La repentina parálisis triple latinoamericana
Las remesas, una fuente de ingresos clave para millones de hogares latinoamericanos, cayeron en picada a principios de la pandemia
WASHINGTON DC – Pocas cosas son tan aterradoras para las economías emergentes como la repentina parálisis que tiene lugar cuando los inversores externos pierden la confianza y huyen con su capital, provocando, por lo general, devaluaciones y recesiones. América Latina y el Caribe enfrentan ahora una repentina parálisis sin precedentes en tres frentes, con grandes trastornos para la movilidad humana, el comercio y los flujos de capital. Para superar este desafío serán necesarias disciplina, creatividad y astucia en el diseño de las políticas.
La primera parálisis repentina está relacionada con el estancamiento de la economía derivado de los confinamientos impuestos para proteger la salud pública. Un análisis de la movilidad desarrollado por el Banco Interamericano de Desarrollo para 20 países de América Latina y el Caribe (ALC) muestra que, entre la segunda semana de marzo y la tercera de junio, la cantidad de personas que se desplazaron más de un kilómetro al día cayó en niveles que van del 22 % en Brasil al 48 % en Chile: mucha gente fue incapaz de ganar dinero o de gastarlo.
Las restricciones a los viajes también afectaron a los negocios internacionales y al turismo. Según la Asociación Latinoamericana y del Caribe de Transporte Aéreo, las aerolíneas que funcionan en la región solo transportaron 1,08 millones de pasajeros en abril, frente a 35,3 millones el año pasado. El turismo —que representa 1 de cada 10 puestos de trabajo y un promedio del 18 % del PBI en los países más pequeños de ALC— también atraviesa una aguda crisis. Aún no queda claro cuando este sector podrá recuperar su papel fundamental en la región.
La segunda parálisis repentina se dio en el comercio. Las exportaciones de la región recibieron un golpe tremendo y los precios de las materias primas latinoamericanas clave siguieron cayendo de manera considerable. Entre el cuarto trimestre de 2019 y fines de mayo, el precio del petróleo se desplomó un 50 %, y los del cobre y la soja sufrieron una baja del 11 %. La caída general de la demanda global, debida al menor consumo y el aplazamiento de la inversión, se difundió desde China a Estados Unidos y Europa Occidental, afectando a sus socios comerciales en ALC. Cuando se consideran los numerosos problemas del lado de la oferta en el mundo las perspectivas son sombrías: la Organización Mundial del Comercio prevé que para fin de año el volumen de las exportaciones latinoamericanas caerá entre el 13 y el 32 %.
Por último, hay una parálisis repentina en los flujos de capital. Para fines de enero, 4 de los 7 mayores países latinoamericanos —Brasil, Chile, Colombia y México— registraron ingresos de capital netos récord de 18 600 millones de dólares; Para fines de marzo el flujo se había revertido para convertirse en una salida neta de 15 600 millones de dólares, según datos de EPFR Fund Flows y Haver Analytics. Además, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo estima que el ingreso de inversión directa extranjera cayó entre el 40 y el 55 %. Mientras tanto, el riesgo país promedio, reflejado por los diferenciales del Índice de Bonos de Mercados Emergentes, aumentó de 420 a principios de enero hasta tocar un máximo de 1126 puntos básicos a fines de abril según Refinitiv, aunque desde entonces bajó a 728 puntos básicos en agosto. En resumidas cuentas, muchos países de la región son percibidos como excesivamente riesgosos; los costos del endeudamiento se han disparado y en algunos casos se tornaron prohibitivos.
Las remesas, una fuente de ingresos clave para millones de hogares latinoamericanos, cayeron en picada a principios de la pandemia cuando los inmigrantes perdieron sus empleos y ya no pudieron enviar dinero a casa. Según los datos de sus respectivos bancos centrales, sufrieron en abril una baja del 27,9 % en Honduras, del 40 % en El Salvador y del 20,2 % en Guatemala respecto de sus valores en abril de 2019. De todas formas, las remesas se han recuperado en los últimos meses, en gran medida gracias a programas de asistencia social sin precedentes, que sostuvieron una divergencia histórica entre el PIB y el ingreso disponible en Estados Unidos, país donde residen muchos inmigrantes de ALC. Sin embargo, dada la elevada incertidumbre en cuanto al aumento del ingreso disponible, los envíos de remesas a la región en su conjunto podrían caer entre el 20 y el 30 % interanual en 2020, según los cálculos del BID.
Las crisis con parálisis repentinas clásicas se caracterizan por un mecanismo de autocorrección: la reducción de los flujos de capital entrante tiene como resultado que el tipo de cambio real se deprecie y genere un ajuste en los déficits de la cuenta corriente, una caída de las importaciones, exportaciones más competitivas y un ingreso de dinero. Esos déficits se han difundido actualmente por toda la región de ALC. Pero con una crisis mundial sincronizada en pleno desarrollo, es difícil imaginar que la región pueda solucionar sus problemas a fuerza de exportaciones.
De hecho, con los mercados financieros y las cadenas de valor mundiales más integradas que en cualquier otro momento de la historia humana, los efectos de la pandemia de la COVID-19 ya son similares a los de la crisis de la deuda de la década de 1980 o la Gran Depresión de la década de 1930. Es extremadamente probable que América Latina y el Caribe sufran una gran recesión este año y pierdan entre el 8 y el 10 % de su PIB, lo que implica que serán necesarios más de 3 años para volver a los niveles tendenciales previos a la pandemia.
La situación se complica aún más por las graves condiciones preexistentes, entre ellas, los bajos niveles de productividad y las crisis sociales. Para solucionar estos problemas serán necesarios un mayor gasto en atención sanitaria, transferencias del gobierno a los pobres y créditos a las empresas en dificultades. Pero los resultados fiscales y la relación entre deuda pública y PBI se han deteriorado considerablemente desde la crisis financiera mundial de 2008-2009, dificultando en extremo el gasto público y de estímulo.
Una de las lecciones que nos dejaron las crisis anteriores es que cuando tiene lugar una parálisis repentina no es momento de mirar hacia adentro, por el contrario, la región debe buscar una mayor integración mediante acuerdos comerciales y la eliminación de barreras arancelarias y no arancelarias, como los controles aduaneros excesivos.
Los países de ALC deberán además recortar el gasto público y eliminar ineficiencias que, según un estudio reciente del Banco Interamericano de Desarrollo superan, en promedio, el 4 % del PBI. En algún momento tendrán que decidir cómo aumentar su capacidad de recuperación a través del gasto de capital que impulse la productividad y aliente el crecimiento. Los gobiernos también tendrán que aumentar los impuestos para mejorar la distribución del ingreso a través de las redes de seguridad social y proporcionando mejores servicios públicos. La buena noticia es que la región podría recibir un gran dividendo en infraestructura, e incluso pequeñas mejoras en la eficiencia de los servicios podrían impulsar el crecimiento unos 3,5 puntos porcentuales en un período de 10 años.
El peligro de la triple parálisis implica que se debe actuar en múltiples frentes, incluso mientras las sociedades aprenden a vivir con la pandemia y posibles olas futuras del virus. La región emergerá de esta crisis más pobre, más endeudada y con un mayor problema de distribución del ingreso. Cuanto más rápidamente contengan la pandemia los países, antes podrán volver a poner en marcha sus economías sin múltiples parálisis repentinas y sus catastróficas consecuencias.
Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate.