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La Revolución cubana ha muerto

El entusiasmo que genera toda revolución —Kant lo apuntaba en su Filosofía de la Historia—, hace tiempo se le acabó a la Revolución cubana. Y se le acabó porque la misma ha ido agotando minuciosamente su reserva simbólica: su compromiso social.

El pueblo pasó de figura tangible a decorado retórico, y cae sobre ese olvido-coerción no solo la “parte disensa” del pueblo, sino el pueblo en su generalidad. Las reformas implementadas en la llamada “Tarea Ordenamiento” han ido, una tras otra, cometiendo todo tipo de errores que, por ser tan inconcebibles para una economía hecha trizas, se podría pensar que son a priori. No se ha pensado ni medianamente en solucionar los problemas inmediatos de la gente, sino en entorpecer la vida del ciudadano de a pie, y todo esto en medio de una pandemiaDe ese desespero colectivo nace el 11 de julio.

Es primera vez, en los 62 años de retórica populista de la Revolución cubana, que el régimen castrista ha tenido que enfrentar un levantamiento popular a tal escala. Y lo hecho al más puro estilo totalitario: violencia pura y dura. Los mecanismos de represión habían sido, casi siempre, sinuosos, puntuales y profilácticos. Pero el repertorio mostrado ante cada cámara de celular fluctúa entre sórdidas imágenes de jovencitos del servicio militar asustados y con palos en la mano, hasta policías con una indumentaria futurista y temeraria. Disparos, sangre, piedras, consignas de un lado y verdades desgarradas del otro; la ilustración más acabada de la cubanidad inoculada por el castrismo: división y odio.

Díaz-Canel perdió la oportunidad de ser un Gorbachov tropical y eligió ser una prolongación dócil y mezquina en manos del pináculo del poder real en Cuba; léase Raúl Castro. Eligió seguir definiendo la cubanidad como una categoría política, por eso “la calle es de los revolucionarios”, de ahí en fuera no existen los demás, y como no existen son fácilmente desechables. Pareciera retumbar la ecuación estalinista: la muerte de un hombre es una tragedia, la de un millón una estadística.

Después de este baño de sangre tan hiperreal, después de estos encarcelamientos y desapariciones, no será posible ninguna “rectificación”, ese término tan comunista y demodé utilizado en la Rusia sóviet de Stalin, la China de Mao y la Cuba de Fidel/Díaz-Canel. Y no será posible porque la Revolución, como cruel Uróboros, se ha mordido su propia cola, esa cola que siempre fue su estratégico leitmotiv: el pueblo.

Cuando el lenguaje político gravita hacia la nada y necesita jalar el gatillo para ser creíble, el evento revolucionario ha terminado. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que la Revolución cubana ha muerto. Solo le queda que custodien su cadáver sus tropas de asalto, antes de que otro estallido social la borre del mapa histórico. Es cuestión de tiempo.

 

 

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