La era de inestabilidad
Los procesos políticos y sociales rara vez siguen los caminos previstos a lo largo de la historia; más bien, es extraño que alguna vez se ajusten a las expectativas de los protagonistas de cada momento. Es decir, casi nunca los acontecimientos terminan siendo los que se anunciaban. El orden mundial configurado tras la Guerra Fría, basado en estructuras e instituciones como la ONU y Bretton Woods bajo el liderazgo de Estados Unidos, se agotó y en estos momentos, estamos llegando a un punto en el que se reclama un nuevo paradigma, más allá de lo económico, que aborde verdaderamente los desafíos de un mundo cada vez más desigual.
Desde mi perspectiva, esta aspiración será muy difícil de cumplir, ya que los principales actores en la política mundial prefieren mantener un clima de ambigüedad calculada que permita metas más concretas para ellos, como la búsqueda de alternativas al suministro de energía, minerales críticos o material sanitario, evitando las vulnerabilidades en la cadena de suministros globales, como la sufrida tras la pandemia y el conflicto ucraniano.
En cuanto a esto último, la sombra de la guerra en Ucrania se alarga y seguirá dominando el panorama internacional. Rusia esperará al desgaste occidental, buscando abrir grietas en la UE y socavar el apoyo económico y militar estadounidense a Kiev. La guerra no llegará a su fin en 2023, ya que de momento no se vislumbra un claro vencedor sobre el terreno, con Zelenski dispuesto a recuperar el Donbás y Crimea, y Putin, que a pesar de haber perdido terreno, no querrá volver con las manos vacías a Moscú.
La guerra genera efectos expansivos en los precios de la energía y alimentos, aumenta la inseguridad alimentaria e incrementa los flujos migratorios y de refugiados.
Es importante señalar que esta guerra es el escenario central de la era de inestabilidad. Es el episodio que encarna el desafío frontal a la primacía de Occidente por parte de una Rusia que se creía ya fuerte después de la descomposición del imperio soviético. Tengo la impresión de que la ofensiva rusa sobre Ucrania es una de las claves para entender lo ocurrido en Nagorno Karabaj hace unos meses atrás. Con Moscú completamente ocupado en ese primer frente, Azerbaiyán, respaldado por Turquía, tomó la iniciativa para resolver por la fuerza el conflicto con Armenia, tradicionalmente amparada por Rusia. La inestabilidad y el cambio de equilibrios generales incitaron, sin duda, la acción.
Ciertamente, hemos entrado en una era que promete poco de prosperidad y previsibilidad de nuevas posibilidades. Hay muchas razones para ello, pero ninguna es más importante que la labor de unos líderes claves que tienen una cosa en común: cada uno cree que su liderazgo es indispensable y están dispuestos a llegar a extremos para aferrarse al poder tanto como puedan: Vladimir Putin, Xi Jinping, Benjamín Netanyahu y, por qué no, podría existir un cuarto, Donald Trump, que aunque no gobierne Estados Unidos y su vida privada se haya convertido en un escándalo total, sigue siendo un referente en la política exterior estadounidense.
Cada uno de ellos, a su manera, ha creado trastornos masivos dentro y fuera de sus países, basados más en el interés propio que en los de sus sociedades, haciendo mucho más difícil que sus naciones funcionen con normalidad en el presente y planifiquen sabiamente el futuro.
Por ejemplo, Putin comenzó como una especie de reformador que estabilizó la Rusia post-Yeltsin y supervisó un auge económico gracias a la subida de los precios del petróleo. Pero impulsado por la caída de los ingresos provenientes del comercio de petróleo, decidió dar un gran giro al comienzo de su tercera presidencia, en 2012, después de que estallaran las mayores concentraciones anti-Putin en 100 ciudades rusas y de que su economía se estancara. La solución de Putin fue cambiar la base de la legitimidad de su régimen, basada en el progreso económico, al patriotismo militarizado y culpar de todo lo malo a Occidente y a la expansión de la OTAN.
Convirtiendo a Rusia, en el proceso, en una fortaleza asediada que lo llevó a considerar que solo él sería capaz de defender a la madre Rusia, y por lo tanto, requeriría su permanencia en el poder. Pasó de ser el distribuidor de los ingresos de Rusia a un distribuidor de dignidad, ganada de todas las formas y en todos los lugares equivocados. Se podría incluso concluir que la invasión a Ucrania solo sirve para restaurar la mítica patria rusa, lo cual según su esquema de pensamiento, es inevitable.
Los acontecimientos en China no son muy diferentes. Tras una apertura constante y una relajación de los controles internos desde 1978, que la hicieron más predecible, estable y próspera que en ningún otro momento de su historia moderna, China, hoy en día, experimenta un giro de 180 grados bajo la presidencia de Xi: prescindió de los límites de mandatos respetados por sus predecesores para evitar la aparición de otro Mao, y se hizo reelegir casi por un periodo indefinido.
Esto ha hecho que China esté más cerrada, ha provocado las súbitas desapariciones de los ministros de Defensa y Asuntos Exteriores, lo cual ha llevado a que se hable de que China podría estar llegando a un techo en términos del potencial económico del país. De ser cierta esa afirmación, supondría un terremoto para la economía mundial.
En el caso de Israel y sus guerras, estoy llegando a la conclusión de que la mayor amenaza para la democracia judía actual es un enemigo interno: un golpe judicial dirigido por Netanyahu que está astillando la sociedad y el ejército israelí. Sin dejar de mencionar el desgaste del prestigio internacional de Israel por la respuesta dada a la terrible agresión del grupo terrorista HAMAS. https://americanuestra.com/una-guerra-en-otros-escenarios/
Esto no es un problema menor para Estados Unidos. Durante los últimos 50 años, Israel ha sido su aliado crucial, de hecho, una base de avanzada en la región a través de la cual Estados Unidos proyecta su poder sin necesidad de utilizar tropas estadounidenses. Israel destruyó los incipientes intentos de Irak y Siria de convertirse en potencias nucleares y es hoy el principal contrapeso para contener la expansión del poder iraní en toda la región.
Si bien no sabemos qué pasará con Netanyahu al término de esta guerra, estamos conscientes de que aún le quedan tres años más de gobierno extremista y preocupa que, con su aspiración de anexionarse Cisjordania y gobernar a los palestinos con un sistema de corte segregacionista, el Estado judío podría convertirse en una importante fuente de inestabilidad en la región y en un aliado mucho más incierto incluso que la Turquía de Recep Tayyip Erdoğan.
Respecto al expresidente Trump, no hace falta ver el esfuerzo realizado para anular las elecciones de 2020, que inspiró a una turba para saquear el Capitolio el 6 de enero de 2021, y ahora ver, a este mismo personaje, convertirse en el principal aspirante a ser electo candidato republicano a las elecciones presidenciales de 2024; ello hace que esa elección, esté entre las más importantes en la historia de Estados Unidos.
El denominador común en estos cuatro líderes es que todos han violado las reglas del juego en casa. en el caso de Putin, inició una guerra en el extranjero por una razón demasiado personal: permanecer en el poder, mientras que ni el Partido Comunista Chino, ni el electorado israelí, ni el Partido Republicano han sido capaces de limitar los liderazgos de forma eficaz o completa. Me pregunto: ¿Qué pasaría si el mundo se volviera tan caótico y los países más importantes se vieran obligados a alejarse del orden internacional? Me surge una respuesta temeraria a esa pregunta: si nos tambaleamos, nacerá un mundo en el que nadie podrá hacer planes para abordar la gobernabilidad a futuro.
Al otro lado del Atlántico, las miras están puestas en si el Brasil de Lula da Silva es capaz de mejorar la economía y frenar la polarización; en si a nivel externo se acerca a países autoritarios como Venezuela o Nicaragua o si busca una buena relación con China.
La inestabilidad de Perú, tras el autogolpe de Castillo, las negociaciones del Gobierno colombiano con cinco grupos terroristas, o si se aprobará o no la nueva reforma constitucional en Chile que se votará en diciembre de 2023 y si las elecciones en una Argentina en crisis económica, favorecerían al peronismo/kirchnerismo. Todos estos temas marcarán la agenda latinoamericana, a lo que habría que sumarle la inestabilidad de Centroamérica con El Salvador enfrentando una seria situación política y financiera.
El continente africano celebró más de 10 elecciones presidenciales este año 2023, en un contexto de pobreza post pandémica agravada por la crisis alimentaria debido al incremento de los precios de los cereales, lo cual hace que el pago de la deuda sea insostenible, conduciendo directamente a la inestabilidad general en ese continente.
Pero también se han registrado 8 rebeliones militares triunfantes en los últimos cuatro años: Mali, Chad, Guinea, Sudán, Burkina Faso, Níger y Gabón. Es lo que muchos expertos denominan como una auténtica «epidemia de golpes de Estado por contagio», en los cuales los militares se atrincheran en el poder, ya sea para derrocar a un presidente que reprime las libertades o que busca eternizarse en el cargo, o para reconducir las políticas de un país amenazado por el avance yihadista o por mera ambición. Lo cierto es que la intromisión de los militares en la política aumenta en África a unos niveles que no se recordaban desde la época de los levantamientos militares entre los años sesenta y ochenta.
Según el seguimiento de conflictos que publica semanalmente el INTERNATIONAL CRISIS GROUP, existen alertas de riesgo de conflicto en los siguientes países: Myanmar, Somalia, Sudán, Mali, Israel/Palestina, Líbano, Siria, Yemen y Madagascar. Situaciones en pleno deterioro: Guatemala, Bangladesh, Myanmar, Mozambique, República Democrática del Congo, Ruanda, Sudán, Israel/Palestina, Líbano, Siria y Yemen.
Mientras, el mundo asiste como observador pasivo a la conflagración desatada por el bárbaro ataque de Hamás a Israel. Se trata del enésimo estallido de violencia en las inmediaciones de la Unión Europea: Ucrania, Nagorno Karabaj, Siria, Israel y Gaza, Libia, Sahel. Es decir, una media luna de conflictos rodea a la UE en sus flancos oriental y meridional. Los detonantes son, por supuesto, diferentes en cada caso, pero en todos, la era de inestabilidad desempeña su papel: cambios de actitud de potencias grandes y medianas, que parecen incentivar escaladas violentas.
Todo ese arco de crisis, con la excepción de Ucrania, muestra la limitadísima capacidad de influencia que tiene la UE en esos escenarios bélicos.
Esta era de inestabilidad es aquella en la que Rusia busca reconfigurar, a la fuerza, el orden mundial. China gana fuerza, Estados Unidos se reorienta de forma acorde al ascenso de Pekín, Irán se reafirma en el antagonismo a Occidente, y el sur global se moviliza en nuevas formas contra el dominio occidental. Este panorama geopolítico influye en ese arco de crisis.
No puedo dejar de mencionar la delincuencia organizada, la violencia urbana y doméstica. Hoy en día, esa delincuencia organizada causa más muertes que los conflictos armados. En 2017, hubo casi medio millón de víctimas de homicidio, cifra que supera con creces las 89,000 víctimas causadas por conflictos armados activos y las 19,000 que murieron en ataques terroristas. Si las tasas de homicidio siguen aumentando al ritmo actual, que es del 4 %, no se alcanzaría la meta 16.1, de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (reducir significativamente todas las formas de violencia y las correspondientes tasas de mortalidad en todo el mundo), para 2030.
El crimen organizado y la violencia de las bandas varían mucho de una región a otra. Los países del continente americano registran las tasas de homicidio más altas por un amplio margen; el 37 % del total mundial en una región en la que habita solo el 13% de la población mundial. La inestabilidad política genera delincuencia organizada, manifestándose, entre otras cosas, en ataques contra policías, mujeres, periodistas y migrantes.
Creo importante señalar que la Organización de las Naciones Unidas se creó en 1945 como un instrumento para gestionar las relaciones entre los Estados, a medida que el mundo se recuperaba de los horrores de dos guerras mundiales. Aunque el mundo actual es relativamente más seguro, la naturaleza de las amenazas ha evolucionado considerablemente. Existen nuevas amenazas, más complejas y sofisticadas que requieren respuestas imaginativas y audaces, así como una mayor colaboración entre los Estados miembros, el sector privado y la sociedad civil. Sin embargo, lamentablemente, se puede constatar que esto no es así; parece que el rol de la ONU sigue siendo el mismo que expresa la sabiduría popular: «El caballo va detrás de la carreta».
Luis Velásquez – Embajador