Las pruebas acorralan al Pentágono por el error del chat del ataque a Yemen
Los implicados niegan haber compartido información secreta pese a los detalles sobre la operación militar. El periodista incluido por equivocación en el grupo de Signal revela la conversación completa

Hegseth, secretario de Defensa, de inspección militar en Hawái –
La Casa Blanca se afana en minimizar la filtración de planes militares sobre Yemen, justo cuando arrecian las demandas judiciales, las peticiones de dimisiones y, sobre todo, el riesgo de quedar expuesta como una administración imprudente y negligente en materia de seguridad nacional. Ayer, altos funcionarios y portavoces del presidente Donald Trump negaron, contra toda evidencia, que se hubieran compartido datos clasificados en el grupo de mensajería Signal en que se debatió atacar Yemen.
En lugar de asumir responsabilidades, centraron sus ataques en el periodista que reveló el incidente -añadido por error por el propio consejero de Seguridad Nacional al chat- acusándolo de mentir y exagerar. Mientras crecía la presión política y mediática, la respuesta fue intentar desviar la atención: el vicepresidente J. D. Vance anunció un llamativo viaje a Groenlandia –territorio del que Trump ya expresó su deseo de anexionar-, y el propio presidente anunció nuevos aranceles a la industria del automóvil, buscando marcar la agenda con medidas de alto efecto económico.
Los ataques feroces al periodista Jeffrey Goldberg, quien no reveló la existencia del grupo de mensajes hasta después de que los ataques en Yemen concluyeran con éxito y que, además, avisó previamente a la Casa Blanca antes de publicar, tuvieron un efecto contraproducente. Aunque inicialmente se reservó parte del contenido, su revista, ‘The Atlantic’, acabó difundiendo la mayoría de los mensajes compartidos en el grupo, que reflejaban un tono impropio de una conversación de alto nivel: emoticonos, banderas, puños, explosiones y frases en mayúsculas, más cercanas a un chat entre amigos que a una discusión sobre operaciones militares confidenciales.
El secretario de Defensa, Pete Hegseth, escribió, usando mayúsculas como si se comunicara en redes sociales, los horarios de despegue de los cazas F-18 y el lanzamiento de misiles Tomahawk. Mientras tanto, otros dos participantes -incluidos el vicepresidente Vance y el asesor de Seguridad Nacional, Michael Waltz– celebraban en tiempo real la destrucción de edificios y la muerte de un objetivo identificado como «el jefe de misiles» de los hutíes. En la operación hubo medio centenar de muertos.
«Edificio colapsado. Tuvimos múltiples identificaciones positivas. Pete, Kurilla, la comunidad de inteligencia: gran trabajo», escribió Waltz. A lo que Vance respondió con un enfático: «Excelente». Luego vinieron los emojis: puño, bandera, fuego. En otro momento, Waltz dijo que el equipo en el teatro de operaciones lo había hecho «genial», y Susie Wiles, jefa de gabinete de Trump, escribió: «Dios los bendiga».
«Edificio colapsado. Tuvimos múltiples identificaciones positivas. Pete, Kurilla, la comunidad de inteligencia: gran trabajo», escribió Waltz
Además del tono informal y a veces frívolo, los mensajes revelan un patrón alarmante: comentarios de alto nivel sobre decisiones estratégicas, como la necesidad de exigir compensaciones económicas a Europa si Estados Unidos «restauraba la libertad de navegación» en el mar Rojo. Hegseth, dirigiéndose al vicepresidente, afirmó: «Comparto totalmente tu desprecio por el parasitismo europeo. Es PATÉTICO». De nuevo, en mayúsculas. Otro participante, Stephen Miller, asesor de Trump, sugirió que, si Europa no pagaba, EE.UU. debería «extraer algún beneficio económico adicional».
La gravedad del episodio no radica únicamente en los detalles operativos filtrados -con fechas, horarios y objetivos concretos-, sino en la naturalidad con la que altos cargos del Gobierno transmitieron esa información a través de canales no oficiales, sin protocolos de seguridad ni supervisión alguna.
Lo que en cualquier otra administración habría sido considerado una crisis de Estado, en esta Casa Blanca se despachó como una anécdota. Si los hechos hubieran ocurrido bajo un gobierno demócrata, el equipo de Trump habría exigido dimisiones inmediatas. Sin embargo, ahora que los implicados son sus propios funcionarios, los minimiza.
La portavoz presidencial, Karoline Leavitt, trató de restar importancia al caso: «No se discutieron planes de guerra». El matiz, sin embargo, fue revelador: no se trataba de una guerra, sino de un ataque puntual. Y, pese a ello, reconoció que las operaciones contra los rebeldes hutíes en Yemen continúan y continuarán, dado que -según dijo- cuentan con el apoyo de Irán.
Preguntada en rueda de prensa si esos datos debieron ser clasificados, Leavitt eludió cualquier responsabilidad y trasladó la decisión al propio secretario de Defensa, el mismo que compartió los detalles en el chat. «Le remito a las declaraciones del secretario de Defensa… ¿Confían en él o en Jeffrey Goldberg, que está registrado como votante demócrata?», zanjó. La defensa no fue técnica ni institucional: fue puramente política. Cuando los periodistas quisieron saber cómo describiría una serie de mensajes en los que se compartían coordenadas y detalles de operaciones militares, Leavitt afirmó que se trataba de «un debate sobre políticas». Goldberg, el periodista, quien recibió por error acceso al chat, decidió no publicar los mensajes hasta asegurarse de que ya no representaban un riesgo operativo. Lo hizo solo después de que el presidente Trump y varios de sus funcionarios negaran públicamente que se hubieran compartido «planes de guerra» o información sensible.
Violación de la ley de secretos
Nunca antes se había documentado que altos cargos del Pentágono y de las agencias de inteligencia de EE.UU. compartieran en tiempo real planes militares con ese nivel de detalle en un canal informal y sin supervisión. La reacción posterior de los implicados ha sido minimizar el incidente, negando que se tratara de información clasificada. Sin embargo, los hechos y los mensajes -ahora públicos- sugieren lo contrario.
Lo que más sorprende no es solo el contenido, sino el estilo: mientras se ejecutaban ataques letales, los líderes de seguridad nacional de EE.UU. escribían mensajes breves, con frases entusiastas y emojis celebratorios, como si se tratara de una conversación sobre un partido de fútbol o una reunión entre colegas. Esa banalidad del lenguaje, en contraste con la seriedad de las acciones que describen, ha despertado críticas tanto dentro como fuera del país sobre la degradación de los estándares de deliberación estratégica en el círculo más alto del poder estadounidense.
En unas comparecencias previamente programadas en la Cámara de Representantes, los jefes de inteligencia de Estados Unidos se enfrentaron a un ambiente tenso y cargado de reproches. La revelación de nuevos mensajes del grupo de Signal -en el que se compartieron planes detallados para ataques en Yemen- puso contra las cuerdas a Tulsi Gabbard, directora de Inteligencia, y John Ratcliffe, de la CIA, quienes el día anterior, ante el Senado, habían dicho que no era información clasificada.
El diputado demócrata Jim Himes desmontó ese argumento leyendo fragmentos explícitos de la conversación, donde se mencionaban armas, horarios y objetivos. Gabbard respondió que no recordaba los detalles, lo que provocó la incredulidad. Himes le recordó que, según las propias directrices de su oficina, esa información debía clasificarse como «alto secreto». Gabbard insistió en que no podía comentar más por la existencia de una demanda.