La economía de la inclusión
Mucha gente cree que el crecimiento económico es un objetivo moralmente ambiguo –aceptable, se diría, solo si es ampliamente compartido y sostenible desde el punto de vista medioambiental–. Pero, como le gusta decir a mi padre: “¿Para qué hacer algo difícil si se lo puede hacer imposible?”. Si no sabemos cómo hacer crecer las economías, es evidente que tampoco sabemos hacerlas crecer de manera inclusiva y sostenible.
Los economistas llevan mucho tiempo enfrentando el tema del balance entre el crecimiento y la equidad. ¿Cuál es la naturaleza de este compromiso? ¿Cómo se lo puede minimizar? ¿Es sostenible el crecimiento si lleva a mayor desigualdad? ¿Se ve obstaculizado el crecimiento a causa de la redistribución?
Mi opinión es que tanto la desigualdad como el bajo crecimiento son a menudo el resultado de una forma particular de exclusión. Según la famosa frase de Adam Smith, “nuestra cena no proviene de la benevolencia del carnicero, el cervecero ni el panadero, sino de su preocupación por sus propios intereses”. Entonces, ¿por qué el crecimiento no habría de incluir los intereses particulares de los agentes económicos en lugar de exigir una acción colectiva deliberada?
Es bien sabido que los niveles de ingresos varían drásticamente a través del mundo. Gracias a más de dos siglos de crecimiento sostenido, el ingreso per cápita promedio en los países de la OCDE está ligeramente por debajo de 40.000 dólares –3,3; 11,3 y 17,7 veces más que en América Latina, Asia Meridional y África Subsahariana, respectivamente. Es evidente que el crecimiento sostenido ha excluido a gran parte de la humanidad.
Lo que no se sabe tan bien es que dentro de los propios países existen enormes brechas. Por ejemplo, en el estado de Nuevo León, en México, el PIB por trabajador es ocho veces más que en el estado de Guerrero, mientras que la producción por trabajador en el departamento de Chocó en Colombia es menos de un quinto que la de Bogotá. ¿Por qué los capitalistas habrían de extraer un valor tan bajo de los trabajadores cuando podrían obtener mucho más?
La respuesta es sorprendentemente simple: los costos fijos. Hoy día, la producción se basa en redes de redes. Una firma moderna consiste en una red de personas con distintas especializaciones: producción, logística, comercialización, ventas, contabilidad, manejo de recursos humanos, y otras. Pero la propia firma debe estar conectada a una red de otras firmas –sus proveedores y clientes– a través de redes multimodales de telecomunicaciones y de transporte.
Para formar parte de la economía moderna, firmas y hogares necesitan acceso a las redes que distribuyen el agua potable y disponen del agua servida y los desechos sólidos. También necesitan acceso a las redes que distribuyen la energía eléctrica, y a las de transporte urbano, bienes, educación, atención a la salud, seguridad y financiamiento. La falta de acceso a cualquiera de estas redes resulta en graves bajas de productividad. Basta con imaginar cómo nos cambiaría la vida si tuviéramos que caminar dos horas diarias en busca de agua o leña.
Pero conectarse a estas redes implica costos fijos. Antes de que alguien pueda consumir un kilovatio-hora o un litro de agua, o realizar un viaje en autobús, alguien tiene que instalar un cable de cobre, una cañería y construir una calle que llegue cerca de su casa. Estos costos fijos deben recuperarse a través de largos períodos de uso.
Si la expectativa es que los ingresos de las personas o las empresas van a ser bajos (tal vez por falta de acceso a otras redes), su conexión a la red no es rentable porque su consumo no va a ser suficiente para recuperar los costos fijos. El crecimiento no es inclusivo porque los costos fijos desincentivan que los mercados extiendan las redes que lo sustentan.
Los cambios en los costos fijos repercuten de manera importante sobre quienes quedan incluidos en la red. Por ejemplo, la primera compañía telefónica entró en operaciones en 1878, mientras que la telefonía móvil apenas está cumpliendo 25 años de existencia. Dada esta diferencia, cabría esperar que la telefonía tradicional estuviera más difundida que la móvil. Sin embargo, en Afganistán hay 1.300 teléfonos móviles por cada línea fija. En India existen 72 líneas celulares por cada 100 personas, pero solo 2,6 líneas fijas.
De hecho, muchos de los indios que tienen teléfonos celulares, deben defecar al aire libre porque el hogar promedio en India carece de servicios de agua corriente. En Kenia, donde hay 50 teléfonos móviles por cada 100 personas, solo 16% de la población tiene acceso a energía eléctrica. Esto refleja el hecho de que el costo de las torres para telefonía celular y de los teléfonos móviles es mucho menor que el del alambre de cobre y de las tuberías, lo que hace posible que los más pobres paguen los costos fijos.
Son los costos fijos los que limitan la difusión de las redes. Por lo tanto, una estrategia para el crecimiento inclusivo sería encontrar formas ya sea de reducir o de pagar los costos fijos que conectan las personas a las redes.
En esto, la tecnología puede ayudar. Es evidente que los teléfonos celulares han producido maravillas. Las células fotovoltaicas de menor costo pueden permitir que la energía eléctrica llegue a aldeas remotas sin los costos fijos que conllevan las largas líneas de transmisión. Realizar transacciones bancarias a través de teléfonos móviles puede reducir los costos fijos de los bancos tradicionales.
Pero en otros ámbitos, la cuestión implica políticas públicas. Desde que el servicio postal estadounidense fue creado en 1775, su principio básico ha sido: “Toda persona en Estados Unidos –sin importar quién sea ni dónde esté– tiene derecho de acceder por igual a un servicio de correos seguro, eficiente y de bajo costo”. Una lógica similar fue la que impulsó la expansión del sistema vial interestatal.
Evidentemente, todo esto tiene su costo, y es aquí donde las prioridades importan. Los países pobres carecen de los fondos suficientes para conectar a todas las personas a todas las redes al mismo tiempo, lo que explica las enormes diferencias de ingresos entre distintas regiones. Pero con frecuencia se asignan demasiados recursos a medidas redistributivas paliativas que compensan los síntomas de la exclusión, pero no eliminan sus causas. Países como Brasil, Suráfrica, Perú, Uganda, Guatemala, Pakistán y Venezuela emplean muchos más fondos en subsidios y transferencias que en inversiones públicas destinadas a mejorar las redes de infraestructura, o los servicios de educación y salud.
Una estrategia para el crecimiento inclusivo debe empoderar a la gente incluyéndola en las redes que la hacen productiva. La inclusión no debe ser vista como una restricción al crecimiento para hacerlo más aceptable. Vista de manera adecuada, la inclusión en realidad es una estrategia que acelera el crecimiento.
Copyright: Project Syndicate, 2014
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