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La gran mentira

Érase una vez que se era…

Un país donde, sin que nadie la votara, amaneció un día una República.

Los políticos de izquierdas y de derechas que habían conspirado largamente para traerla se pusieron de acuerdo, en lo que se fuma un puro, para nombrar presidente y gobierno. Fue el 14 de abril de 1931.

Tras un breve periodo constituyente se fue a elecciones (nov 1933) y éstas, vaya por Dios, fueron ganadas por las formaciones de derechas (por cierto, de manera abrumadora).

Las izquierdas ya habían advertido de que, en caso de que las urnas les fueran adversas, irían contra «la república burguesa».

Algo muy democrático, claro,  según afirma hoy el Gobierno Sánchez, haciendo de esta barbaridad ley.

Y cumplieron con lo anunciado: en octubre de 1934 se produce un levantamiento obrero en la cuenca minera asturiana, organizado, financiado y armado por el PSOE.

Largo Caballero en la cárcel en 1934

Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, a la sazón líderes socialistas, habían convocado para tales fechas una Huelga General Revolucionaria, confiando en extender la insurrección armada por toda la geografía hispana, pero aquel Golpe de Estado (oigan: GOLPE DE ESTADO) se quedó en mera (aunque sangrienta) aventura, porque salvo en pequeñas localidades de Albacete y Cádiz, el obrero eligió quedarse en casa. Y más aún cuando vieron que, aprovechando que el Pisuerga para la ocasión pasaba por la cuenca del Nalón, Lluis Companys proclamaba el Estat Catalá.

Fueron dos semanas de destrucción y crimen, que obligaron al presidente Lerroux a recurrir al Ejército de África para devolver el orden constitucional.

Lógicamente los cabecillas fueron procesados y, a instancias del Gobierno, Largo Caballero, líder de la UGT, fue juzgado por el Tribunal Supremo y acusado por el Fiscal General de la República, Valentín Gamazo.

Valentín Gamazo

Gamazo pidió 30 años de reclusión para Largo Caballero por «rebelión militar». Sin embargo, y a pesar de las abrumadoras pruebas presentadas a lo largo de los cinco días de la vista, el líder socialista fue declarado inocente.

El Fiscal Jefe Gamazo, jurista de fuste donde los hubieren, dimitió. Desde ese día, Paco Largo, bien desde el periódico Claridad, bien en sus propios mítines, no dejó de exhibir sus ideas ante masas enfervorecidas: o Dictadura del Proletariado o guerra civil. Y oigan: la tuvo.

Luego volveremos a este punto.

Agosto de 1936, el fiscal Gamazo en compañía de su esposa Narcisa y sus 9 hijos se ha trasladado a Rubielos, una aldeita en la provincia de Cuenca. Hasta allí se llegan un par de matones mandados desde Madrid, en compañía de otros 20 milicianos de localidades próximas. Toman preso a Valentín y a tres de sus hijos: José (21 años), Francisco (20 años) y Luis (17 años).

El padre suplica que lo maten a él y tengan piedad de sus hijos, pero en una carretera próxima los matan a todos cómo a perros, siguiendo el orden de menor a mayor en un alarde de morbosa crueldad. El Fiscal Jefe de la (gloriosa) República vio como asesinaban uno tras otro a sus hijos mayores antes de morir él.

Capone fue un puto aprendiz al lado del vengativo Largo Caballero. Los cadáveres fueron abandonados en un paraje tan inhóspito que, para cuando Narcisa los encontró varios días después, ya eran sólo unos bultos hediondos.

Y esto, amiguitos y amiguitas, resume el «Estado de Derecho» de la gloriosa Segunda República Española contra la que se sublevaron un grupo de «desalmados fascistas».

Mire, querido imbécil: si la guerra civil hubiera sido un capricho de Franco no hubiera pasado de Melilla. Lea mientras pueda.

Para el recuerdo:

Valentín Gamazo fue Abogado del Estado, al igual que José Calvo-Sotelo, Juan de Isasa, Porfirio Silván, Juan Manuel de Estrada, José Gómez de la Serna, Leandro González, Manuel Gómez Acebo, Pedro Redondo, Wenceslao Manzaneque, Antonio Marín, Manuel Mondéjar, Santiago Alonso, Julio Colomer, Federico Salmón, Luis Belda, Dimas Adánez, Jesús Yébenes, Teodoro Pascual, Fermín Daza, Luis Ruíz Valdepeñas, Juan Rovira, Juan Gómez, Celestino Lázaro, Ángel Aguado, Ángel Castro y Juan Godinez. Todos ellos ASESINADOS en 1936 por el Frente Popular.

Dos años después   de acabada la guerra, una persona reconoció a uno de los secuestradores de la familia Gamazo. El sujeto andaba tranquilamente por las calles de la capital.

Lo denunció y, tras ser efectivamente identificado y con un juicio justo, fue condenado a muerte y ejecutado.

Aquel hijo de puta hoy es reivindicado por asociaciones de Memoria Histórica como «asesinado vilmente por el fascismo». Igual hasta sus descendientes reclaman un jornalito… «¡Ay de mi pobre abuelito!».

La verdad, la puta verdad, es que la guerra civil solo la deseaba un bando: la izquierda. Los «Golpistas» fueron aquellos convidados que no se resignaron a ser de piedra.

Y es lo que hay. Se ganó la guerra y además se ganó la paz… y eso es exactamente lo que os quieren ocultar.

Si en verdad eres un demócrata full equipe, déjanos contarlo tal cual pasó, machote. ¿Quién tiene miedo a la verdad?

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