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Las desventuras de un Ornitorrinco político

 

El ornitorrinco es un extraño  mamífero semiacuático que pone huevos, en vez de parir crías, tiene hocico de pato, cola de castor y patas de nutria y también puede inyectar veneno a través de los espolones de sus patas posteriores.  Originario de Australia y Tasmania, desconcertó a los primeros naturalistas que lo estudiaron y que no lograban descifrar su verdadera naturaleza. “Este animal no existe”, parece que dijo alguno.

Mutatis mutandi, el así llamado gobierno de Alberto Fernández, tiene, por sus peculiares características, un singular parecido con el mamífero semiacuático australiano. En efecto, dentro de los varios fenómenos que aborda la ciencia política contemporánea, uno de los más destacados es la crisis de representatividad sobre la que se asienta el sistema partidocrático que ha generado un divorcio cuasi total entre estructuras políticas y sus supuestos representados. Y como consecuencia, la aparición de una así llamada “casta política” que opera los mecanismos de gestión y representación del Estado moderno y goza en exclusiva de sus privilegios.

A este fenómeno se agrega en la Argentina la aparición de un nuevo artefacto político que consiste en la parición de un presidente por su vicepresidenta, lo que en su momento fue festejado alborozadamente por los seguidores de la generadora y casi envidiado (el artefacto y la maniobra que lo originó) por sus adversarios, que no advirtieron que el nuevo engendro venía a sumar, y no a restar, a la crisis de representatividad y gobernabilidad del nuevo gobierno.

El apocalíptico fracaso del oficialismo en las elecciones del domingo 12, compartido por los encuestadores, tuvo además un componente perverso, porque, obnubilados por la cortina de niebla de las bocas de urna que proliferaron como hongos a partir del mediodía, estaban convencidos que obtenían un triunfo resonante en medio de la pandemia y, al parecer, hasta motivaron un baile de la primera candidata a Diputada nacional Victoria Tolosa Paz, festejado por los principales actores del Frente de Todos. Lógicamente, cuando las cifras que arrojaban los votos escrutados comenzaron a alarmar primero y luego a horrorizar a los festejantes, la alegría exultante se trocó en un agrio festival de reproches al considerado casi único responsable del incomprensible fracaso. “Que hable el señor y que explique los resultados” le atribuyen haber dictaminado a la señora Vicepresidente. Y, todo hay que decirlo, Alberto Fernández, que le gustaría hablar hasta en su propio velorio, enhebró unas cuantas frases de circunstancias, mentó a los dos modelos de país, sin reparar que el electorado había optado “por el otro modelo”, y prometió revertir los resultados en Noviembre. Su diagnóstico de la derrota fue previsible y lo suficientemente vago para que no se convirtiera en una autocrítica feroz: “algo habremos hecho mal”. Parece que todavía no sabe lo que hicieron mal o cómo hicieron lo que cree que hicieron bien. Como le apostrofaron al gran Talleyrand “el mal que hizo, lo hizo bien, y el bien que hizo, lo hizo mal.” Por supuesto, la comparación con el gran Canciller galo es una licencia literaria abusiva que se toma el autor de estas líneas, sobre todo porque no encuentra en el vicario presidente argentino nada que haya hecho bien.

Fácil víctima de las pullas de tirios y troyanos por su pedantería, por su interminable logorrea sobre todo lo sagrado y lo profano, por su inflamada autoestima, por su habilidad de “operador” político (su último pupilo fue Florencio Randazzo, como antes Massa), carga, sin embargo con una pesada mochila cuyas piedras más grandes las puso Cristina. Esto no lo redime de culpas y responsabilidades al profesor interino del curso introductorio de Derecho Penal, pero sí lo explica. No a cualquiera se le regala una Presidencia y poner peros o condiciones a la sólo aparentemente generosa donante, no entró nunca en los cálculos del hombre del dedito señalador que, justo es decirlo, nunca aspiró a ser Presidente. Sólo un movedizo manager de los que aspiraban a la más alta magistratura.

Como dice la sabiduría popular: “cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía”. El regalo de la presidencia no era gratis, venía con sus condiciones: liberar a la ex Presidenta de los numerosos y graves cargos de corrupción que la abruman en el tiempo más breve posible y acudiendo a los medios que fuere menester para lograrlo.  El profesor interino (sin concurso) aceptó la donación con cargo, lo que implicaba, nada menos, que borrar con el codo lo que había escrito con la mano y hablado con su lengua en los últimos ocho años, durante los que  había mortificado implacablemente a la que había servido, aunque brevemente, como Jefe de Gabinete. Pero….como dijo Enrique IV, “París bien vale una Misa” y allí se lanzó, con armas y bagajes, a convertir las causas judiciales de su mandante en su agenda de gobierno.

La inflación, el déficit fiscal, la inseguridad, la pérdida de empleos, el empobrecimiento de vastos sectores de la clase media, pasaron a ser tópicos inevitables en su prédica que, sin embargo, no disimulaban su carácter de objetivos periféricos de su verdadera batalla, aquella por la que fue agraciado con la Presidencia: la liberación de su mandante de las causas que la atormentan. Y fue -y es-, entonces, los ataques al Poder Judicial, a la Corte Suprema, al Procurador, la comisión Beraldi, los proyectos de ley que ni el laborioso y afanoso Presidente de la Cámara de Diputados ni la vieja amiga y ahora ex Ministro de Justicia, lograron hacer aprobar en la Cámara baja. Como tampoco logró la liberación de Milagro Sala, ícono del kirchnerismo y otros ilustres personeros del régimen que pergeñó y lideró con mano de hierro Néstor Kichner, cuyo pragmatismo, sin embargo, no adorna la corona de virtudes (si lo fuera) de su viuda.

Y en el fondo, señores, el tema es este: el programa de gobierno –“la agenda”, como se dice actualmente en la jerga políticoperiodística- no es la que propone  solucionar o paliar los graves problemas que afronta la Argentina desde hace varias décadas, sino solucionar los problemas “de la Doctora”, como suele chichonear Jorge Asís. A lo que se suma la manifiesta ineptitud para la gestión de la cosa pública del grupo de amigos que rodea al Presidente. Al que le cabe también la observación de que “el rey está desnudo”. Todo el país advierte que el corazón de su gobierno está constituido por dos docenas de amigos porteños, que lo acompaña, con lealtad desde hace varios años, y los únicos en los que confía.  Pero, ¡aaayhh!, también los mismos que son fulminados como “los que no funcionan” por la Presidenta del Senado.

Y bien, este es el nudo gordiano de este generosamente llamado “Gobierno”.  Cuya suerte, valga acotar, después de la estrepitosa y hasta histórica derrota del domingo 12 de setiembre, en cualquier democracia -y no sólo parlamentaria- hubiera provocado la inmediata renuncia de todo el Gabinete. Si el Presidente, llevado muchas veces a pretenciosas ensoñaciones, pensara que es injusto el resultado electoral, puede consolarse pensando que Churchill perdió las elecciones después de -¡nada menos!-  ganarle la guerra a Hitler.

Al gobierno, y a todos los sufridos habitantes de esta tierra, les aguarda un futuro agónico, porque al previsible agravamiento de los problemas que arrastra la Argentina, se unirá   también la previsible radicalización del accionista mayoritario del Frente de Todos. Porque su lógica la llevará a pensar que la derrota se debe a que no fueron lo suficientemente a fondo “contra el capital concentrado y la prensa hegemónica” como se debió ir.

No sería justo concluir estas líneas sin hacer una mención siquiera al ganador del domingo 12: Juntos por el Cambio, cuyo tratamiento será objeto de un próximo análisis. Solo recordar que el voto no es sólo un instrumento para elegir representantes, sino también para castigar a un gobierno que hiere, irrita e indigna con su fracaso.  En qué medida el voto ha funcionado en un sentido u otro, es materia de opinión. Pero la contundencia con que fue ejercido, incluso en los bastiones hasta ahora inimpugnables del oficialismo, debería hacer pensar con extremo cuidado a las cabezas de Junto por el Cambio.

Y dejo también una última pregunta: ¿Qué hubiera pasado si María Eugenia Vidal no hubiera abandonado a la Provincia de Buenos Aires y, con la arriesgada obstinación con que  Lula o Allende llegaron al poder al cuarto intento, se hubiera postulado como candidata a Diputada, allí  donde fue gobernadora y luego perdedora sin ser responsable de todas sus desdichas y, ahora lo sabemos, hubiera ganado las elecciones protagonizando una epopeya que la hubiera reivindicado personal y políticamente?

 

 

 

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