Laberintos: El pozo brasileño de la corrupción
El pasado 19 de junio, Marcelo Odrebrecht, presidente de Brasil Odebrecht, la principal empresa constructora del país, ingresó a prisión acusado por el fiscal Carlos Fernando do Santos Lima de encabezar, junto a Andrade Gutierrez, presidente del otro gigante de la construcción en Brasil, lo que él llamó un “cartel” que se sabe facturó y cobró dos mil millones de dólares en sobreprecio a la estatal Petrobras, para luego traspasar esos montos a partidos y dirigentes políticos. Al escándalo que significó encarcelar a los dos empresarios, se añaden ahora las impactantes y desfachatadas declaraciones que Emilio Odebrecht, padre de Marcelo y a su vez ex presidente de Brasil Odebrecht, hizo a la revista carioca Epoca, en las que sostuvo que si las autoridades judiciales continuaban con esta investigación, “tendrán que construir tres celdas más: para mí, Lula y Dilma.”
Esta sórdida historia de los negociados ilegales de Petrobras estalló en marzo del año pasado, cuando la policía detuvo en Paraná a Alberto Youseff, miembro de la cúpula de una red de lavado de dinero, quien no tardó mucho en llegar con el Ministerio Público a lo que en Brasil se conoce como acuerdo de “delación premiada.” Las revelaciones de Youseff permitieron a los investigadores adentrarse en una tupida trama de corrupción tejida alrededor de la estatal Petrobras, la mayor empresa brasileña y principal empresa estatal de América Latina, perjudicada en grado sumo por de un desvío de fondos que hasta ahora se calcula de entre 8 y 10 mil millones de dólares en los últimos 10 años, que ha generado un daño patrimonial a la empresa de más de 30 mil millones de dólares.
El estruendo de esta explosiva información fue inmenso, porque Dilma Rousseff presidió el Consejo de Administración de Petrobras desde el año 2003 hasta el 2010, precisamente durante las dos presidencias de Luiz Inácio Lula da Silva, que es cuando se aprobaron y ejecutaron obras tan perturbadoras como la compra de una refinería en Pasadena, California, por un precio 47 veces superior al que sus propietarios habían pagado dos años antes. El descubrimiento de este auténtico pozo de corrupción estuvo a punto de costarle a Rousseff su reelección como presidenta de Brasil en octubre del año pasado, ha reducido en estos pocos meses su popularidad hasta los ínfimos niveles que en 1992 dieron lugar a la destitución por parte del parlamento del entonces presidente Fernando Collor de Mello, también acusado de corrupción, y ha provocado la indignación popular contra el Partido de los Trabajadores (PT) y, por supuesto, del propio Lula da Silva, quien en los últimos días ha tratado abiertamente de desvincularse de Rousseff, su antigua protegida, y hasta de su partido, para intentar detener la vertiginosa e imprevista pérdida de su prestigio popular, y eludir así el riesgo que ello acarrearía para su aspiración a la candidatura presidencial en las elecciones previstas para el año 2018.
Esta ingrata realidad política quedó claramente registrada en una encuesta encargada por el más importante diario brasileño, La Folha de Sao Paulo, en la que se destaca, por una parte, que 65 por ciento de los brasileños rechaza a Rousseff en estos momentos y por otra, que si las elecciones presidenciales se celebraran hoy, Lula sería derrotado por su principal adversario, el senador Aécio Neves, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB).
¿Podrán al final del cuento escapar Rousseff, el PT y Lula de la onda expansiva del escándalo Petrobras, sobre todo porque Brasil atraviesa una crisis económica que ya ha provocado una brusca caída de la inversión, el consumo y el empleo, y que los economistas estiman que suscitará este año una contracción del Producto Interno de Bruto de Brasil de entre menos uno y menos dos por ciento? ¿Hasta qué extremo la detención de Marcelo y las declaraciones de Emilio Odebrecht afectarán a Lula, quien en sus dos períodos presidenciales solía llevar en sus viajes por el mundo a los Odebrecht con la intención de facilitar el desarrollo planetario de la empresa? ¿Y en qué medida se internacionalizará las emanaciones de este pozo de corrupción asociado a los negocios de Odebrecht, cuyas actividades, gracias al respaldo de Lula, en efecto se propagaron por el mundo, principalmente en la Venezuela de Hugo Chávez, el mejor cliente de la empresa fuera de Brasil con negocios que en 2010 y 2011 llegaron a representar más de 20 por ciento del monto total de sus transacciones en el exterior?
No resulta fácil responder a estas preguntas. Sobre todo, porque mientras más se profundizan las investigaciones y crece la indignación ciudadana, mayor se hace el agotamiento de la actual estructura política de Brasil y menos real parece una presidenta que comienza su segundo período sin dar muestra alguna de saber qué rumbo emprender para atajar a tiempo el malestar colectivo por la magnitud de las crisis económica y política. Entretanto, bajo la presión cada día mayor que ejercen la pobreza que vuelve a hacerse presente en las calles del país y lo hondura insondable del pozo de la corrupción en Petrobras, Brasil se hunde en la incredulidad, la sospecha y la incertidumbre, y los brasileños comiencen a plantearse dos cuestiones perturbadoras y decisivas de su futuro como nación. La primera es dramática: ¿Encontrará Rousseff la manera de llegar hasta el final de su período presidencial, o como parecen anticipar las críticas públicas de Lula a su desempeño presidencial, antes de esa fecha fatal también será sacrificada en el altar del parlamento brasileño, como lo fue Collor de Melo hace 23 años, ambos víctimas propicias y necesarias para darle a Brasil un sacudón ético y una nueva oportunidad? Y en ese caso terrible de expiación y desinfección más extremas, ¿arrastraría Youssef a Lula en su desmoronamiento, o sus habilidades y carisma le permitirán salir ileso del trance?
A todas luces, un porvenir laborioso y demoledor.