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La permanente actualidad de Dante

Dos obras que celebran a Dante (1265-1321), a setecientos años de su muerte: de Marco Perilli, el ensayo ‘Dante’, y ‘La piedra amada’, ‘vi Canciones de Dante Alighieri’, traducidas por Francisco Segovia, son el motivo de esta reflexión que se extiende a la presencia del genio florentino en nuestro siglo.

Las efemérides tienen a la vez una condición fastidiosa y rutinaria, y una sorprendentemente capacidad creativa. La pandemia ha provocado mayor presencia de esas fechas conmemorativas. En los hoy imprescindibles teléfonos móviles la información de aniversarios –Joyce, Proust, García Márquez– llega a ser molesta e impide al lector interesarse incluso en lo que en otras condiciones llamaría su atención. Sin embargo, el asunto tiene muchos rostros. No es lo mismo los diez años del fallecimiento de un artista, que los cien años del Ulises o que los setecientos de Dante. Por ejemplo, en este último caso, la misma noción de actualidad se transforma, pues casi parecería una broma decir que hay que volver actual a Dante. Y, sin embargo, es lo que sucede, y a veces de manera muy brillante. El autor de la Comedia tiene una gran actualidad y sus lectores celebran con cierta frecuencia hechos notables; pienso, por ejemplo, en la traducción que hizo hace un par de años el poeta español José María Micó y que parece despertar el consenso por su extraordinaria calidad. En estos meses de emergencia sanitaria esa “actualidad” trajo, entre otras cosas, dos hechos notables, aunque de distinto signo: la aparición de un brillante ensayo de Marco Perilli, titulado escuetamente Dante, y la aparición de una edición del Taller Martín Pescador de algunas canciones, traducidas por Francisco Segovia, con el título de La piedra amada, vi Canciones de Dante Alighieri. Empecemos por esta última.

Decir que las ediciones de El Taller Martín Pescador son hermosas es casi innecesario, pero La piedra amada casi da miedo de tanta belleza. Y en cierta manera hace lamentar que sea una edición tan circunscrita (no encuentro otro calificativo y soy consciente de que no es el adecuado): sólo 150 ejemplares. Pero si sabemos que la Eneida cambió la historia de la literatura con apenas siete ejemplares, dejaremos de quejarnos. Si la belleza del libro es intimidante, el texto es una verdadera fiesta verbal. Juan Pascoe, factótum del Taller, y el poeta Francisco Segovia, han hecho mancuerna en varias ediciones anteriores, y aunque el trabajo como traductor de este último es poco abundante, su calidad es tan alta que hay que verlo como parte de su propia obra. Y yo calificaría el de esta Piedra amada como un verdadero milagro. No es ni tiene la intención de hacer una traducción filológica y erudita, sino de hacer presente la poesía del florentino en español en el siglo xxi. A la vez se plantea una tarea extraña: anular esos setecientos años que celebra y volverlos un instante. Y lo consigue de manera paradójica, un tono que no es antiguo, mucho menos viejo, pero que no cae en la torpeza o facilidad de olvidar ese tiempo transcurrido, ese tiempo recobrado –y yo veo aquí un homenaje indirecto, a Proust– al darle una duración mucho más densa.

Los textos en español hacen ver lo moderno que es Dante también en italiano, lo moderna y actual que es la/su poesía, incluso (o, sobre todo) cuando el tiempo del cronómetro no se sincroniza con el de su corazón más íntimo, con su latido mas necesario. Dicho de otra manera, al sustraerse al tiempo como linealidad le da a ese tiempo algo más importante, duración interna en el lector, y eso hace que Dante esté más presente que nunca entre nosotros (me han dicho que los cursos sobre el florentino que se dieron en línea durante la pandemia, en la Fundación para las Letras Mexicanas y en El Colegio de San Ildefonso, tuvieron gran nivel y mucho público). Y, además, Segovia encuentra una libertad extraordinaria en la búsqueda de cumplir las exigencias de una métrica, del ritmo que se escucha en esa poesía. El ritmo es sentido o, de manera mas extrema, y a la manera de Henri Meschonic, el sentido es ritmo. Y así consigue un nuevo milagro: la poesía es, sobre todo la más culta y rigurosa, cuando se consigue como tal, poesía popular.

Por su lado, el Dante de Marco Perilli, publicado también de manera hermosa por Pre-Textos, es un ejemplo de ese buen momento que ha alcanzado el ensayo mexicano reciente. Perilli nació en Italia, pero desde hace años radica en México, escribe en español y yo lo considero un escritor mexicano. En nuestro país ha desarrollado una notable labor editorial en proyectos muy personales y su reflexión es la de un lector sin otra aspiración que leer a Dante, comunicar al lector su relación con un autor y un texto que ha sido parte de sus alimentos terrenales. Nada más, pero también nada menos. Comparte con la traducción de Segovia el buscar una empatía con Dante, una fidelidad a su gesto literario, desparecidas ya las circunstancias políticas y sociales incluso en una época de una mentalidad muy diferente, y sin embargo depositario de las palabras de la tribu en su sentido más evidente. Para nosotros hoy toda la poesía de Dante es poesía de amor.

El ensayo de Perilli, sin embargo, se sitúa en un gesto distinto de la traducción de Segovia: se excede en su formulación conceptual, por ejemplo, en las reflexiones sobre la proporción áurea, y eso se debe, pienso, a que en su mirada los setecientos años sí son tiempo transcurrido y no tiempo recobrado. El texto, desde luego, merece detenerse en él con más tiento para juzgarlo en plenitud.

Termino, sin embargo, con una anotación sobre esa condición secreta de la literatura, que a veces parece casi inherente a ella misma y a su naturaleza: ¿cuántos ejemplares del Dante de Perilli habrán llegado a México? No creo que rebasen el tiraje exiguo y acotado de Piedra amada.

 

 

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