La vigencia política de Vaclav Havel
«Sueño con una república independiente, libre y democrática, una república económicamente próspera y, no obstante, socialmente justa». Las palabras de Vaclav Havel, quien asumió la presidencia de Checoslovaquia tras la caída del Muro de Berlín, hace 30 años, no pierden vigencia.
Vaclav Havel (1936-2011) fue un hombre extraordinario, que a su vez le correspondió vivir una época fascinante y dramática de la historia europea del siglo XX. Hace exactamente 30 años experimentó un año propio de las novelas o las leyendas, pero sabemos que fue de verdad y que cambió la historia para siempre. Era 1989.
Durante muchos meses Havel estuvo en la cárcel, pero luego salió libre, mientras Checoslovaquia iniciaba su proceso de apertura democrática y de liquidación del régimen comunista (en paralelo a otros países europeos), con la organización del Foro Cívico y reuniones multitudinarias en la Plaza de Wenceslao, proceso que terminó con el éxito de la llamada Revolución de Terciopelo. Poco después de la caída del Muro de Berlín, en Rumania era asesinado el dictador Nicolás Ceaucescu, mientras el propio Vaclav Havel asumió como Presidente de Checoslovaquia el 29 de diciembre, clausurando un año impresionante.
Havel había tenido un historial de vida cultural y de lucha política, desde los tiempos de la Primavera de Praga, aplastada en 1968; luego fue uno de los líderes de la famosa Carta de los 77, plataforma ciudadana que procuraba un diálogo con el poder estatal, señalando especialmente temas como los derechos humanos y las libertades cívicas; después continuó siendo un detractor de la dictadura comunista, sufriendo la persecución y la cárcel. Paralelamente, escribía algunos libros fundamentales de pensamiento político, como El poder de los sin poder, de fines de la década de 1970, y publicado en Madrid por Ediciones Encuentro/Instituto de Estudios Europeos, el 2013. Se trata de un excelente ensayo, se diría de carácter filosófico o sociológico, sobre la vida bajo un régimen comunista, o «la vida en la mentira», como la denominó.
En su primer discurso, el 1 de enero de 1990, Havel definió algunos aspectos cruciales de su visión sobre la política y la sociedad que le correspondería gobernar. En la ocasión afirmó: «Enseñémonos, y enseñemos a los demás, que la política debería ser la expresión del deseo de contribuir a la felicidad de la comunidad en lugar de la necesidad de engañarla o expoliarla. Enseñémonos, y enseñemos a los demás, que la política no solo puede ser el arte de lo posible, en especial si esto implica el arte de la especulación, el cálculo, la intriga, los tratos secretos y las maniobras pragmáticas, sino incluso también el arte de lo imposible, el arte de mejorarnos a nosotros y mejorar el mundo» (usamos la versión publicada en La Vanguardia, 26 de agosto de 2003).
«Lo que ahora importa de verdad no es qué partido, qué club o qué grupo prevalecerá en las elecciones. Lo importante es que los ganadores sean los mejores de entre nosotros».
Al definir el futuro de su país, lo resumía en tres ejes principales, que debían ser incluyentes: «Sueño con una república independiente, libre y democrática, una república económicamente próspera y, no obstante, socialmente justa». En otro plano, frente a las elecciones que tendrían lugar en su país en 1990 -en las que él mismo resultaría reelegido- realizó una reflexión poco convencional: «Lo que ahora importa de verdad no es qué partido, qué club o qué grupo prevalecerá en las elecciones. Lo importante es que los ganadores sean los mejores de entre nosotros, en el sentido moral, cívico, político y profesional, sea cual sea su afiliación política. Las políticas y el prestigio futuros de nuestro Estado dependerán de las personalidades que seleccionemos y elijamos después para nuestros órganos representativos».
En otro plano, hay dos reflexiones de Havel sobre las décadas vividas bajo el totalitarismo comunista que vale la pena tener en cuenta, porque difieren mucho de las que hicieron otros dirigentes u opositores a esa ideología y régimen de gobierno. La primera es una autocrítica, al referirse al «entorno moral contaminado» que existía en Europa Oriental: «Nuestra moral enfermó porque nos habíamos acostumbrado a expresar algo diferente de lo que pensábamos. Aprendimos a no creer en nada, a hacer caso omiso de los demás, a preocuparnos solo por nosotros mismos» («Un entorno moral contaminado”). La segunda es la valoración profunda de una época dolorosa, cuando afirmaba que «los decenios del sistema totalitario no significaban sólo años perdidos de nuestra vida, sino también una experiencia espiritual específica que puede ser aprovechada, que puede ser estudiada y que puede enriquecer el autoconocimiento humano» («La impotencia de los poderosos», El País, 24 de junio de 1992). En cualquier caso, tiempo después afirmaba -pensando en la necesaria solidaridad que debía tener Europa con las víctimas de la dictadura de Cuba- que «la humanidad pagará el precio del comunismo hasta que aprenda a hacerle frente con toda la responsabilidad y la decisión políticas» («El discreto terror de Fidel Castro», El País, 1 de junio de 2006).
Comprendía que la cosa pública no era exclusiva de los gobernantes, sino que «la libertad y la democracia implica la participación y, por tanto, la responsabilidad de todos nosotros».
Para entonces, ya había pasado mucha agua bajo el puente. La antigua Checoslovaquia se había transformado en la República Checa y Eslovaca, y finalmente en dos países. Havel siguió gobernando la ahora llamada República Checa, a partir de enero de 1993. El 2003 se despidió finalmente de las funciones de Estado que asumió tras la caída de la Cortina de Hierro. ¿Cuál es el balance de su actuación pública?
La figura de Vaclav Havel significó una afirmación del valor de la actividad política, pero en la convicción de que un gobernante o una figura pública debía estar siempre alerta para no ocupar el poder en beneficio propio o para vivir disfrutando de las prebendas de los cargos («Sospecho de mí», Premio Sonning, 28 de mayo de 1991). Ubicado en un momento histórico determinado, entendió que los intelectuales no debían observar simplemente el paso de los acontecimientos, sino desempeñar una misión, incluso gobernar sus propios países, aprovechando su formación específica para incorporar «un viento nuevo, un espíritu nuevo, un elemento de una nueva espiritualidad que aportar a los estereotipos de la política actual» («La impotencia de los poderosos”). Comprendía que la cosa pública no era exclusiva de los gobernantes, sino que «la libertad y la democracia implica la participación y, por tanto, la responsabilidad de todos nosotros» («Un entorno moral contaminado»). Es decir, no se trata de un asunto meramente estatal, sino que también involucra a la sociedad civil y a cada persona que obra con patriotismo y sentido republicano.
Tiene razón Tony Judt cuando afirma que en ningún otro país comunista surgió algún líder comparable con la posición pública que alcanzó Vaclav Havel (en Posguerra. Una historia de Europa desde 1945, Madrid, Taurus, 2012). Para muchos, el dramaturgo checo fue el salvador del país, para otros se transformó en el hombre adecuado para una circunstancia histórica excepcional, alguien que tenía el crédito moral suficiente para enfrentar un tiempo de crisis.
Alejandro San Francisco, Profesor de la U. San Sebastián y la UC. Director de Formación del Instituto Res Publica. Director general de «Historia de Chile 1960-2010» (USS)