Democracia y Política

La represión en Venezuela: Un golpe en cámara lenta

20150228_LDP004_0El régimen «bolivariano» venezolano va dando tumbos desde el autoritarismo hacia la dictadura. El 19 de febrero arrestó al alcalde electo de Caracas, Antonio Ledezma. Luego ha buscado la expulsión de la Asamblea Nacional de Julio Borges, un dirigente opositor moderado -un destino padecido por su colega María Corina Machado, expulsada el año pasado-. Leopoldo López, otro dirigente opositor, ha estado preso por un año y hace frente a un juicio. Casi la mitad de los alcaldes opositores enfrenta acciones legales. La acusación favorita del régimen contra los políticos hostiles es conspirar para derrocar al gobierno, a menudo en complicidad con los Estados Unidos. Pero es más bien el presidente, Nicolás Maduro, quien está escenificando un golpe contra los últimos restos de democracia. Los venezolanos lo llaman «autogolpe».

Hugo Chávez, quien fuera el creador y líder máximo del sistema bolivariano de Estado socialista hasta su muerte en 2013, fue electo repetidamente por los venezolanos, gracias a ingresos petroleros imprevistos, y a su compenetración con los pobres. Él consideró su mayoría como un mandato para asfixiar la democracia venezolana, asumiendo el control de las cortes y de la autoridad electoral, y suprimiendo los medios de comunicación opositores. Los gobiernos de América Latina lo consintieron, en parte debido al apoyo popular que Chávez tenía.

El señor Maduro, sin embargo, no posee el carisma y la habilidad política de Chávez, así como su suerte en materia de precios del petróleo. Políticas económicas descabelladas han generado escasez de alimentos, una inflación galopante y una pobreza en aumento. El apoyo popular al presidente y su gobierno se ha desplomado hasta cerca de un 20%. En una contienda justa, la oposición previsiblemente ganaría las elecciones parlamentarias que deben realizarse este año. Podría luego celebrarse un referendo en 2016 para revocar el mandato de Maduro.

TIEMPO DE HABLAR FUERTE

En un aspecto -reprimir a la oposición- Maduro ha rebasado a su antiguo jefe. Chávez le permitía a sus rivales retarlo en votaciones más o menos libres. Maduro los encarcela. El pasado 24 de febrero un niño de 14 años fue asesinado en una manifestación anti-gubernamental, por la bala de un policía. Este último fue arrestado. Pero tales incidentes aumentan la probabilidad de que la confrontación entre el régimen y sus críticos se torne violenta, dando excusas para más represión. Con ese fin, el arresto de Ledezma pudo haber tenido la intención de provocar una repetición de las manifestaciones del año pasado contra el gobierno, en las cuales 43 personas de ambas partes del conflicto fueron asesinadas. Ello sólo sirvió para fortalecer a Maduro.

Maduro tiene la principal responsabilidad a la hora de evitar tal violencia. Tanto la oposición como los vecinos de Venezuela tienen el papel de intentar mantener la paz y rescatar la democracia. Enfrentada con la deriva del gobierno hacia la ilegalidad, la respuesta opositora debería ser redoblar su compromiso con el Estado de derecho. El señor Ledezma ha hecho un llamado a favor de la no-violencia. La oposición está presionando a la autoridad electoral para que establezca una fecha para las elecciones parlamentarias.

La oposición merece ser ayudada. Por demasiado tiempo América Latina ha tolerado el abuso de Venezuela a las normas democráticas. Los últimos escándalos han generado la preocupación de Brasil, la OEA, etc. Tienen que hacer más. Deberían exigir la liberación de Ledezma y López y exigir garantías de que las elecciones serán justas. Si fallan en el intento, deberían entonces suspender a Venezuela de las instituciones regionales, como la Unión de Naciones Sudamericanas, que exige de sus miembros que sean democracias. La amenaza de convertirse en un paria podría hacer reflexionar al señor Maduro.

Traducción: Marcos Villasmil

 

EL ORIGINAL EN INGLÉS:

Venezuela´s crackdown: A slow-motion coup

VENEZUELA’S “Bolivarian” regime is lurching from authoritarianism to dictatorship. On February 19th it arrested the elected mayor of metropolitan Caracas, Antonio Ledezma. Then it moved to expel Julio Borges, a moderate opposition leader, from the National Assembly—a fate already suffered by his colleague, María Corina Machado, ejected last year. Leopoldo López, another opposition leader, has been in jail for a year and is now on trial. Almost half the opposition’s mayors now face legal action. The regime’s favourite charge to level at hostile politicians is plotting to overthrow the government, often in conspiracy with the United States. But it is the president, Nicolás Maduro, who is staging a coup against the last vestiges of democracy. Venezuelans call it an autogolpe, or “self-coup”.

Hugo Chávez, who created and presided over the Bolivarian state-socialist system until his death in 2013, was repeatedly elected by Venezuelans, thanks to windfall oil revenues and his rapport with the poor. He took his majority as a mandate to squeeze the life out of Venezuelan democracy, seizing control of the courts and the electoral authority, and suppressing opposition media. Latin America’s governments acquiesced partly because they acknowledged his popular support.

Mr Maduro, though, lacks Chávez’s charisma and political skills—and his luck with the oil price. Crackpot economic policies have brought food shortages, soaring inflation and rising poverty. Popular support for the president and government has collapsed to around 20%. In a fair contest, the opposition would be likely to win parliamentary elections due this year. It could then hold a referendum in 2016 to recall Mr Maduro.

Time to speak up

In one respect—repressing his opposition—Mr Maduro exceeds his former boss. Chávez let rivals challenge him in a free-ish vote. Mr Maduro locks them up. On February 24th a 14-year-old boy at a demonstration against the government was killed by a policeman’s rubber bullet. The policeman was arrested. But such incidents raise the likelihood that the confrontation between the regime and its critics will turn violent, providing an excuse for still more repression. To that end, the arrest of Mr Ledezma may have been intended to provoke a reprise of last year’s demonstrations against the government, in which 43 people on both sides of the conflict were killed. Those served only to strengthen Mr Maduro.

The prime responsibility for avoiding such violence lies with Mr Maduro. But both the opposition and Venezuela’s neighbours have a role in trying to keep the peace and rescuing democracy. Faced with the regime’s drift towards lawlessness, the opposition’s response should be to redouble its commitment to the rule of law. Mr Ledezma has called for non-violence. The opposition is pressing the electoral authority to set a date for the parliamentary vote.

The opposition deserves help. For too long Latin America has tolerated Venezuela’s abuse of democratic norms. The latest outrages have provoked expressions of concern from Brazil, the Organisation of American States and others. They must do more. They should demand the release of Mr Ledezma and Mr López and call for guarantees that the election will be fair. If they fail to get them, they should suspend Venezuela from regional groupings, such as the South American Union, which require their members to be democracies. The threat of becoming a pariah might just give Mr Maduro pause.

 

 

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