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La semana final

 Foto EFE

 

En unas 100 horas se comenzarán a instalar las 30.026 mesas de votación para el 28 de julio y en 50 horas más los venezolanos, que han podido salvar la criba oficial, que se colaron por los orificios que el Consejo Nacional Electoral no pudo tapar en su totalidad, estarán ejerciendo su derecho al voto ¿Cuántos serán? Mucho menos de los 21 millones aptos para votar pero los suficientes, según los estudios de opinión, para que se mantenga la amplia brecha de la intención de voto que favorece al candidato presidencial de la unidad opositora Edmundo González Urrutia.

Ha sido una campaña atípica y accidentada, contraria al espíritu de convivencia política que en algún momento no tan lejano suscribieron las partes, las delegaciones del gobierno de Nicolás Maduro y de la Plataforma Unitaria Democrática, en Barbados y que, de respetarse, hubiera disminuido radicalmente el ambiente de incertidumbre que ha marcado y marca el proceso electoral.

De manera que las dudas y las angustias persisten a tan solo horas del día de votación: ¿se votará finalmente? ¿Podrán concurrir los electores a sus centros de votación pacífica y ordenadamente? ¿Cuándo y qué resultados darán? ¿Intentará el gobierno un fraude ante la evidencia de una derrota contundente el 28J? ¿Tendrá la unidad opositora la organización indispensable para elaborar un escrutinio propio con su respaldo por cada una de las 30.000 mesas?

¿De qué importancia es la elección del 28 de julio? Quizás más que la de los comicios presidenciales de diciembre de 1958, que ratificaron la decisión del pueblo venezolano de enrumbar el país por la senda democrática alcanzada en la fecha histórica del 23 de enero de ese año, cuando fue derrocada la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez. En la madrugada de aquel jueves 23 el dictador huyó del país.

Este es aún un proceso más complejo porque se desarrolla bajo un sistema autocrático empeñado en entorpecer la expresión popular y, por tanto, la transición a la democracia y el regreso de las libertades, de pensar y actuar políticamente, de ejercer a plenitud los derechos consagrados en la Constitución.

La cúpula oficial que se niega a aceptar la realidad, tanto la miseria en la que ha sumido a la población como la impetuosa fuerza popular que sostiene la esperanza del cambio político, será la responsable de un desenlace reñido con la convivencia ciudadana. Todavía está a tiempo, sin embargo, de permitir un día electoral con las mismas garantías que aquel en que se eligió a Hugo Chávez en 1998 y tener la entereza para afrontar la decisión de los venezolanos y preservar, si aún la anima alguna idea política, su participación en la urgente reconstrucción nacional.

Se transitan, pues, horas decisivas de la vida nacional, de sus gentes, dentro y fuera del país. Las fuerzas democráticas de oposición se han ganado en la calle el derecho a liderar este proceso de cambio político. En un tiempo muy complejo, de amenazas y provocaciones, han dado muestras de madurez, de claridad estratégica y de honda sintonía con el latir popular. El premio debe ser la victoria. Y la victoria, un compromiso indisoluble con Venezuela.

 

 

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