Las relaciones entre PP y PSOE
En una sociedad orientada al centro es poco razonable el bloqueo entre las dos grandes fuerzas
Uno de los datos más significativos de la política española es el tipo de relación dominante entre los dos principales partidos. Las recientes elecciones municipales y autonómicas han puesto de manifiesto la imposibilidad, no ya de un acuerdo que permitiera Gobiernos de coalición entre ellos, sino la inviabilidad de un entendimiento que permitiera la cesión del gobierno a la fuerza mejor situada. Una primera explicación podría tener que ver con la estrategia electoral de populares y socialistas. El temor a que un acuerdo de primer o segundo grado entre ellos habría de suscitar malestar en sus respectivos electorados estaría detrás de esta actitud. Aunque el PP haya acentuado sus rasgos más conservadores en los últimos años, no parece razón suficiente para este bloqueo de las relaciones entre dos partidos conscientes de la orientación mayoritaria al centro de sus electores.
La anterior circunstancia hace pensar en la persistencia de algunos rasgos de nuestra cultura política del siglo XX. Concretamente, hay que volver la mirada a la Segunda República para constatar una paralela falta de entendimiento entre el centroizquierda y el centroderecha. Manuel Azaña no contempló una pacífica alternancia por la derecha a su coalición de gobierno. Incluso mediado el pronunciamiento electoral de l933, el centroizquierda conspiró a favor de una nueva consulta electoral que cerrara el paso a los Gobiernos radicales sostenidos con el apoyo parlamentario de la CEDA. La reacción del centroderecha al viraje de la opinión en febrero de l936 no sería mucho más ejemplar que la reacción del centroizquierda en l933, convencido de la existencia de una superlegitimidad revolucionaria que iba más allá de la legitimidad derivada de la Constitución de 1931.
La Guerra Civil y la dictadura de Franco afianzaron la distancia entre derecha e izquierda, dramatizada por las trágicas y difíciles circunstancias que rodearon a ambas coyunturas históricas. Con la Transición y los Gobiernos monocolores de UCD, PSOE y PP se produciría la consagración de una distancia poco menos que insalvable que ha llegado, radicalizada, al momento actual. Para ser justos, parecería reconocible que el PSOE permanece más fiel al mantenimiento de esa distancia que un PP en declive, y quizá por ello, más propenso al entendimiento, al menos en términos retóricos.
Ni las razones de estrategia electoral, ni mucho menos la fidelidad a una cultura política definitivamente desbordada por una sociedad orientada al centro, hacen razonable el mantenimiento de esta situación. Solo la defensa de una lógica inherente al régimen parlamentario podría justificar hoy el bloqueo de las relaciones entre el PP y el Partido Socialista. La necesidad de mantener el papel de una oposición clara al actual Gobierno avalaría la hostilidad del PSOE a cualquier acercamiento a los populares. Las transformaciones del sistema de partidos dejan abierta la posibilidad de pactos que hacen innecesario el acuerdo entre las dos grandes fuerzas. Concretamente, el auge de Ciudadanos augura la consolidación de una genuina fuerza de centro que permite pensar en una coalición de gobierno o en un apoyo parlamentario estable, tanto para el PSOE como para el PP, más cómodo que el que podrían ofrecer los nacionalistas. La hipótesis de la alianza del PSOE con Podemos para la formación de Gobierno parece una opción de mayor riesgo para unos socialistas que conocen el apoyo que reciben del voto centrista en el país.
La apelación a la lógica del régimen parlamentario no resulta suficiente, sin embargo, para mantener la actual dinámica de separación a ultranza entre los dos grandes. La formación de algunos Gobiernos autónomos (Andalucía y Castilla-La Mancha) ha puesto de manifiesto hasta dónde puede llegar la falta de entendimiento para aceptar el gobierno del partido claramente favorecido por las urnas. Es evidente que problemas como la salida de la crisis, la cuestión catalana o la eventual reforma de la Constitución exigen un entendimiento entre socialistas y populares. Insisto en que este entendimiento no tendría que llegar, aunque tampoco rechazar de plano, a una hipótesis de gran coalición. Pero hay otras formas de colaboración menos radicales que podrían haberse ensayado tras las recientes municipales y autonómicas que todavía estarían más justificadas a la hora de formar un Gobierno nacional. Se trata de una responsabilidad que incumbe por igual a los dirigentes populares y socialistas y que, muy probablemente, la mayoría de la sociedad vería hoy sin extrañeza y hasta con complacencia.
Andrés de Blas Guerrero es catedrático de Teoría del Estado en la UNED.