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Laberintos: Maduro llama a la guerra

 

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   Este fin de semana, Nicolás Maduro se lo advirtió de manera muy categórica a la oposición, que había anunciado que el miércoles 27 de abril acudiría a las oficinas del Consejo Nacional Electoral en todo el país para reclamar la activación del mecanismo contemplado en el artículo 72 de la Constitución para revocarle su mandato presidencial: “Nadie va a tomar el poder político en este país para entregárselo a la oligarquía y al imperialismo. El que busque violencia va a encontrar el camino a la cárcel, llámese diputado o como se llame.”

   Su amenaza, cuyo anticipo se produjo cuando un grupo de diputados se encadenó a las puertas del CNE en Caracas y tanto ellos como los periodistas que cubrían la noticia fueron desalojados con la habitual violencia represiva de la Guardia Nacional, convertida en tiempos de Hugo Chávez en brutal guardia pretoriana del régimen, pone de manifiesto dos principios básicos del chavismo como sistema político. En primer lugar, que en el marco de este régimen cívico-militar que se mira fijamente en el espejo cubano para reproducir fielmente esa experiencia en la otrora rica democracia petrolera venezolana, la alternancia en el poder, esencia de la democracia como sistema político, sencillamente no existe como opción posible. La “revolución” llegó al poder para quedarse y allí se quedará, como sea. En segundo lugar, que quien desconozca esta cruda realidad y a pesar de ello trate de cambiar de gobierno, así sea pacífica, electoral y constitucionalmente, es un enemigo del pueblo, así sea mayoría, y en consecuencia, al gobierno revolucionario, que por definición, así pierda las elecciones, es el gobierno del pueblo, le corresponde la irrenunciable responsabilidad de impedir tamaño desafuero del imperialismo y la oligarquía. Conclusión terrible de esta visión totalitaria del mundo es que los venezolanos se dividen en dos grandes grupos, el de quienes están comprometidos en la tarea de conservar con vida los principios de la revolución al precio que sea, y quienes alimentan la criminal ambición de arrebatarle a los venezolanos los frutos maravillosos de la felicidad personal y el bienestar colectivo a lo que tienen pleno y soberano derecho gracias a la cruzada libertadora iniciada el 4 de febrero de 1992 por Hugo Chávez, el comandante eterno.

   Complemento de esta desmesura dictatorial es el instructivo firmado por el ministro de la Defensa, quien a su vez es el comandante del todopoderoso Comando Estratégico Nacional de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, sobre la conformación y entrenamiento de un cuerpo de tropas especiales cuya misión exclusiva sería defender a Venezuela de sus enemigos internos y externos. Según este documento, analizado el domingo pasado en el diario El Nacional, se trata de una misión muy específica destinada a neutralizar las “amenazas contra la independencia, soberanía e integridad del espacio geográfico de la República Bolivariana de Venezuela, puestas de manifiesto en la realidad actual como parte de una guerra de CUARTA GENERACIÓN, GUERRA NO CONVENCIONAL Y ESTRATEGIA DE ESTADO FALLIDO (las mayúsculas las puso el ministro) implementada por el gobierno de EE.UU para debilitar la moral del poder púbico nacional, de líderes revolucionarios, de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y la desestabilización de todo tipo…”

   De acuerdo con este despropósito, el presidente de la República y su ministro de la Defensa en verdad anuncian el fin de una etapa, etapa de puro disimulo, del proceso político venezolano, cuya finalidad era confundir a la comunidad internacional con los velos de un insubstancial y falso respeto a las habituales formalidades de la democracia, comenzando por la separación e independencia de los poderes públicos y la adhesión a los derechos humanos del ciudadano. La derrota aplastante del chavismo en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre resonó con estruendo insoportable en todos los rincones del poder político y militar venezolano, sobre todo, porque la oferta electoral de la oposición no dejaba lugar a dudas sobre cuál sería el camino a seguir a partir del 5 de enero de este año, fecha en la que se instaló la nueva Asamblea Nacional: activar alguno de los cuatros mecanismos constitucionales para anticipar, en este caso dentro de los 6 meses siguientes a la instalación de la Asamblea, un cambio de gobierno. Y ante esta desagradable circunstancia, en lugar de admitir su derrota, Maduro ha decidido emprender, abiertamente, el camino de la dictadura.

   En un primer instante parecía que el régimen se saldría con la suya sin necesidad de darle una patada a la mesa. Lucía suficiente recurrir a las arbitrariedades del Tribunal Supremo de Justicia y del Consejo Nacional Electoral, como el resto de los poderes públicos oficinas subalternas de la presidencia de la República, para impedir que las decisiones tomadas y las leyes aprobadas por un Poder Legislativo autónomo se hicieran realidad. A tres meses de aquel 5 de enero, la insistencia opositora en aplicar su agenda a pesar de los obstáculos jurídicos pero no legales ni legítimos del régimen, y la terca resistencia presidencial a reconocer los alcances del mandato de dos terceras partes de un electorado que votó por la implementación de una agenda muy concreta de cambios, comenzando por una ley de amnistía que beneficiara a los presos y perseguidos políticos del régimen y su salida de la Presidencia de la República, en la práctica, le cerraba a los venezolanos la posibilidad de que esa salida, a todas luces inexorable, se produzca por la vía pacífica, democrática y constitucional que se ha propuesto la dirigencia política de la oposición y la mayoría calificada de la Asamblea Nacional.

   Llegados a este punto irreversible del proceso, cabe hacerse un par de preguntas inquietantes. ¿Se atreverá Maduro a dar este paso crucial y despojar al régimen de su disfraz democrático ante los ojos de un mundo que ya no admite que en alguna parte de la región se produzca el estallido de golpes, autogolpes y brutales políticas represivas de la disidencia por motivos exclusivamente políticos? ¿O creerá que basta el apoyo de la Cuba comunista y de sus socios en el ALBA para legitimar lo que él y ahora su ministro de la Defensa advierten que sería la rebelión de las masas contra la oligarquía?

   Ya no falta nada para que gobierno y oposición pongan sus cartas sobre la mesa. La confrontación del miércoles, si es que la oposición no desiste de aceptar el desafío que le plantea el Alto Mando Cívico-Militar de la llamada Revolución Bolivariana de Venezuela y acude a las sedes del CNE en todo el país para que por fin active los dispositivos del absolutamente constitucional referéndum revocatorio del mandato presidencial de Nicolás Maduro, definirá el presente y futuro de la crisis política que acorrala a los venezolanos. Todos esperamos que las turbulencias no oscurezcan aún más la oscuridad que comienza a ensombrecer ominosamente el precario horizonte nacional.

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