La encrucijada
Un proceso de paz como el de La Habana vive o muere por sus particularidades, no equiparables con ningún antecedente internacional.
Las más relevantes en este caso son:
1) Tiene que adelantarse en medio del conflicto, dado el tipo de enemigo que se enfrenta. Las Farc nunca han dejado de querer llegar al poder por medio de las armas y hasta el día de hoy aspiran a sacar provecho de los ceses al fuego. Su vieja degradación es un lastre tremendo y, por lo mismo, no se les ve verdadero futuro político. La unidad, siempre férrea, vertical y militar, se les ha ido debilitando sin que todavía las grietas amenacen con derrumbar el edificio.
2) El Estado participó de la guerra sucia y arrastra con su propia dosis de desprestigio.
3) El conflicto pertenece al pasado. No se basa en razones religiosas o nacionalistas, como el resto de los que hoy persisten en el mundo. Las reivindicaciones de las Farc hace décadas que no se corresponden con los métodos de lucha utilizados.
4) La derecha, liderada por el expresidente Uribe, hace oposición feroz al proceso, en contraste con un apoyo internacional casi unánime.
5) Ese mismo ambiente internacional se ha endurecido mucho frente a las amnistías y demás concesiones que fueron típicas en los procesos de paz de otros tiempos.
6) El apoyo de la opinión pública colombiana es endeble y exasperado. Abunda la indignación. Una parte de las Fuerzas Armadas es enemiga del proceso y no son raros los actos de deslealtad de comandantes militares con el presidente Santos.
7) Pese a que los grandes golpes a la guerrilla han mermado por una relativa contención de la Fuerza Pública, la relación de fuerzas favorece ampliamente al Estado y, de fracasar las negociaciones, lo más probable es que lo favorecería aún más. Pese a que las Farc cuentan con tiempo, éste en general no juega en su favor.
Todo lo anterior incide de una u otra manera en la actual encrucijada, signada por el secuestro del general Alzate. Del futuro nada se sabe y menos cuando los impredecibles son tantos, si bien a uno le extrañaría que estuviéramos ad portas del fin del proceso de paz. De morir el general o de ser tratado como un botín, ahí sí el tono pasaría de castaño oscuro. Si las Farc sueltan a Alzate y al resto de sus compañeros de secuestro pronto sin otra ganancia que el ruido generado, el proceso sigue, pero el Gobierno deberá endurecer las condiciones durante la negociación, al tiempo que amplía la conexidad del delito político para el posconflicto hasta donde se lo permiten la Corte Constitucional y los tratados internacionales, en particular, el que vincula al país con la CPI. No sobra reiterar que el Marco Jurídico para la Paz podría no ser aceptado por esta corte y que, en consecuencia, los jefes guerrilleros gozarían de futura libertad, aunque sólo en Colombia.
Una ventana que sí se va cerrando lentamente es la de la ratificación popular de los acuerdos. Por ello, el punto más difícil y a todas luces definitivo que queda es el de la dejación de las armas. Las Farc se opondrán a ella de patas y manos, pues en realidad están unidas alrededor de un fusil y sin él pierden toda identidad. Igual les tocará ceder en ese punto, porque la alternativa es el fin del proceso de paz y una reanudación de la guerra que, paradójicamente, podría acabarlas en pocos años. De darse esta última alternativa, Colombia viviría un fatal viraje a la derecha durante al menos una generación.
andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes