Las condenas por el 11J, el otro rostro de la maldad
Los que todavía mandan en Cuba están urgidos de sentarse a negociar pero no con la sociedad civil ni la oposición interna
Se le suele atribuir a las acciones del régimen una dosis de maldad para explicar sus excesos. Esta línea argumental conduce a creer que hay un componente de sadismo encaminado a hacer daño por el puro placer de contemplar el sufrimiento de las víctimas. Así se explica, a veces, la falta de libertad que padecen los emprendedores, el desabastecimiento que sufre la población y hasta los apagones. El daño más reciente se expresa en las desmesuradas condenas a que han sido sentenciados los manifestantes del pasado 11 de julio.
La gota que ha colmado la copa son los 13 años de privación de libertad con encarcelamiento a un joven cubano que, sin tener antecedentes penales, cumplió los 18 tras las rejas. Ni siquiera vale la pena preguntarse qué fue lo que hizo Brandon David Becerra Curbelo para merecer la condena que el actual Código Penal establece para los homicidas. Se sabe que no hubo víctimas mortales del lado oficial, que no hubo destrucción irreparable del patrimonio, que no se consumó un cambio de régimen. Hay derecho a creer que se trata de una intencionada maldad.
Lo único que le queda hoy a la dictadura para chantajear a quien quiera sentarse a conversar con ellos son los años de primavera de estos cientos de jóvenes que aquel 11 de julio de 2021 creyeron que tenían el derecho a protestar pacíficamente
Pero pienso que detrás hay cosas más sucias. Los que todavía mandan en Cuba están urgidos de sentarse a negociar, no con la sociedad civil o la oposición interna, sino con quienes han demostrado la capacidad de afectar sus obscenos intereses personales, entiéndase, sus dineros, sus propiedades en el extranjero, la posibilidad de obtener becas o doctorados para sus hijos en prestigiosas universidades.
Para sentarse a la mesa de negociaciones hay que llevar cartas. Hubo un tiempo en que esas cartas eran la presencia militar en África, la ayuda en entrenamiento y recursos a las guerrillas latinoamericanas, las relaciones con el campo socialista, donde se incluían bases de escucha telefónica y presumibles estaciones de abastecimiento para submarinos.
Todo eso terminó. Aquellas cartas, que no fueron aprovechadas en el momento oportuno, perdieron todo su valor. Lo único que le queda hoy a la dictadura para chantajear a quien quiera sentarse a conversar con ellos son los años de primavera de estos cientos de jóvenes que aquel 11 de julio de 2021 creyeron que tenían el derecho a protestar pacíficamente.
Este rostro de la maldad complementa la patológica vocación de ver sufrir al otro y resulta más despiadado porque omite los efectos que el presidio pueda dejar en los encarcelados, olvida el sufrimiento de la familia, pero también desestima el precio político y menosprecia las consecuencias a largo o mediano plazo que pueden derivarse de los anhelos de venganza de los afectados.