La táctica del doble discurso
Como te digo una cosa te digo la otra. La táctica del doble discurso de Argentina con los organismos internacionales de crédito, entre el presidente que dice una cosa y la vicepresidenta que dice la otra mientras el ministro de Economía negocia con el FMI, lejos está de ser un cortocircuito. Se trata de una estrategia, de modo enviar dos señales en una: tenemos voluntad de pago, pero, como dejó dicho Cristina Kirchner en un acto realizado en Las Flores, provincia de Buenos Aires, “no tenemos la plata”.
Era el 24 de marzo, aniversario del último golpe militar en Argentina. Una fecha emblemática para los derechos humanos, marcada en rojo en el calendario quizá por el guiño al régimen de Nicolás Maduro con el retiro del Grupo de Lima en discrepancia con las sanciones unilaterales de Estados Unidos y la Unión Europea.
La salida de ese conglomerado, creado por 14 países en 2017 para restablecer el diálogo en Venezuela, refleja la supuesta coherencia de Argentina cuando todos los gobiernos democráticos desde 1983 han declamado con mayor o menor contundencia un par de palabras que pasaron a ser irrefutables después de los horrores padecidos en los años de plomo: “Nunca más”.
Se trata, en apariencia, de una consigna de consumo interno no aplicable para otros países, como Venezuela, Nicaragua o Cuba, cuyos ciudadanos padecen los rigores de la violencia, la persecución, la tortura, el exilio y hasta la muerte por pensar diferente y obrar en consecuencia.
“No la entiendo, porque tiende a achicar los márgenes de maniobra y de multilateralismo de Argentina”, observa el secretario general y de Relaciones Internacionales del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Fernando Straface.
“Estoy convencida de que vamos a contramano del mundo”, afirma De Riz
Tampoco la entiende Liliana De Riz, doctora en socióloga e investigadora superior del Conicet: “Los derechos humanos han sido un negocio del kirchnerismo y ahora están subordinados a la relación con Maduro”.
Ese mismo día, el presidente Alberto Fernández se comprometía a cumplir los compromisos del país con el presidente del Banco Mundial, David Malpass, cuya esposa es venezolana, mientras la vicepresidenta parecía dinamitar el acuerdo que había alcanzado el ministro Martín Guzmán con el principal acreedor, el FMI.
“Esto puede servir para que el FMI acepte las condiciones del ministro de Economía”, evalúa Víctor Beker, director del Centro de Estudios de la Nueva Economía de la Universidad de Belgrano. Las mayores turbulencias, agrega, “vienen más de la política que de la economía”.