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La España más incierta

En contra de casi todos los pronósticos, el resultado electoral frustra la expectativa del bloque conservador y hace improbable una alternativa al Gobierno de Pedro Sánchez

 

El recuento electoral ha arrojado una realidad no prevista por casi ningún sondeo demoscópico. En la noche de ayer, y en contra de gran parte de los pronósticos y de la inercia previsible tras las elecciones de mayo, el resultado ha frustrado la expectativa del bloque conservador haciendo improbable la composición de una alternativa al Gobierno de Pedro Sánchez. Alberto Núñez Feijóo ha ganado las elecciones, pero los 136 escaños alcanzados por los populares distan mucho de las previsiones realizadas desde Génova. La suma del PP y Vox queda a 7 escaños de la mayoría absoluta y ni siquiera sumando a otras formaciones políticas como UPN o Coalición Canaria podría alcanzarse una mayoría que hiciera posible un cambio de Gobierno. Por el contrario, el resultado cosechado por Pedro Sánchez supera, con mucho, casi todas las estimaciones y refuerza su liderazgo al frente del PSOE ya que suma dos escaños respecto del resultado obtenido en las elecciones de noviembre de 2019 y llega a los 122 escaños. El actual escenario plantea una disyuntiva muy poco halagüeña y sitúa a nuestro país en una circunstancia de división casi aritmética. La posible coalición entre el PSOE y Sumar alcanzaría sólo los 153 escaños pero caben pocas dudas de que Pedro Sánchez intentará construir una mayoría capaz de aglutinar a EH Bildu, ERC o el PNV.

A falta de resolver las posibles alianzas, hay conclusiones que se imponen con rotundidad. La primera de ellas es que el Partido Popular no ha sido capaz de capitalizar los excesos cometidos durante los años de gobierno socialista. Ni los indultos de los condenados por el ‘procés’, ni la reforma del delito de malversación o las alianzas con fuerzas separatistas han sido suficientes para desgastar al PSOE. La estrategia urdida por el presidente Sánchez de convocar elecciones inmediatamente después de las autonómicas y municipales ha surtido efecto y el calendario, atravesado por las negociaciones entre PP y Vox, le permitió crear un contexto favorable para sus intereses. Los de Abascal también han caído sensiblemente, con especial vehemencia en aquellos lugares en los que ya han gobernado con el PP o en aquellas comunidades donde han prosperado recientemente los pactos. Esta alianza en la derecha y sus consecuencias han podido ser determinantes para la movilización del voto de la izquierda.

Frente al perfil de Sánchez, que sale reforzado y robustecido, cabe hacerse muchas preguntas por el modo en el que los populares han afrontado esta campaña. A pesar de la victoria en el cara a cara entre el presidente del Gobierno y Núñez Feijóo, es obvio que la estrategia obsesivamente centrada en el antisanchismo no ha sido suficiente. El mensaje ha sido perfectamente reconocible en la crítica al Gobierno socialista pero es muy probable que el proyecto específico de Feijóo no haya calado en su dimensión más propositiva. Por el contrario, la destreza de Sánchez a la hora de moverse en circunstancia excepcional y cargada de ruido así como el denodado empeño desplegado en todos los frentes, también el mediático, le ha devuelto un resultado más ventajoso que el que permitía imaginar la estimación más optimista.

España se enfrenta a una situación extraordinariamente delicada en la que gran parte de sus intereses se pueden ver sometidos a una negociación crítica entre Sánchez y los separatistas. La falta de desgaste del PSOE tras años realizando concesiones a formaciones políticas contrarias a la Constitución y la unidad nacional nos permite imaginar que Pedro Sánchez no tendrá problemas a la hora de reeditar su Gobierno a cualquier coste. Recordemos que sus socios parlamentarios ya adelantaron que, en esta ocasión, elevarían el precio y caben pocas dudas de que el presidente estará dispuesto a pagarlo. Esta expectativa es la peor imaginable y nos arrojaría a una España críticamente dividida, con gran parte del poder territorial en manos del Partido Popular pero con un Gobierno central hipotecado por los intereses de los separatistas.

En estas circunstancias, el sentido de Estado y la lealtad institucional deben prevalecer aunque no será fácil situar el marco negociador en un lugar distinto al de la confrontación entre bloques. Pese a todo, Alberto Núñez Feijóo debe someterse a la investidura y está en su obligación intentar recabar los apoyos necesarios para formar gobierno. No será fácil y la aritmética parlamentaria resulta endiablada, como es la situación de un país que queda fracturado. En cualquier caso, Feijóo está obligado a cumplir con el mandato de las urnas e intentar gobernar.

 

 

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