La respuesta de AMLO al Parlamento Europeo muestra su desesperación
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), lleva mes y medio irritado: su popularidad sigue cayendo, su agresividad sigue aumentando y el lenguaje que utiliza baja de nivel semana a semana. El jueves 10 avergonzó incluso a sus seguidores más beligerantes: su gobierno emitió un comunicado que calificaba a los integrantes del Parlamento Europeo de borregos, desinformados, panfletarios y cómplices de un grupo corrupto, reaccionario y golpista.
El comunicado fue escrito personalmente por el presidente, su vocero y “otros compañeros”, según admitió el propio AMLO a la mañana siguiente. Lo hicieron en respuesta a que el Parlamento Europeo condenó, con 607 votos a favor, dos en contra y 73 abstenciones, la creciente violencia contra periodistas en México y las constantes declaraciones denigrantes del presidente contra la prensa independiente.
El problema es real: en lo que va del año han sido asesinados seis periodistas, de acuerdo con la organización Artículo 19. La reacción de AMLO ha sido minimizar el hecho e insultar a diario a periodistas y medios de comunicación cuyas investigaciones u opiniones exhiben los fallos de su gobierno. Las organizaciones defensoras de la libertad de expresión consideran que la violencia verbal del presidente estigmatiza el ejercicio periodístico.
La resolución también señala “la existencia de claros indicios de que el Estado mexicano ha utilizado herramientas de piratería telefónica destinadas a luchar contra el terrorismo y los cárteles, incluido el programa espía Pegasus, contra periodistas y defensores de los derechos humanos”.
El presidente pudo haber optado por responder diplomáticamente a los señalamientos del Parlamento Europeo. Un buen trabajo de cabildeo hubiera logrado desactivar que la resolución señalara su “retórica populista” o matizar los dichos sobre terrorismo y Pegasus. El problema es que AMLO optó por quitarse la investidura de jefe de Estado y vestirse de pandillero. La carta, que avergüenza al prestigiado cuerpo diplomático mexicano, ni siquiera pasó por la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana porque su objetivo no era diplomático, sino político.
El lenguaje soez que utilizó —inusual en una posición oficial de gobierno— ruborizó incluso a los oficialistas más aguerridos. Inicialmente el diputado Gerardo Fernández Noroña, conocido por sus expresiones extravagantes, publicó que el comunicado era falso. La diputada Patricia Armendáriz, que protagoniza cotidianamente confrontaciones tuiteras, pidió a la Cancillería “salir a desmentir este burdo escrito».
Cuando se confirmó la autenticidad del documento, ambos tuvieron que aplaudirlo, pero Armendáriz aceptó que “no es una pieza de diplomacia” y Fernández Noroña acotó: “Me parece un error utilizar la palabra borregos”.
Desde hace seis semanas que revelamos el escándalo de la lujosa “Casa gris” de su hijo José Ramón López Beltrán, el presidente perdió el control de la discusión pública. Nunca en su administración había pasado tanto tiempo sin que dominara los temas de conversación y esto ha repercutido en una caída en su popularidad, que está en el nivel más bajo de su gobierno de acuerdo con el promedio de encuestas.
Para tratar de recuperar la narrativa, el mandatario ha echado mano de la política exterior: buscó pelearse con Austria para poder traer el penacho del antiguo emperador mexica Moctezuma, calificó de “inquisidora” a la canciller panameña por no aceptar que un hombre acusado de acoso sexual fuera el embajador de México en ese país y planteó poner en “pausa” las relaciones diplomáticas con España. Ninguno de esos países compró a fondo el pleito.
AMLO los quiere usar como distractor ante los cuestionamientos de corrupción en su propia familia, pero se ha vuelto el hazmerreír de programas de televisión europeos que recurrentemente se burlan de estas ocurrencias desesperadas.
Seguramente algo similar sucederá con los insultos a los eurodiputados, que actuarán con la madurez que el presidente no tiene. Europa es la segunda fuente de inversión extranjera para México, el intercambio comercial supera los 75,000 millones de dólares y está en proceso de ratificación un tratado de libre comercio entre México y la Unión Europea en los Congresos de las naciones integrantes. Si se tomaran en serio al presidente mexicano, quizá lo frenarían. Pero no parece que vaya a suceder: cada vez más, a AMLO se le da trato de niño berrinchudo.
De otra forma, revertir ese tratado comercial desataría consecuencias económicas gravísimas. El tratado, que entró en vigor en 2000, contiene una cláusula que obliga a los firmantes a respetar los derechos democráticos y los derechos humanos. Durante los años de vigencia de este acuerdo, se han documentado diversas violaciones sistemáticas de los derechos humanos en México, pero nunca se ha aplicado esta cláusula.
Antes, cuando les convenía, a los obradoristas el Parlamento Europeo les parecía una instancia de respeto. Cuando el tratado se estaba discutiendo, el líder del partido opositor de izquierda (de la Revolución Democrática) era AMLO, quien envió en 1998 una delegación de alto nivel de su partido a Europa para aplaudir que se hubieran pronunciado condenando “sin reservas el uso de la violencia como instrumento político” en el país, tras la masacre de 45 personas en Acteal y la creciente actividad paramilitar con el contubernio de autoridades políticas.
Hace menos tiempo, en octubre de 2014, el Parlamento Europeo aprobó una resolución para condenar la desaparición de 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, el episodio que aniquiló políticamente a la administración de Enrique Peña Nieto. En ambas ocasiones, el obradorismo aplaudió rabiosamente a los eurodiputados.
Pero la política da vueltas. Y hoy, la condena del gobierno mexicano al Parlamento Europeo exhibe —otra vez— las profundas contradicciones de un presidente que traicionó sus ideales, que se volvió otro cuando llegó al poder. Un hombre que toda la vida criticó el autoritarismo y que hoy es un autócrata de tiempo completo.