Derechos humanosDictadura

La reaparición de los presos políticos ha sido un logro de la lucha por rescatarlos

Decidieron aprovechar la ocasión para aparecer dignos, altivos, indignados, incluso algunos sonrientes y desafiantes

 

Es inútil tratar de averiguar los motivos que tuvo la dictadura al presentar en público a los presos y presas políticas. Nadie que no tenga mentalidad de psicópata puede ponerse en la cabeza de las personas que maquinaron llevarlos al juzgado de la forma que lo hicieron. Lo que sí se puede hacer es una relectura del efecto causado, de la brecha entre lo que esperaban sus captores y los resultados en la opinión pública. Si buscaban humillarlos, más bien los re-moralizaron; si buscaban mostrarlos como trofeos ante sus fanáticos, sólo obtuvieron una satisfacción miserable; si pretendían dar una prueba de vida, perdieron el botín de la imagen que los presos y presas supieron arrebatarles con altivez y pundonor.

Por lo general, el apresamiento por motivos políticos persigue sacar de la vida pública a quienes los regímenes autoritarios consideran sus enemigos por el desafío que representan sus ideas. Busca suprimir su libre movilización, apagar sus voces y borrar sus imágenes. Incapaces de derrotarlos en el terreno político, los tiranos se inventan excusas absurdas para expulsarlos de la sociedad y quitarse de encima el activismo molesto en un territorio que consideran suyo, acallar las voces que todos los días hablan de problemas y de retos que no han sido autorizados por la caverna, y borrar las imágenes ubicuas de personajes políticos que rivalizan con la iconografía oficial.

Es la cultura de la cancelación que el pensamiento totalitario intenta aplicar allá donde tiene la oportunidad de implantar el olvido bajo la lógica orwelliana de “quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro”. Siguiendo este guion, el orteguismo lo ha negado todo, incluso los crímenes cometidos a la luz pública y con evidencias gráficas irrebatibles como el asesinato de Álvaro Conrado y la masacre del 30 de mayo de 2018.

Con los presos políticos no iba a ser diferente. Desde el propio momento de sus capturas se apropiaron de cuanto representaban, pero sobre todo de sus imágenes. Los mantuvieron en paradero desconocido durante varias semanas, negando a sus familiares que los tuvieran en su poder. Luego los han sometido a condiciones de cautiverio sin acceso a sus abogados defensores ni a sus familias, queriendo con ello demostrar que los presos eran propiedad de los captores, al arbitrio del mando supremo que no tuvo empacho de condenarlos en plaza pública por ser “peones del imperio”.

Acorde con esta liturgia de la cancelación, el dictador ordenó juzgarlos en tribunales secretos dentro de las propias cárceles, lejos del escrutinio público para que nadie, salvo sus agentes políticos, pudiera verlos ni escuchar sus alegatos. De esta manera, manteniéndolos fuera del alcance de los medios de comunicación, era como si los juicios hubiesen ocurrido en una dimensión lejana de los problemas de la vida cotidiana de la población. Un intento de implantar una especie de esquizofrenia colectiva según la cual los juicios ocurrieron, pero los acusados no; las condenas sí, pero los condenados, esas no-personas sin rostro, no. No solo con los presos de El Chipote, también a todos los más de 200 presos se les ha aplicado el mismo rito.

Desde el inicio buscó que la gente se olvidara de los presos, que siguiera con sus vidas y los dejara pudrirse en las mazmorras del régimen.

Pero no ha sido así. Desde entonces se ha librado una batalla por la imagen de los presos y presas. Familiares, grupos de nicaragüenses y militantes de la solidaridad de los cuatro rincones del mundo se conjuraron en una campaña demandando la visibilidad y la liberación de los presos, en sentido opuesto al olvido que buscaba la dictadura. Desde aquel momento se inició una lucha por que los mostraran, por saber cuál era su estado físico y mental del que sólo las visitas esporádicas podían dar algún testimonio. Así tomaron cuerpo iniciativas de distinto tipo: llamados públicos firmados por personas del mundo de la política, de la cultura, de las ciencias, de la academia y de activistas sociales de reconocida trayectoria; también gestiones ante gobiernos y parlamentos del mundo, foros públicos de denuncia, la reproducción a escala a natural de la celdas de castigo y, por supuestos los retratos hablados que mostraron el deterioro físico.

Sobre esto último conviene detenerse. Los retratos hablados fueron la prueba palpable de que se trataba de una lucha por recuperar las imágenes que la dictadura pretendía confiscar. Era el olvido vs. la memoria, el abandono vs. la solidaridad, el ostracismo vs. la presencia. El impacto fue brutal. De repente todos tuvimos en nuestras pantallas sus fotos tal y como los familiares los veían en cada visita: demacrados, torturados…marchitándose. Y como a veces una imagen vale más que mil palabras, la denuncia sobre la situación de los presos políticos pasó de las palabras a las evidencias

Los retratos pusieron a la defensiva a los secuestradores, como se demostró con la primera comparecencia inesperada de Félix Maradiaga. A raíz de ello, quién sabe por qué cálculos, la dictadura rompió su propia censura sobre la imagen de presos y presas y dio paso a presentaciones a cuenta gotas y controladas por sus medios de propaganda. Sin embargo, a pesar de los cálculos y los controles, no pudo evitar que la reaparición en traje azul de esas personas que llevaban en la invisibilidad 14 meses, tuviera efectos colaterales no deseados al convertirlos en íconos de la lucha.

Esta reaparición tuvo el mérito de poner de nuevo en la agenda pública nacional e internacional la denuncia sobre la situación de los presos políticos en Nicaragua, a contrapelo de otros temas de peso como la guerra de Putin contra Ucrania y la crisis de la inflación que sacude el mundo. Así como se lee: los presos y presas lograron colarse en la atención pública. Pero no fue por obra y gracia de los carceleros ni por torpeza de los jerarcas. Nada que ver; les arrancamos a pellizcos el derecho a saber cómo estaban. Aparentemente, los rehenes también así lo interpretaron porque decidieron aprovechar la ocasión para aparecer dignos, altivos, indignados, incluso algunos sonrientes y desafiantes.

Ahora falta el paso siguiente, el costo que desde el inicio ha querido evitar la dictadura: falta recuperar sus voces y su libertad. Cuando esto ocurra, a la tiranía le quedarán menos hojas en el calendario y las Violeta, las Tamara, las Dora, las Ana Margarita, las Evelyn, los Félix, los José Antonio, los Michael, los Medardo, los Max, los Harry y resto de presos y presas en las distintas mazmorras del régimen, pondrán los últimos clavos en el cajón del dictador.

 

 

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