La novela perdida de Walt Whitman llega a España
Walt Whitman, en una imagen tomada hacia 1890, dos años antes de su muerte – ABC
Ediciones del Viento publicará el 20 de marzo la obra, inédita durante más de siglo y medio y que un estudiante de la Universidad de Houston descubrió buceando en el archivo del bardo.
Zachary Turpin es un ratón de biblioteca… digital. Graduado en la Universidad de Houston, este estudiante ha hecho de su pasión su modo de vida, y se pasa los días buceando en los archivos de los grandes escritores estadounidenses, puestos a disposición del público gracias a las nuevas tecnologías. En esas estaba, lee que te lee en su ordenador, hace cosa de un año, con el olfato virtual rastreando el legado de Walt Whitman (1819-1892), cuando dio con un cuaderno especialmente tentador.
El bardo lo usaba para apuntar ideas, apenas bosquejos, que después trasladaba a sus obras. Pero, entre el mar de palabras, unas más inspiradoras que otras, Turpin dio con tres nombres que captaron su atención: Wigglesworth, Smytthe y Jack Engle. Llevado por su intuición de rastreador bibliófilo, el joven los identificó como posibles protagonistas de una de las historias de Whitman, aún por descubrir. Decidió cruzarlos en las bases de datos de todas las publicaciones estadounidenses, ya digitalizadas, de mediados del siglo XIX, y llegó a un pequeño anuncio, publicado el 13 de febrero de 1852 en el «New York Daily Times». En él se anunciaba la próxima aparición, por entregas, de una novela titulada «Vida y aventuras de Jack Engle» en el «Sunday Dispatch», un periódico local de la época.
Entusiasmado, pues sabía que Whitman, periodista y trabajador a tiempo completo antes de convertirse en el gran bardo de la poesía anglosajona, ya había colaborado con el «Sunday Dispatch», Turpin se dispuso a localizar los números de la publicación en los que había aparecido la novela. El problema es que el periódico, que en su día costaba tres peniques, fue meramente testimonial en aquellos años y las pocas copias que se conservan del mismo estaban olvidadas, y por supuesto sin digitalizar, en el depósito de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Turpin envió un e-mail tras otro a los responsables de la institución, solicitando la consulta de los mencionados ejemplares del «Sunday Dispatch».
Pasó un mes sin que obtuviera respuesta, hasta que un día, en casa de sus suegros, recibió un e-mail en su móvil. Lo abrió y vio los tres nombres: Wigglesworth, Smytthe y Jack Engle. Los «curators» de la Biblioteca del Congreso le habían enviado, por fin, las imágenes escaneadas del periódico. «¡Era la prueba de que se trataba de una novela perdida de Walt Whitman! Mi mente se llenó de palabrotas entusiastas. Todo lo que pude decir en voz alta fue: “¡Oh Dios mío, oh Dios mío, oh Dios mío!”. ¡Fue algo surrealista! Totalmente surrealista, un privilegio muy difícil de mantener en secreto», confiesa Turpin, en conversación vía e-mail con ABC.
Un secreto que, sin embargo, ha sido capaz de mantener casi un año. A finales de febrero, la novela fue publicada online, sin previo aviso, por el «Walt Whitman Quarterly Review» y el próximo 20 de marzo llegará a España, gracias a Ediciones del Viento, con traducción de Miguel Temprano García y un prólogo del escritor Manuel Vilas. A juicio de este último, «lo más importante es que es un texto de Whitman, el padre de la literatura americana, y cualquier cosa que puede servir para tener más información de él es un milagro». Vilas apunta, además, a la «tremenda actualidad» de su recuperación, ya que «ahora hay alguien «antiwhitmaniano» en la Casa Blanca» y «Whitman es un constructor de Estados Unidos». «Si esta novela sirve para seguir hablando de Whitman, bienvenida sea. Además, tiene interés literario en sí mismo, con cosas muy «whitmanianas», como el amor a Nueva York o la bondad de Jack Engle. Me imagino que el dinero que sacó con ella serviría para costear «Hojas de Hierba», porque la primera edición la pagó él», reflexiona Vilas.
Pero si los calificativos de «inédita», «actual» y «perdida» no fueran suficientes, la novela adquiere un valor aún mayor por la fecha en la que Whitman la escribió: 1852, apenas tres años antes de que viera la luz «Hojas de hierba», la obra que cambió la historia de la poesía moderna con la invención del verso libre. Es decir, que el bardo trabajó en ambas al mismo tiempo. «La división, generalmente aceptada, entre la ficción y la poesía de Whitman ahora se evapora. Si leemos la novela atentamente, podemos ver cómo en ella poesía y ficción se mezclan de formas que nunca antes habíamos conocido», asegura a este diario Ed Folsom, editor del «Walt Whitman Quarterly Review» y codirector del Archivo del escritor estadounidense. «Lo que más me entusiasma de este descubrimiento es que, potencialmente, cambia todo lo que pensábamos que sabíamos sobre la primera época de la carrera de Whitman -continúa Folsom-. Nos muestra el proceso de su desarrollo creativo. En esta novela descubre por qué tiene que renunciar a las «tramas» para poder expresar el deseo y el éxtasis del presente que captura poderosamente en “Hojas de hierba”».
Tanto Folsom como Temprano, traductor al español, coinciden en señalar el capítulo 19 de la novela (en estas páginas reproducimos un fragmento del mismo) como uno de los más potentes y el eslabón que une la obra, definitivamente, con «Hojas de hierba». «El narrador vagabundea en un cementerio, mirando las tumbas, y dándose cuenta de que es ahí donde terminan todas las tramas, en el suelo. Escucha el flujo interminable de la vida más allá de las paredes del cementerio y, en ese momento, Whitman se da cuenta de que, desde entonces, celebraría ese río de vida infinito, siempre cambiante. Renuncia a la ficción y a la trama e inventa su nueva poesía, que presta atención a todo aquello a lo que se abren los sentidos», apunta el codirector del Archivo.
Influencias dickensianas
«No es una obra magna, es una novela corta (apenas 36.000 palabras, que junto con el prólogo de Manuel Vilas se traducen en 160 páginas en su edición en español), un poco irregular, pero a la vez muy entretenida y con destellos donde se reconoce a Whitman», explica el traductor. Temprano acometió el encargo del editor Eduardo Riestra en apenas una semana, consciente de lo «inesperado» y «vertiginoso» del proceso, pues la obra estaba, lógicamente, libre de derechos.
Acababa, además, de entregar a Alba la traducción de «Vida y aventuras de Martin Chuzzlewit», de Charles Dickens, y no pudo evitar encontrar en la novela de Whitman «influencias interesantes» del autor inglés. «Es un canto al hombre sencillo, con esa cosa fundacional de los Estados Unidos. No es la imagen que tenemos de Whitman, pero sí se le puede entrever y, aunque está todavía tanteando, asoma el de “Hojas de hierba”. Es una novela que tiene su interés», remata Temprano.
Y, como advierte Turpin, su descubridor, «Vida y aventuras de Jack Engle» nos recuerda que «Whitman llegó a ser el poeta que conocemos escribiendo, escribiendo, escribiendo, escribiendo, rompiéndose el culo como periodista y editor de periódicos». Eso sí, el estudiante matiza que «una vez que se inició en la poesía, esperaba que esos días pudieran olvidarse», sin contar con que los ratones de biblioteca contarían con enormes ventajas siglo y medio después de su muerte.
Fragmento de la novela «Vida y aventuras de Jack Engle» (Ediciones del viento)
¡Ojalá el anciano descanse en paz en su cripta en mitad del ajetreo y el estrépito de esta ciudad, que lo rodea por todas partes! Era una buena persona y, de principio a fin, demostró ser un fiel amigo. A menudo lo imagino –incluso ahora que el tiempo ha suavizado sus rasgos– arrastrando los pies por ahí, con los labios sobre las encías sin dientes, el cabello fino y blanco, los hombros encorvados, las gafas y el abrigo. Repito que ojalá descanse en paz en el venerable cementerio. Los sentimientos mejores de nuestra época han construido cementerios amplios y elegantes, apartados del bullicio de la ciudad: el distinguido y sombrío Greenwood, que probablemente no tenga parangón en el mundo por su recato y sobria belleza; las variadas y boscosas colinas del cementerio de las Evergreens; y la simplicidad clásica y elevada de Cypress Hills. Gracias a acertados avances sanitarios, los enterramientos dentro de los límites de la ciudad son ahora ilegales y están penados con una multa lo bastante cuantiosa para que la prohibición sea efectiva, excepto en los casos, que ocurren ocasionalmente, en que se combinan un fuerte deseo de ser enterrado en algún lugar honrado por asociaciones del pasado y la presencia de los antepasados con la capacidad de pagar la multa. No obstante, los pocos cementerios que hay en algunos de los barrios más ajetreados de nuestra ciudad, también imparten una lección valiosa. Con ocasión del sobrio funeral del anciano, después de que se marchara la gente, me quedé solo y pasé el resto de esa mañana agradable, uno de los mejores días del otoño norteamericano, vagando por el cementerio de Trinity. Me sentía serio pero no muy triste y me dediqué a ir de un sitio a otro y a copiar algunas inscripciones. La hierba larga y lacia me rozaba la cara. Sobre mí se alzaba el verdor, con toques marrones, de los árboles que se nutrían de la decadencia de los cuerpos humanos.