Las FARC tropiezan con la realidad de Bogotá
El candidato de la FARC, Timochenko, este sábado durante un acto en Bogotá. JAIME SALDARRIAGAREUTERS
La antigua guerrilla, arraigada en el campo, lanza la candidatura de Timochenko sin apenas despertar interés en la zona más popular de la capital
La antigua guerrilla de las FARC se mantuvo fiel a sus siglas al convertirse en partido político, tiene el mismo líder y sigue despertando los recelos, en el mejor de los casos, de una sociedad que sufrió más de medio siglo de conflicto armado. Al menos esto es lo que se vio este sábado en Ciudad Bolívar, una de las zonas más humildes de Bogotá, en el lanzamiento de la candidatura la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común. La organización, muy impopular en los entornos urbanos, eligió, no obstante, esa localidad de la capital de Colombia para comenzar a buscar apoyos con vistas a las elecciones legislativas de marzo -en las que los excombatientes tendrán 10 escaños garantizados, un 3,7% del Congreso- y las presidenciales de mayo.
Timoleón Jiménez, Timochenko, fue el máximo dirigente de la insurgencia y ahora aspira a encabezar un “Gobierno de transición” que pretende representar “los intereses de los pobres”, poner fin “a la mano asesina en la política colombiana” y, en definitiva, darle la vuelta al sistema. Rodrigo Londoño, este es su nombre real, apeló al “concurso de millones de compatriotas” acompañado de la candidata a la vicepresidencia, la activista Imelda Daza, y de Iván Márquez, número uno de la lista al Senado. Pero lo hizo ante unas 200 personas, quizá 300 o algo más en algunos momentos del acto, entre las que figuraba la estructura de apoyo con la que cuenta la formación en la ciudad. El candidato se sitúa en la cola de las encuestas, con un porcentaje en intención de voto que va del 1% al 2%, aunque goza de mayor aprobación en algunas zonas rurales.
La fotografía de la cancha de la Casa de la cultura del barrio era, sin embargo, significativa. Los dirigentes de la FARC, que en 2016 firmó un acuerdo de paz con el Ejecutivo de Juan Manuel Santos y culminó la entrega de armas el pasado septiembre, estaban protegidos por decenas de policías. Les aplaudían algunos jóvenes de la Universidad Nacional, laboratorio ideológico de la izquierda colombiana, simpatizantes que vestían camiseta blanca con el símbolo del partido, la rosa roja, militantes veteranos y desplazados por una guerra que dejó al menos 220.000 muertos.
Los presentes atribuían la escasa afluencia al miedo a la exposición pública. El propio Timochenko aseguró que durante la transición a la vida civil fueron asesinados 37 exguerrilleros. “Aquí no mandan sino dos partidos políticos, y los movimientos que han salido de la izquierda los han acabado. Todos los grupos que se han lanzado a la política los han diezmado, no los dejan participar”, afirma Hugo García, de 68 años. Este zapatero originario del departamento del Tolima reparte un panfleto de propaganda editado en español en Brooklyn, Desafío. “Nosotros venimos con temor a participar. Debería estar esto lleno, pero la gente no viene. Esperamos que no pase como con la Unión Patriótica”, continúa en referencia a la eliminación de más de 3.000 integrantes de esa formación de izquierdas, nacida en los ochenta de las negociaciones de paz con el entonces presidente, Belisario Betancur.
Sergio Velázquez, de 57 años, huyó precisamente de los responsables de esas muertes: los paramilitares. Llegó al municipio de Soacha, cerca de Bogotá, hace 25 años. En cualquier caso, se muestra moderadamente optimista. “Hay una nueva situación, el desarrollo de los acontecimientos nos dice que es así. Tengo el temor de que haya una segunda edición de lo que le pasó a la UP, pero hay una nueva situación, otra Colombia es posible”, confía.
“Hacía parte del partido clandestino y ahora hago parte del partido político en la legalidad”, dice Paola, de 30 años, que prefiere no dar su nombre completo. Estudió Ciencias Políticas en la Universidad Nacional y cuenta que estuvo tres años en la cárcel por un delito de rebelión. Opina que los colombianos quieren, por lo menos, saber cuál es el rumbo de este nuevo partido. “Definitivamente, sabemos que todos quieren escucharnos, quieren saber de nosotros y eso ya es una enorme ganancia, que nos puedan escuchar”.
Con todo, fuera del recinto en el que se celebraba el mitin, entre rap y cumbia, Ciudad Bolívar seguía inmersa en su rutina. En esa localidad triunfó, con 82.046 votos frente a 68.917, el no en el plebiscito sobre el proceso de paz celebrado en octubre de 2016 antes de la modificación definitiva de los acuerdos. Además, la sociedad colombiana vive en buena medida al margen de la política. En las presidenciales de 2014, la abstención alcanzó el 60%. Eso no quiere decir que los vecinos del barrio, con casi 700.000 habitantes, dejen de manifestar su hartazgo con las autoridades y con la política tradicional. “Hay que tener opciones y hay que dar oportunidades de tener un cambio, porque, así como estamos, estamos muy mal”, considera Luz Mari Abello, de 69 años, sentada en un corrientazo cercano.
Lo más relevante es, en cualquier caso, el cambio de paradigma, un horizonte en el que la antigua guerrilla ha dejado las armas y pretende dar la batalla, de momento, exhibiendo retórica bolivariana. “Hay que participar en política en la democracia. Yo vengo precisamente a conocer un poco cuáles son las ideas y cuáles son los programas”, confiesa Valentino Fosca, a punto de cumplir los 70. “Con la fuerza se pueden hacer las cosas. A mí personalmente no me pareció conveniente ir a coger un fusil, porque me parecía que no era lo correcto. Lo correcto es mirar a una solución de los problemas”.