DictaduraEconomía

La Tarea Ordenamiento cubana ha sido un fracaso avisado, pero ni ella ni Murillo son el problema

El castrismo es malvado por diseño, no por error, y no depende de un funcionario.

Cuando en su reciente comparecencia ante la Asamblea Nacional el diputado Marino Murillo, cara pública de la Tarea Ordenamiento en Cuba, reconoció que «la inflación minorista ha sido la principal desviación; los costos de la canasta de bienes y servicios de referencia casi duplican los números diseñados, mientras la capacidad de compra que dio la reforma salarial se ha visto muy afectada, fundamentalmente en los sectores de menos ingresos», se desataron las críticas de quienes habían augurado el fracaso.

El tintineo de las medallas autoimpuestas de economistas clamando «te lo advertimos, Murillo», sigue resonando en artículos especializados y de opinión económica, que se regodean en el descalabro del vilipendiado arquitecto de la Tarea Ordenamiento.

¿Pero cuál es el mérito de haber advertido lo obvio si no se advirtió el origen del mal? Está bien haber diseccionado con sólida teoría económica las reformas que, tras diez años de «estudio», el castrismo, por boca de Marino Murillo, anunció como un cambio profundo y positivo en la economía nacional. Está bien haber iluminado desde aquel entonces, no el probable, sino el seguro fracaso del diseño propuesto por el Gobierno, pero no era suficiente esa advertencia. No basta criticar el contenido cuando el problema está en el continente: el problema no es lo que hace el Gobierno, el problema es el Gobierno.

¿Cuántos de los que hoy hacen leña de Murillo, señalaron que el asunto no era la implementación de la Tarea Ordenamiento, sino el concebir que la Tarea Ordenamiento fuese una solución posible para Cuba?

Solo serán admirables las medallas de aquellos «gurús» de la economía nacional que digan taxativamente que el país no necesita «ordenamiento», sino libertad, y no abstracta, sino aterrizada en un marco concreto de respeto de los derechos de propiedad, eliminación inmediata de las monopólicas empresas estatales, escleróticas e irremediablemente ineficientes, y el cultivo de un entorno de libre mercado y competencia. Todo lo demás es robar tiempo a los cubanos.

Recordarle hoy a Murillo sus mentiras no tiene mérito alguno, ya él sabía que estaba mintiendo cuando hace un año exponía «su» plan; él sabía que la Tarea Ordenamiento era otra pantomima de un Gobierno especializado en ganar tiempo cambiando todo lo que necesita cambiar para no cambiar realmente nada.

La cuestión no era, ni es, lo que haga Murillo —que es un engranaje desechable de un sistema que prioriza su poder antes que las necesidades del pueblo—, la cuestión es el sistema, la cuestión es política. Hoy la crítica, la sorna y la afrenta no deberían estar en Murillo, sino en Raúl Castro y los cómplices que mantienen ese sistema sin el cual Murillo no habría pasado de bodeguero.

Para lo que debe aprovecharse este reconocimiento explícito del fracaso de la Tarea Ordenamiento, es para agudizar la denuncia del parasitismo castrista, y esto es importante, porque si se desvía la crítica hacia los aspectos técnicos de la implementación de la Tarea Ordenamiento, el público puede deducir que el fallo está a ese nivel, cuando el fallo está arriba, y no es fallo, sino intencionalidad.

El rotundo fracaso —previsible y ahora tangible— de la Tarea Ordenamiento es una oportunidad para que los economistas que se zambullen en los tecnicismos de las «innovaciones» que hace el Gobierno levanten la vista de los árboles y vean el bosque, para que reconozcan que todas las reformas de un sistema malévolo, son malévolas reformas cuyo único objetivo es perpetuar el origen del mal.

Bailar con satisfacción alrededor de la hoguera de la inflación descontrolada aullando «te lo advertí Murillo», hace parecer que la inflación es el problema y no solo una consecuencia de la absurda idea de aumentar la base monetaria sin razones objetivas para pensar que eso incidiría en la productividad, que es donde está el meollo del desastre económico.

Aunque la improductividad —y no la inflación— es la causa económica última de la miseria de la Isla, esta sigue siendo un síntoma, pues es debida a la baja tasa de capitalización (falta de inversión en tecnología, educación, infraestructura), causada por la inexistencia de ahorros nacionales —destruidos por el castrismo— y por la decisión política de no permitir el único remedio: la libre inversión privada nacional y foránea.

Apuntar a la implementación de la Tarea Ordenamiento o a Murillo y no al castrismo mismo, es concederle al régimen el beneficio de la duda, es admitir que se equivocaron, pero que quizás la próxima vez, en la Tarea Re-ordenamiento, puede que salgan bien las cosas. ¡Y no! No puede haber dudas, el sistema es malvado por diseño, no por error… y no depende de Murillo.

 

 

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