy, no todo el descalabro del PP se puede imputar a la herencia recibida. Movilizar al electorado de izquierda en tu contra, como hemos visto más arriba, fue un error de bulto, como también lo fueron algunos de los candidatos estrambóticos que Casado se sacó de la manga, un programa electoral muy poco atractivo o su mal papel en los debates televisivos.
Casado dice que ha «captado el mensaje» y parece que ha emprendido su particular giro al centro. Ahora ya califica a Vox de «ultraderecha» y ataca sus postulados radicales en cuestiones básicas como la UE. Ese cambio sería una buena noticia si fuera por convicción, pero tal y como lo ha hecho, en apenas 24 horas, parece más bien una pose estratégica para salvar su pellejo y evitar el desastre en las europeas, autonómicas y municipales del próximo 26 de mayo. Veremos.