Las batas blancas de la injerencia
Un infierno padecen los médicos cubanos que trabajan en circunstancias de riesgo y bajo un enorme estrés a causa del “compromiso” político-ideológico
LA HABANA, Cuba. – “No permitiré que entre mi deber y mi enfermo se interpongan consideraciones de religión, nacionalidad, raza, partido o clase”. Así reza el sexto voto del juramento hipocrático, modificado a partir del original griego en la Convención de Ginebra de 1948, y que cada graduado de la carrera de Medicina debe pronunciar antes de comenzar a ejercer la humana labor de salvar vidas.
El carácter esencialmente ético del juramento constituye el pilar de la confianza depositada en los médicos desde hace siglos, y debería acompañar a cada salubrista sin importar las circunstancias en que sus servicios sean requeridos. Pero algo muy distinto ha ocurrido durante las misiones médicas cubanas, ejemplos terribles de los peligros que acarrea el totalitarismo y la fractura que provoca en la moral de los individuos.
En una conferencia de prensa organizada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos y que la prensa independiente pudo seguir en vivo desde la sede diplomática en La Habana, cuatro galenos cubanos que cumplieron diversas misiones en Belice, Bolivia, Venezuela y Brasil, ofrecieron valiosos testimonios sobre la profunda corrupción que impera en dichos programas; el acoso a que son sometidos los médicos por parte de agentes de la Seguridad del Estado enviados expresamente para vigilarlos y amenazarlos; las condiciones en que se han visto obligados a trabajar, con peligro incluso para sus propias vidas; y las represalias que han sufrido tanto ellos como sus seres queridos, por haberse negado a continuar siendo víctimas de un feroz sistema de esclavitud moderna.
La naturaleza expoliadora de las “misiones médicas” ha ocupado titulares desde hace al menos un par de años, si bien alcanzó mayor estridencia a partir de la demanda colectiva impulsada por varios salubristas que laboraban en Brasil como parte del programa “Más Médicos”. Desde entonces hasta la fecha se han ido revelando detalles sobre el siniestro propósito de estos proyectos de cooperación, que han servido como mecanismos para intentar subvertir el orden político de países latinoamericanos, infiltrando servicios de inteligencia entre las poblaciones más desfavorecidas para influenciarlas, mediante la presión psicológica y el chantaje, en favor de gobiernos afines al régimen cubano.
Tatiana Carballo, Ramona Matos, Fidel Cruz y Rusela Rivero, cuatro médicos que se apartaron de sus respectivas misiones y hoy sufren las consecuencias de lo que el régimen califica como “deserción”, no solo pusieron en evidencia a una dictadura que obliga a sus galenos a violar los principios éticos de su profesión; sino que hicieron público hasta qué punto llegaron en una práctica corrupta que constituye a la vez esclavitud moderna, tráfico humano e injerencia en los asuntos internos de otras naciones.
Los médicos cubanos fueron forzados a falsificar estadísticas, inventando la identidad y el diagnóstico de al menos treinta pacientes diariamente. Así lo ordenaba el “coordinador” -un agente de la Seguridad del Estado-, investido con la potestad de separar al galeno de la misión y enviarlo a Cuba sin derecho a cobrar la parte del dinero acumulado durante el tiempo de servicio, y que permanecía congelado en una cuenta en la Isla.
Para asegurarse la obediencia de los clínicos, el régimen les pagaba una ínfima parte del salario acordado (aproximadamente el 20%); poniendo en sus manos apenas lo justo para sufragar necesidades básicas y depositando en los bancos cubanos la mayor parte de esos ingresos, que serían retirados una vez el especialista volviera a la Isla. El “salario cautivo” es uno de los métodos empleados para garantizar que los galenos regresen una vez concluida la misión. De no hacerlo, el régimen se queda con el dinero en lugar de dárselo a la familia.
Las represalias contra los seres queridos y el cruel castigo de no poder viajar a Cuba durante ocho años, son otras variantes punitivas que han sido denunciadas por los afectados. Según el testimonio de la Dra. Gisela Rivero, sus dos hijos, también médicos de profesión, han sufrido hostigamiento por parte del régimen. Al mayor lo sacaron del consultorio médico que atendía y lo reubicaron en las campañas de fumigación contra el mosquito Aedes Aegypti. Cuando trató de indagar sobre los motivos de tal proceder, solo le dijeron: “Tú sabes de qué se trata”. El hijo menor, recién graduado, fue enviado sin explicaciones a ejercer en un pueblo de la Sierra Maestra, mientras sus compañeros se quedaron trabajando en la ciudad.
Tales son los mecanismos empleados por un régimen que lo controla todo (leyes, salud pública, educación) y se arroga el derecho de utilizar ese poder para perjudicar a ciudadanos que se encuentran en la más absoluta indefensión.
Mientras la prensa oficialista habla de las misiones médicas como “rutas de amor” y demás frases igualmente cursis, oculta al pueblo de Cuba el infierno que padecen los galenos que trabajan en circunstancias de riesgo y bajo un enorme estrés a causa del “compromiso” político-ideológico. Los que regresan no hablan de eso. Nada se sabe de los salubristas muertos por afecciones cardíacas durante la misión en Bolivia, pues no les explicaron las condiciones climatológicas del altiplano; ni del presidio no convencional que allí sufrieron los médicos, conminados a entregar su pasaporte y trabajar como indocumentados, a pesar del peligro que ello suponía.
Tampoco saben los cubanos que el Dr. Fidel Cruz y muchos otros que participaron en la misión en Venezuela, eran obligados a llamar puerta por puerta convocando a los electores y manipulándolos psicológicamente para que votaran por Nicolás Maduro. “Recuerda que tienes acceso a la salud gracias a Maduro (…) sin él no tendrías atención médica ni medicinas”. Con este tipo de frases coercitivas persuadían al electorado, y luego debían enviar un parte declarando qué cantidad de electores habían llevado a las urnas y cuántos habían votado por el chavismo.
Nada saben los cubanos sobre los medicamentos quemados o enterrados para que no quedaran cabos sueltos en las estadísticas falsificadas. Medicamentos proveídos parcial o totalmente por Cuba, y que eran destruidos mientras las farmacias de la Isla estaban desabastecidas.
Se estima que alrededor de 66 países reciben a las misiones médicas cubanas, haciéndose cómplices de esta modalidad de explotación y tráfico de personas. Lo peor, sin embargo, es que por cada clínico que ha abandonado alguna misión, regresaron cientos a quienes les fue arrebatado el sentido de la ética inherente a su profesión. Cada galeno que se prestó a falsificar estadísticas, mentir, intimidar, chantajear o manipular ideológicamente a sus pacientes, violó el juramento hipocrático que hace del médico lo que realmente es: un ser humano entregado a la vocación de salvar vidas, sin otra prioridad que ofrecer a su enfermo toda la ayuda posible.
El sistema político cubano es tan nocivo que corrompe prácticas y preceptos sagrados para todas las naciones, existentes desde mucho antes que el estalinismo insular hiciera del terror una forma de gobierno. No es de extrañar que en Cuba los médicos se nieguen, bajo un mínimo de presión, a socorrer a los opositores políticos. Simplemente han olvidado lo que son, y al igual que los esbirros, inmolan sus conciencias en el altar de un ideal viciado, que al cabo no es más que egoísmo y miedo, mucho miedo.