La recarga de la discordia
Un nuevo reproche ha venido a sumarse a la lista de quejas que algunos cubanos residentes en el exterior le hacen a sus compatriotas de la Isla. Se trata esta vez de las peticiones para que desde el extranjero hagan recargas de saldo telefónico: «Votaste Sí en el referendo constitucional, participas en la marcha del Primero de Mayo, no haces nada por derrocar a la dictadura y arriba de eso me pides una recarga», responden algunos airados parientes.
Los actores de este drama son tres: el cubano que quiere tener conectividad, el Estado que se queda con el dinero y el emigrado que paga por recargar un móvil o una cuenta de navegación Nauta.
Para el residente en Cuba la conectividad puede ser considerada como un lujo o como una necesidad impostergable; todo depende de su perfil ocupacional, los deseos de estar informado, sus planes de emigrar o simplemente la vocación de comportarse como un terrícola del siglo XXI. Apela a la recarga desde el extranjero porque su salario no le permite pagar el injustificable precio que impone el monopolio telefónico.
Para el Estado cubano la conectividad, ya sea para hablar por teléfono o para enlazarse a la red, se ha convertido en la mercancía más beneficiosa con que cuenta
Para el Estado cubano la conectividad, ya sea para hablar por teléfono o para enlazarse a la red, se ha convertido en la mercancía más beneficiosa con que cuenta. Su costo es mínimo, su precio desmesurado, su demanda creciente y buena parte del cobro se realiza en dinero real, dólares, euros, libras esterlinas o la moneda que use el generoso pariente que compra el saldo en los numerosos sitios digitales que ofrecen el servicio.
Para el pariente o amigo que paga la recarga, digamos que 20 dólares cada mes, esta es una manera de garantizar la fluida comunicación con la familia, al tiempo que favorece la posibilidad de que el receptor se entere de lo que pasa en el mundo de forma independiente y además que, si se atreve, participe como activista subiendo a las redes sus opiniones o un video denunciando algún abuso de las autoridades. Como la mayor parte de los emigrados tiene que trabajar muy duro para ganarse el sustento, estas recargas suelen constituir un sacrificio, sobre todo cuando tienen en la Isla más de un posible beneficiario.
En la medida que la telefonía móvil se expande en Cuba crece la demanda de recargas provenientes del exterior. La posibilidad de conectarse a Internet desde los celulares ha disparado un consumo de gigabytes que, debido a su elevado precio, no se corresponde con el nivel adquisitivo promedio de la población.
Esta es la razón por la cual el monopolio estatal de telecomunicaciones Etecsa incentiva con apetitosas promociones la compra de saldo desde el extranjero. Pagas 20 y recibes un bono de 30 es una de las más repetidas y la que más ansiedad produce en los posibles beneficiarios.
Es harto conocido que la casi totalidad de las remesas que envían a Cuba los familiares radicados fuera del país terminan en las cajas contadoras del mercado estatal. Se ha estimado que a cada mercancía vendida en las tiendas recaudadoras de divisas (TRD) el Estado impone un precio que puede superar el 200% de lo que le cuesta adquirirlo o producirlo.
Muchas personas, sobre todo los jubilados, sobreviven gracias a estos envíos. Los lazos de sangre y el cariño hacia una madre o un abuelo pueden más que los escrúpulos políticos.
Pero cuando la frecuencia con que les piden una recarga llega a ciertos límites, «como si aquí el dinero se diera silvestre en los parques», muchos emigrados se formulan dos preguntas: ¿Qué hace el Gobierno con mis dólares? ¿Para qué quieren conectarse a internet estos «serviles eunucos, carneros obedientes, sustentadores de la dictadura»?
A veces los que han pagado un elevado precio por la valentía comprenden mejor a los cobardes
Los epítetos arriba mencionados abundan en las redes. Tal vez provienen de patriotas que fueron despojados de sus propiedades, que soportaron largos años de presidio político o que tuvieron que escapar para evitar una muerte segura. O no. A veces los que han pagado un elevado precio por la valentía comprenden mejor a los cobardes.
En su idealista afán por apresurar los cambios en Cuba, sobre todo cuando se ha permanecido muchos años en el exilio, algunos emigrados quisieran ver un resultado más inmediato y sustancioso como fruto de la ayuda que proporcionan. Pero los gigabytes no son proyectiles con carga explosiva, sino sutiles y lentos empujoncitos al muro de la desinformación, ventanas para asomarse a la libertad, desgarrones al velo que no deja ver la realidad.
Las fotos y videos que mostraron la estampida de la caravana presidencial en el poblado de Regla, las imágenes de una airada protesta en Guantánamo, la represión a que se sometió una marcha contra la homofobia en el Prado habanero, las detenciones arbitrarias y golpizas y otros hechos de la historia reciente, nunca difundidos por los medios oficiales, son hoy accesibles en YouTube. Detrás de todo eso también están las recargas de la discordia.