Derechos humanosDictaduraÉtica y MoralPolítica

La gran María Corina y el escuálido Petro

Valiente, visionaria, inteligente, desprendida, honesta, coherente, capaz de unir a su pueblo y sortear tempestades.

 

Gracias, María Corina, muchas gracias. Volviste a devolvernos la esperanza. En este mundo sombrío, en el que cada día crece la desconfianza hacia los dirigentes y las instituciones, contamos con una estadista valiente, visionaria, inteligente, desprendida, honesta, coherente, capaz de unir a su pueblo y sortear tempestades para guiarlo a buen puerto.

No se avizora otra personalidad de su misma estatura moral en el universo político. Después de una dilatada carrera en la esfera pública, en la que recibió más críticas, desprecios y golpes físicos y morales que reconocimientos y alabanzas, María Corina ha despertado la ilusión por un futuro en libertad que estaba sepultada.

En poco tiempo, obró el milagro de conquistar corazones, aunar voluntades y encadenar unos pasos que parecían imposibles: celebrar las primarias contra viento y marea; que votaran 2,4 millones tanto en el país como en el exterior; barrer con el 92,3 por ciento de los sufragios.

Fueron “unas primarias llenas de obstáculos, de retos y desafíos”, dijo María Corina entonces, y anticipó lo que sería su vida de luchadora incansable: “Mientras más grandes nos pongan el obstáculo, más grande nos hacen (…) Todos los obstáculos los vamos a superar”.

Después, cuando los criminales de Miraflores la inhabilitaron, aterrados de su rotundo triunfo sin vallas publicitarias ni una aparición televisiva, dio un ejemplo de generosidad y amor a la democracia y a su país, y cedió el cetro. Primero a Corina Yoris y, luego, cuando impidieron registrar a la respetada intelectual, a Edmundo González, la única opción digna que quedaba.

La tiranía, incapaz de adivinar el repudio que sus compatriotas sentían por una dictadura que solo les ofrece represión, inseguridad y miseria, convocó los comicios para la fecha del nacimiento del dictador Hugo Chávez, el germen de la tragedia de Venezuela.

Nunca fuimos testigos en América Latina ni en ningún país democrático de una campaña electoral que generara tanto entusiasmo, que aunara derecha, izquierda, centro, gentes sin ideología, sumados a antichavistas recalcitrantes y chavistas arrepentidos. Una campaña inusual, en la que el aspirante no fue la figura central, sino la mujer que le cedió el puesto. Y transcurrió en un clima de hostilidad, sabotaje y amedrentamiento tan atosigante que María Corina, ingeniera industrial, la transformó en una cruzada casi que espiritual para recobrar la libertad arrebatada.

Hay que recordar que nunca mintió a los millones de seguidores, jamás prometió una salida rápida y sencilla. Insistió en que sería una lucha larga y dura, y que ella llegaría hasta el final, nada de medias tintas, de escapar al exilio dorado. Y ha cumplido.

Posee un arrojo desmedido, una valentía a prueba de la despiadada tiranía chavista, valores que no puede traspasar a Edmundo, de carácter más diplomático que frentero. Es lo que había y lo admirable de María Corina es su disposición de ponerse a sus órdenes y ayudarlo a crecer.

Aunque Juan Guaidó cumplió una encomiable tarea en su día, no es comparable a González. Uno fue presidente interino, designado por la Asamblea Nacional, y el otro es presidente elegido por una mayoría aplastante. De haber sido María Corina la candidata, su votación habría sobrepasado el 85 por ciento, incluso con las mismas condiciones rastreras y tiránicas que impuso la mafia de Miraflores.

Si alguien dudara de la heroicidad de la mujer de hierro, no hay más que recordar su arrojo al soportar meses de clandestinidad, la separación de años de sus hijos, y aparecer entre la multitud sin chaleco antibalas ni guardaespaldas rodeándola, a sabiendas del riesgo que corría, como su secuestro y agresión demostraría.

A mí, que sigo con la fe intacta en que este año cae la satrapía, el desenlace de todo, sea el que sea, no disminuirá ni un ápice mi admiración y profundo respeto por una mujer inigualable.

Asistí a la primera audiencia en Caracas del juicio que el déspota Hugo Chávez se inventó en su contra en 2005. Era entonces la joven directora de una ONG de nombre Súmate que ya advertía de la deriva autoritaria del chavismo. Un juez grosero, abusivo, maltrató a su impecable abogado, que nunca perdió la serenidad. Los asistentes no dábamos crédito al escuchar a un cafre, disfrazado de magistrado con toga, vociferar un torrente de disparates. Era apenas el principio de una vida soportando incontables atropellos.

Pero que nadie dude de que mientras más pisotean sus derechos, más engrandecen su figura. Y más quedan en evidencia los mediocres mandatarios que sufrimos, como el nuestro.

Gustavo Petro representa la otra cara de la moneda, el gobernante autoritario de miras estrechas, cargado de dobleces y complejos, resentido, sinuoso, diseminador de odios y divisiones, preso de una ideología apolillada y violenta, aliada de dictadores zurdos. Pero es el presidente que eligieron los colombianos y un verdadero demócrata, no los falsarios de izquierda, acatará siempre la decisión de las urnas. Punto.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba