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La peste, espejo de la Historia

La literatura y el arte, al igual que el cine, reflejan cómo la percepción de las epidemias ha ido cambiando en función de los valores de cada época

La peste siempre ha sido un azote de la humanidad. El Imperio Romano perdió un tercio de su población por la viruela, llamada peste antonina, pero los virus ya habían causado estragos en la Atenas de Pericles siete siglos antes. Nada nuevo bajo el sol. Las enfermedades contagiosas han diezmado la población, han provocado migraciones y han sido utilizadas como armas contra el enemigo. Lo que ha cambiado a lo largo de la Historia es la visión sobre estas catástrofes que han inspirado a escritores, pintores y artistas.

Por decirlo con otras palabras, cada época ha tenido una diferente percepción de la peste en función de sus creencias y sus códigos morales hasta el punto de que la reacción frente a este fenómeno devastador sirve para retratar la mentalidad de su tiempo. Cuando el pueblo tebano se dirige a su rey Edipo para pedirle que acabe con la peste que asola la ciudad, éste achaca la desgracia a la voluntad de los dioses. Y por ello decide enviar a su cuñado Creonte a consultar al oráculo al templo de Apolo.

Sófocles, que murió en el año 406 antes de Jesucristo, se inspiró para escribir su «Edipo rey» en la epidemia que masacró a Atenas durante la guerra con los espartanos. El historiador Tucídides contó con todo tipo de detalles los sufrimientos de la población.

En su drama, el primero en el que la peste aparece como un motivo esencial de la trama, Sófocles presenta a Edipo como una víctima del destino ya que, aunque él recurre a todos los medios para aliviar a Tebas del mortal contagio, sufre un cruel castigo. El error que comete Edipo es un tema recurrente en la cultura griega: la hybris, el pecado de los hombres que, cegados por su orgullo, se creen iguales a los dioses.

Voluntad de los dioses

Por ello, el incrédulo y soberbio Edipo constata que el ciego Tiresías tenía razón cuando le había revelado que había matado a su padre y se había casado con Yocasta, su madre. Nada puede hacerse contra la voluntad de los dioses, como subraya el coro de este drama. Y, por ello, Edipo abandona Tebas para morir en soledad y bajo el peso de la culpa.

En «Edipo rey» la peste no sólo es un castigo divino. Es, además, una demostración de la imposibilidad de evitar el destino que nos han impuesto los dioses. Y ése era, sin duda, el sentimiento de los atenientes que se habían concentrado junto a las murallas, que creían que Zeus y los dioses del Olimpo favorecían a los espartanos y castigaban a la ciudad que había aniquilado en Salamina poco años antes al poderoso ejército persa, mandado por Jerjes.

Edipo es la prueba de que nada se puede hacer contra la voluntad de los dioses, que mueven a los hombres como marionetas en función de sus arbitrarios caprichos. En última instancia, la peste es una expiación de la hybris que personifica Icaro cuando Febo funde sus alas al volar por encima de los pájaros.

«Puede que lo que hacemos no traiga siempre la felicidad, pero, si no hacemos nada, no habrá felicidad» (Albert Camus)

En el fondo esa idea seguía latiendo en la Edad Media cuanto estalló la peste negra o bubónica en 1347, coincidiendo con la Guerra de los Cien años. Bocaccio se inspiró en la devastación de aquella epidemia que afectó a Europa para escribir su «Decamerón», en el que un grupo de jóvenes florentinos huyó del contagio en una casa de campo.

En una sociedad feudal y religiosa, la peste bubónica fue recibida como un castigo de Dios a los pecados de la aristocracia y del clero, como una sanción a la impiedad de los ricos y poderosos. Por tanto, la peste tenía un sentido religioso y moral, que se expresa en los capiteles de los claustros de los monasterios y en las representaciones pictóricas de la época en las que se presenta asociada a la figura del diablo.

 

 Anjelica Huston y Assi Dayan en «A walk with love and death»)

 

Hay una maravillosa película de John Huston, «Paseo por el amor y la muerte» (A walk with love and death, 1969), en la que un estudiante y una noble doncella huyen por toda Francia de la guerra y de la peste que finalmente les alcanza en la abadía en la que se han refugiado. Son dos seres inocentes cuyo amor es imposible en un mundo de odio y devastación. Ese retrato conecta con el espíritu del «Decamerón» en el que la epidemia aparece de contrapunto a las ganas de vivir de los jóvenes.

Dando un salto en el tiempo, el escritor irlandés Daniel Defoe escribió en 1722 el «Diario del año de la peste» en el que relata el azote de la plaga que causó una terrible mortandad en Londres en 1655. Defoe describe sus efectos con la visión de un periodista, que cuenta lo que ve, recurre a los datos e intenta buscar una explicación racional.

La obra de Thomas Mann parece asociar la peste al castigo por el deseo homosexual, lo cual la dota de un sesgo moral, que conecta con la visión medieval de la epidemia («Muerte en Venecia»)

No en vano Defoe era heredero del empirismo inglés, representado por Bacon y Locke, que sostenía que sólo la observación de los hechos podía cimentar el desarrollo de la ciencia y del pensamiento. «Diario del año de la peste» es el primer gran reportaje periodístico de la modernidad. «La peste es como un gran incendio que, si se expande en una ciudad muy poblada, aumenta su furia y la destruye en toda su extensión», observa Defoe.

El escritor irlandés abandona cualquier intento de analizar la peste desde el punto de vista moral y metafísico porque es muy consciente de que se trata de una enfermedad vinculada a las condiciones de vida de la urbe. Charles Dickens, que sobrevivió a varias epidemias de cólera, adopta el mismo enfoque. Nadie ha descrito como él los olores, los miasmas, las miserias de los barrios marginales de Londres como focos de incubación de enfermedades contagiosas. Es un punto de vista parecido al de Emile Zola, padre del naturalismo en Francia. Curiosamente Thomas Mann, nacido cinco años después del fallecimiento de Dickens, retoma el tema de la peste con un enfoque totalmente distinto en «Muerte en Venecia», una novela corta escrita en 1912. El protagonista de la narración, llevada al cine por Visconti, es un escritor bávaro llamado Aschenbach, que se va de vacaciones a Venecia.

Allí conoce a un adolescente llamado Tadzio, del que se enamora. Pero Aschenbach se da cuenta de que la peste ha estallado en la ciudad adriática mientras las autoridades locales intentan ocultarla para no espantar al turismo. Finalmente, el escritor decide permanecer en su hotel del Lido y muere contagiado por el virus. La obra de Mann es extraordinariamente ambigua porque parece asociar la peste al castigo por el deseo homosexual, lo que confiere a la obra un carácter esencial moral y ejemplificador. Una visión muy parecida a la de los autores medievales que escribían sobre las epidemias.

Una aproximación totalmente distinta es la de Jack London, autor de «La peste escarlata», publicada el mismo año que «Muerte en Venecia». La obra del escritor nacido en San Francisco tiene un carácter futurista y casi profético. Y ello porque la trama parte de una epidemia que mata a casi toda la humanidad en 2013, un siglo después de su publicación.

«La peste escarlata», de 2072

La acción se desarrolla en el 2072 cuando un grupo muy pequeño de supervivientes viven en condiciones primitivas y salvajes. En ese contexto, un viejo maestro intenta reeducar a sus descendientes en los valores de la civilización desaparecida.

Más que un relato de ciencia ficción, «La peste escarlata» es una distopía. London apunta que la letal enfermedad teñía la piel de color rojo, lo que ha sido interpretado como una referencia y un homenaje a Edgar Allan Poe, fallecido en 1849 cuando sólo tenía 40 años.

Poe escribió un cuento hoy muy celebre, titulado «La máscara de la muerte roja», en la que el príncipe Próspero y un grupo de amigos se encierran en una remota abadía para protegerse de una peste que mata en medio de horribles sufrimientos en pocos minutos.

Próspero organiza un baile para combatir el aburrimiento sin prever que de repente irrumpe un oscuro personaje, vestido con una capa y cubierto con una máscara, que encarna esa muerte roja, personificación del diablo, que propicia el horrible final de un Próspero que se creía invulnerable.

«La máscara de la muerte roja» fue llevada al cine por Roger Corman, que acierta a reproducir el clímax de terror del cuento de Poe. El papel de Próspero es interpretado, como no podía ser de otra forma, por Vincent Price.

A los jóvenes del filme «Paseo por el amor y la muerte» la peste les alcanza. Su amor es imposible en ese mundo (John Huston)

Si la visión de Mann es moralista, la narración de Poe utiliza la epidemia para reavivar los temores profundamente enterrados en el inconsciente colectivo. Pero también en este cuento late una idea del castigo divino a los que se creen invulnerables por su poder y condición social.

Por último, «La peste» de Albert Camus, muy citada estos días, es la obra que mejor representa la concepción moderna de la fragilidad del hombre ante las enfermedades contagiosas, ya que el escritor francés se plantea unos dilemas que son profundamente actuales.

La novela fue publicada en 1947 en el mejor momento de creatividad de Camus, que, por aquel entonces, dirigía el periódico Combat. Había acabado una guerra en la que había sido testigo como miembro de la Resistencia tanto de actitudes heroicas como miserables.

La acción de «La peste» se desarrolla en Orán (Argelia), donde se desata una epidemia, transmitida por las ratas, que diezma a la población. Pronto estalla el terror entre la gente, que intenta sobrevivir como puede mientras algunos echan mano de su poder y de sus privilegios para evitar el contagio.

Ejemplo moral

En medio de la miseria moral, el doctor Bernard Rieux se queda en el Orán para luchar contra la enfermedad, arriesgando su vida. Tras erradicar la peste, Rieux formula la reflexión de que es imposible vencer definitivamente a las epidemias porque los microbios no mueren jamás sino que reaparecen para destruir vidas humanas.

Camus considera que la peste es un absurdo, un hecho sin sentido, dictado por el azar, que mata a las personas en función de una lotería siniestra. Y en esas situaciones caben dos actitudes: se puede actuar con dignidad o intentar huir sin pensar en los demás. Rieux es un médico que asume sus responsabilidades y da un alto ejemplo moral.

Ya en «El mito de Sísifo», publicado cinco años antes, Camus había escrito en sus páginas iniciales que la única pregunta relevante es si la vida tiene sentido o es preferible el suicidio para poner fin al sufrimiento humano. El autor argelino pone a Rieux como ejemplo de que la existencia puede tener sentido si sirve para ayudar a los demás.

Fue Camus el que escribió: «Puede que lo que hacemos no traiga siempre la felicidad, pero, si no hacemos nada, no habrá felicidad». Una filosofía que puede ayudarnos a luchar contra la peste del coronavirus que está destruyendo nuestra forma de vivir y poniendo en evidencia nuestra fragilidad.

 

 

 

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