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La negociación de paz con el ELN: Aciertos y problemas

El 21 de noviembre, el Gobierno de Gustavo Petro retomó la mesa de negociación con el ELN. Esta negociación había sido suspendida por la administración de Iván Duque luego de que el ELN realizara un atentado contra la Escuela de Cadetes General Santander en enero de 2019.

Para el ELN, esta será su tercera negociación. En los años noventa, esta guerrilla, agrupada en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar junto con las antiguas Farc-EP y el EPL, intentó fallidamente negociar con la administración Gaviria. Luego, la administración Santos intentó una nueva negociación, que fue la que el Gobierno Duque suspendió. El actual intento es, en teoría, la reanudación del proceso iniciado por la administración Santos.

Así, el reinicio de este proceso se suma a la larga historia de diálogos (fases exploratorias para constatar la voluntad de paz de la contraparte, generar confianza y definir la agenda) y negociaciones (búsqueda de acuerdos satisfactorios para las partes en una mesa formalmente instalada) entre el Estado colombiano y el ELN.

Misma negociación, diferentes circunstancias

En búsqueda de hacer este proceso más expedito, el Gobierno de Gustavo Petro decidió continuar con la agenda y metodologías ya pactadas durante la administración de Juan Manuel Santos. Esto puede considerarse un acierto, en cuanto no tendría mucho sentido ignorar los avances conseguidos. Al tiempo, consideramos que puede ser un error no haber tenido una etapa exploratoria, así fuera breve, para revisar si todo lo acordado en ese momento seguía siendo vigente.

Hay varios elementos del contexto que cambiaron radicalmente en estos años.

Primero, hay un nuevo Gobierno en Colombia con una agenda política de centroizquierda que fue elegido con una votación histórica. El contexto social también parece haberse transformado. Luego del plebiscito del 2016, hubo grandes movilizaciones sociales a favor del Acuerdo de Paz, y el Paro Nacional del 2021 funcionó también, aunque no únicamente, como rechazo al enfoque militarista del anterior Gobierno.

Así las cosas, parece haber una ciudadanía más dispuesta a un acuerdo para finalizar la guerra con el ELN. Esto implica, al tiempo, que es posible que las pocas bases políticas que las guerrillas podían tener se han ido reduciendo en estos últimos años. Cada vez más (y parte de eso es gracias al Acuerdo con las antiguas Farc-EP) la sociedad encuentra menos justificaciones para la lucha armada.

Segundo, ha cambiado la correlación de fuerzas. El ELN ha consolidado su presencia en Venezuela. Esto ha significado que los frentes de guerra Nororiental y Oriental del ELN hoy son binacionales. Es decir: han establecido interacciones con altos funcionarios del Gobierno venezolano, consolidaron su control sobre territorios y economías en ese país, y se han fortalecido en los departamentos de Norte de Santander (Catatumbo), Arauca y Vichada.

Al tiempo, la organización ha tenido grandes retrocesos militares y territoriales en Chocó, Cauca y el sur de Bolívar. Curiosamente, el capital político del ELN hoy es mayor en Venezuela y en la zona de frontera que en el interior de Colombia.

También vale la pena considerar que el escenario de violencia organizada en Colombia también es diferente. Las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) son hoy el grupo armado con más hombres y presencia territorial en el país. El actual Gobierno está intentando atraerlos a una estrategia de sometimiento o negociación, y el ELN públicamente ha hecho críticas a la “Paz Total”, por considerar que el resto de grupos armados en el país son solo narcotraficantes. Esto no parece ser un asunto menor e, incluso, podría traer reveses a la negociación.

Una razón de más para pensar que debió haber una discusión previa al reinicio de la negociación.

Los aciertos

La mesa de negociación fue establecida en Caracas. Como acabamos de mencionar, el ELN se ha consolidado y expandido en territorio venezolano, y sus principales mandos estratégicos están en este país. Los Frentes de Guerra Oriental y Nororiental hoy son los ejes sobre los cuales gravita gran parte de las dinámicas político-militares de esta guerrilla. Por tanto, son también quienes posiblemente tengan la última palabra sobre la guerra y la paz en el país.

En ese sentido, haber establecido la mesa de negociaciones en Venezuela parece un acierto. Puede funcionar para generar confianza entre las partes y conectar las negociaciones con la necesidad de desactivar la violencia en ambos lados de la frontera. Además, cabe recordar que el Gobierno de Iván Duque dejó varados a varios líderes guerrilleros luego de romper las negociaciones y solicitarle (absurdamente) a Cuba que extraditara a los negociadores.

Entonces, tiene sentido que el ELN decida no tomar el riesgo de aislarse en un territorio insular y quedarse sin sus mandos estratégicos por cuenta de una incoherencia del Gobierno colombiano.

La elección del equipo negociador, en general, parece ser también acertada.

Por parte del ELN, hay personas como Pablo Beltrán y Aureliano Carbonell, que son considerados líderes tradicionales de la organización y otros de la segunda generación de mandos, como Bernardo Téllez, María Consuelo Tapias y Silvana Guerrero.

Llama la atención que en listado de negociadores entregado por el ELN hay varios nombres desconocidos para la prensa y la opinión pública, lo que podría indicar que son mandos de tercera generación con liderazgo regional (y no nacional). Esto garantiza que en la mesa de negociación estén tanto la visión más nacional y política de la guerrilla, como las generaciones de mandos regionales con visiones más localizadas y pragmáticas de la guerra. Indudablemente estas visiones pueden tener tensiones, por lo que tenerlas en la mesa de negociaciones garantiza al menos que gran parte de la guerrilla esté representada en la mesa. Sin eso, la implementación del eventual acuerdo podría fácilmente ser torpedeada desde adentro.

Las incertidumbres

Es fundamental que la mesa de negociación empiece a mostrar resultados con cierta celeridad, porque una parte importante del capital político del Gobierno Petro se está jugando en su apuesta de búsqueda de la paz.

Un nuevo fracaso en estas negociaciones volvería a alejar la posibilidad de un acuerdo con esta organización guerrillera y, posiblemente, fortalecería a los sectores que se han opuesto a una solución negociada al conflicto.

Que el Gobierno tenga estas presiones por mostrar resultados puede jugar en contra, también: el ELN lo sabe y puede utilizarlo a su favor para usar el tiempo como herramienta de negociación. Ahí hay una tensión que los negociadores deberán saber sortear. Más aún, si tenemos en cuenta que los apoyos políticos con los que hoy cuenta la administración Petro pueden cambiar luego de las elecciones locales de 2023. El ELN no parece tener afán; el Gobierno sí, y mucho.

Ahora, más allá de la negociación con el ELN, el Gobierno Petro se autoimpuso un reto gigante: desactivar la mayoría de las guerras en el país. Para eso, necesita trabajar en varios frentes al tiempo. Esta aproximación no solo es útil, sino necesaria.

Los enfrentamientos en el sur del país, con una veintena de muertos, son una señal evidente de que desactivar la guerra con el ELN, aunque importante, no acaba con la violencia en Colombia. Sin embargo, todavía no es clara cuál es la estrategia y con cuáles recursos contamos para negociar con tantos grupos a la vez. Con algunos de estos, el ELN tiene guerras activas, así que tampoco se trata de negociaciones aisladas, sino de un montón de guerras que se retroalimentan.

Una última incertidumbre tiene que ver con la actitud de las Fuerzas Militares frente a la negociación con el ELN. Es positivo que cuatro militares activos sean observadores de la negociación y dos militares retirados sean negociadores. Como lo mostró Mezú-Mina, hoy uno de los observadores, los cuadros militares fueron fundamentales para lograr acuerdos en el proceso con las Farc-EP. No incluirlos podría significar sabotear el proceso desde el principio. Aun así, el comunicado de Acore y anteriores declaraciones de militares activos dan cuenta de que puede haber tensiones en las filas militares frente a lo que significa este Gobierno y lo que implican las negociaciones de paz con el ELN.

Finalmente, nosotros hemos dicho varias veces que cualquier negociación de paz necesita hacer partícipe a las élites locales para evitar que estas, a través de nuevas alianzas con grupos armados, saboteen los procesos. Ahora, la inclusión de José Félix Lafaurie, aunque acertada porque trae élites a la mesa, es también riesgosa. Es necesario que la inclusión de Lafaurie venga también con planes para facilitar que se conozca la verdad sobre los terceros involucrados en la guerra. Lafaurie hizo parte del gremio de quienes se opusieron a esto en el Acuerdo con las Farc-EP.

Habrá un reto gigante en lograr ese diálogo con élites históricamente involucradas en la guerra y opuestas a la paz sin que implique un alto precio para la justicia.

Por último, teniendo en cuenta que gran parte de la guerra y del discurso político del ELN ha girado en torno al sector petrolero, sería importante incluir a un representante de ese sector estratégico en la mesa de negociaciones, así como a un vocero de las víctimas de esta organización armada. Esto limitaría los puntos ciegos de la mesa y le daría mayor legitimidad y respaldo a la negociación.

 

 

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