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La importancia de votar bien

«Votar bien significa acertar con las necesidades del país en un momento determinado, sabiendo sobreponerse a los odios intrínsecos y los prejuicios naturales»

Metidos ya, como estamos, en fechas de análisis electorales, es frecuente escuchar que el pueblo no se equivoca, que en una sociedad libre los ciudadanos siempre tienen razón y que es un desprecio a las reglas democráticas decir que votaron mal. Creo que eso supone confundir el necesario respeto al veredicto del votante con el juicio libre que a cada cuál le pueda merecer ese resultado.

En mi opinión, sí, hay veces que los ciudadanos votan mal, se equivocan en su elección. Sin necesidad de acudir al comodín de Hitler, son muchos los casos a lo largo de la historia en los que un pueblo ha votado objetivamente en contra de sus propios intereses y los de su país. El referéndum sobre el Brexit, del que hasta sus propios promotores se han arrepentido, es un ejemplo muy evidente.

Sin embargo, en España, por lo general, se ha votado bien. Desde luego que me parece una aberración votar por Bildu, y un grave error hacerlo por Podemosel partido que desde su nacimiento ha embarrado la política española, o por Vox, su digno duplicado en la derecha. Pero, salvo las lógicas excepciones de toda regla, entiendo que la mayor parte de las veces una mayoría de los españoles ha acertado al dejar el poder en las manos más adecuadas en un momento preciso.

Es verdad que esto se ha hecho más difícil de calibrar en los últimos años, en los que la diversidad de partidos y la dispersión del voto han dado lugar a la formación de coaliciones en las que, posiblemente, se ha traicionado la voluntad original de muchos de los votantes. Presumo que algunos de quienes votaron por el PSOE hace cuatro años lo hicieron porque su candidato había negado reiteradamente cualquier posibilidad de acuerdo con Podemos o Bildu.

Pero no me parece que esto desmienta la apreciación general de que los españoles suelen votar bien. El tránsito que hicieron las urnas españolas de la dictadura al centro y de ahí a la izquierda, con plenos poderes en su inicio, para volver muy gradualmente hacia una derecha ya modernizada, es sencillamente magistral, una auténtica obra de arte de la política. Después fue todo un poco más complicado, en parte porque la oferta de candidatos empezó a perder calidad y en parte porque los intereses generales se hicieron más difusos.

De ahí, hemos llegado a un punto en el que votar bien se hace mucho más difícil por culpa de la polarización política. Votar bien significa acertar con las necesidades del país en un momento determinado, sabiendo sobreponerse a los odios intrínsecos y los prejuicios naturales. Obviamente, hoy esto es algo sólo al alcance de unos pocos, tal vez algunos cientos de miles en un censo electoral de más de 26 millones. Pero son esos los que pueden decidir el rumbo de un país. Cuantas más personas voten bien en España el próximo domingo, mejor nos irá a todos.

«Desde luego que me parece una aberración votar por Bildu, y un grave error hacerlo por Podemos, el partido que desde su nacimiento ha embarrado la política española, o por Vox, su digno duplicado en la derecha»

 

Hay muchas razones para no votar bien. Una, la falta de buenas alternativas, situación que ya se ha presentado en varios países de América Latina en los últimos años y que no estamos lejos de que pueda presentarse aquí. Otra puede ser la desmotivación, que se produce cuando la democracia deja de ser eficaz para la solución de los problemas o sus instituciones se deterioran y pierden la confianza de los ciudadanos. También se puede votar mal por ingenuidad, por caer en la trampa de las promesas irrealizables y de las dádivas engañosas.

Pero la principal razón para votar mal es el fanatismo, la lealtad ciega a una siglas o una doctrina. Esa lealtad que le hizo presumir a Donald Trump de que sus votantes lo seguirían siendo incluso si le vieran disparar contra alguien en plena calle. La misma lealtad que se manifiesta en algunas regiones españolas hacia fuerzas nacionalistas con licencia para cometer cualquier atropello o girar ideológicamente a su antojo. Esa lealtad que algunos exhiben equivocadamente como un ejemplo de su coherencia y consistencia moral: “Yo nunca votaré por X”.

Hay que mantener la confianza, no obstante, en que los españoles sigan votando bien. Hay más posibilidades de que así sea en las municipales, donde la cercanía de los candidatos facilita la tarea. Más difícil en las autonómicas, en las que los ingredientes identitarios y tribalistas distorsionan enormemente el criterio. Pero habrá que ver, sobre todo, en qué medida los votantes tienen en mente la situación general de España y quieren enviar un mensaje al Gobierno de la nación. Después de todo, es la primera vez en cuatro años que la población puede emitir masivamente un juicio sobre la conducción del país.

Muchos políticos y periodistas están pidiendo a los ciudadanos que no lo hagan, que se limiten a opinar sobre asuntos municipales y autonómicos, que son sobre los que se eligen gobernantes. No sé si lo hacen para ayudar a los votantes en su proceso deliberativo o por temor a que la extensión del juicio en las urnas al ámbito nacional acabe perjudicando a los suyos.

En todo caso, los electores harán lo que quieran. Incluso pueden pronunciarse, votando por sus alcaldes o representantes autonómicos, sobre quienes son los principales responsables del deterioro de la convivencia y de la degradación institucional que sufrimos. Harán lo que quieran, sin más coacción que la inmensa campaña de propaganda a la que han estado sometidos desde hace semanas, y votarán por uno o por otro, pensando en esto o aquello, con los antecedentes conocidos y los obstáculos mencionados. Y tengo confianza en que lo harán bien.

 

 

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