Las tres caras de abril
Los minimalistas, antisistémicos, y utópicos. Buscando unos acuerdos básicos sobre cuál es la ruta que lleva más allá de "que se vaya el hijueputa"
La rebelión que estalló en abril de 2018 aunó vigores antes dispersos y provenientes de un amplio abanico ideológico, generacional y socioeconómico. Justicia y democracia fue el grito cohesionador que lanzó a la lucha política y juntó codo a codo en las calles a Michael Healey y Medardo Mairena (un terrateniente y un campesino), doña Coquito y Carlos Tünnermann (una vendedora de agua helada y un ex Ministro), Sandra Ramos y Juan Sebastián Chamorro (una defensora de derechos laborales y un intelectual del empresariado), entre otros binomios antes impensables. Con el correr del tiempo y la sangre, se fue haciendo muy patente que la justicia y la democracia tenían diversas y a veces contrapuestas interpretaciones. Y sobre todo muy distintos alcances. Entre los apocalípticos y los integrados hay una serie inmensa de grados, posiciones y matices de lo que significa sacar a Ortega del poder. Asumiendo el riesgo de simplificar y caricaturizar, las sintetizo en tres corrientes –las tres caras de la rebelión de abril- con el criterio de la profundidad del cambio al que cada una aspira. Existen otros criterios que darían lugar a muy distintas tipologías.
Los minimalistas
Tenemos la cara de los que llamaré minimalistas. La salida de Ortega les basta. Les urge, en realidad, porque su continuidad puede terminar produciendo cambios no deseados y profundizando una crisis que se mide en millones de dólares diarios. A su juicio, Ortega no debe salir porque que se lo ganó a pulso y metralla, sino porque fue repudiado por las masas y porque las aguas desbordadas solo volverán a su cauce –y los dólares a las cajas registradoras- hasta que él abandone el poder. Ortega debe salir para que continúe el sistema que Ortega instauró, han concluido pero no lo confiesan quizás ni a sí mismos. Aquí se ubica parte importante del gran capital y en el futuro podría ubicarse también el segmento más independiente del capital sandinista (el que no necesita a Ortega para sobrevivir), un enorme grupo de políticos y, sotto voce, algunos jerarcas de la iglesia católica que con manos avariciosas tomaron las dádivas del Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional pero que han tenido que pagar un alto precio y últimamente se les ha hecho cuesta arriba seguir honrando una deuda que devora reputaciones, feligresías y carreras eclesiales.
El Secretario General de la OEA, Luis Almagro, es un punto de apoyo para ese sector. Ganaría muchos credipuntos y un bustito en algún salón de la fama si logra estabilizar Nicaragua y teme que ir más allá de la salida de Ortega sea un paso en falso rumbo al abismo de la anarquía. Antes de la rebelión apostó a una salida suave por la vía electoral, pero mientras él creía haber coronado con el éxito una negociación para reformar el sistema electoral, Ortega le dio atol con el dedo y, cuando no se le había borrado la amplia sonrisa que exhibió en su última visita a Nicaragua, los jóvenes prendieron una mecha que él no había visto, aunque de sobra se le advirtió que ahí estaba. Almagro supuso que enfrentaba un kirchnerismo y no un chavismo. El primero va y viene con la mareas del juego electoral, el segundo se atornilla en el poder.
Es urgente evitar que este sector asuma el liderazgo mediante cualquiera de sus numerosos tentáculos. Pero no hay que olvidar que es una fuerza importante porque eventualmente puede incluir al Partido Liberal Constitucionalista, que le hace el juego a Ortega, pero que también fue reducido a su mínima expresión por su probada corrupción y por el orteguismo, y por eso tiene interés en un cambio, un mínimo cambio. Aunque podrido en su cúpula, tiene una militancia interesante y todavía numerosa en muchos municipios rurales, muy activa en la rebelión de abril.
Aunque no lo sepan, los minimalistas tienen intereses en común con militares de alto rango, satisfechos con las condiciones que el orteguismo creó para su institución y sus bolsillos, pero con ambiciones individuales de ascenso que se han visto truncadas. También con ellos puede contar una futura gran erupción antiorteguista si es capaz de explotar la descomposición del régimen. Ningún grupo político se sostiene y prospera exclusivamente debido a su propia fuerza, sino también en virtud de las debilidades de su rival.
Los antisistémicos
Los que llamaré antisistémicos son otra cara de abril. Son cada vez más numerosos. Saben que el orteguismo no es un somocismo: ahora no hay en Nicaragua un sultanato, no basta hacer jaque al rey para que todo el sistema se desmorone. Intuyen que no habrá un reprís del 19 de julio de 1979. Han ido recibiendo atisbos de que hay un sistema bien trabado en el que participa la cúpula orteguista, los empresarios sandinistas, el gran capital tradicional, las empresas transnacionales, grupos mafiosos organizados, lumpenempresariado nacional e internacional, obispos católicos, pastores evangélicos, funcionarios del sistema de Naciones Unidas, izquierdistas extranjeros a veces mercenarios y un larguísimo etcétera. La rebelión de abril tuvo el efecto de abrir importantes fisuras y a veces boquetes en ese sistema de alianzas, compadrazgos y clientelismo.
Los antisistémicos a menudo caen en el idealismo, creyendo que se repetirá febrero de 1990: una gran coalición que, con presión y respaldo estadounidense, defenestrará al FSLN al grito de Todos contra el lobo. Por ese idealismo leguleyo se acercan a la OEA, lo cual no está nada mal, porque es un ámbito más que suma y donde se han obtenido importantes victorias, la mayor de las cuales fue la visita e informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El peligro asoma cuando se acercan a Almagro sin tener presente que forma parte de los minimalistas y pueden terminar cooptados por su estrategia.
Acariciando el sueño de una reedición de 1990, los antisistémicos han centrado una gran parte de su estrategia en cortejar a los políticos estadounidenses. Olvidan la frase que le espetó Richard Feinberg a Anastasio Somoza: “Estados Unidos no tiene aliados permanentes, tenemos intereses.” Ese principio no solo aplica a los dictadores, sino a todos sin excepción. La administración Trump solo tiene un traslape parcial de intereses con los rebeldes: sacar a Ortega, si ese evento puede producir estabilidad y se emprende a un bajo costo. No ha dado señales de ser conscientes de la existencia del sistema orteguista y por eso es muy probable que se apunte a la solución minimalista e incluso crea que, bien que mal, con dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás (con más frecuencia, lo contrario), camina en la dirección adecuada. Las presiones que Estados Unidos está ejerciendo han sido eficaces, pero no van a suplir la falta de unidad, propuestas y liderazgo en la oposición. Sobre todo no son un sustituto de la mutación del movimiento social de abril en una fuerza política orgánica. Y no hay que olvidar que las sanciones han sido propinadas con una morosidad y mezquindad que son indicios de que Estados Unidos no es un aliado sensible a la urgencia de una solución, dispuesto a pagar siquiera un pequeño costo y conocedor del entramado del sistema orteguista.
Hay un segmento de las y los antisistémicos que echa en un solo saco a todo el empresariado grande. Otros saben que pueden contar con los empresarios que no fueron invitados al festín orteguista y que incluso han sido víctimas de la competencia desleal: propietarios de ferreterías a las que se mantuvo al margen de los contratos estatales para beneficiar a la ferretería del ejército, comerciantes estrangulados por la mafia de aduana y los monopolios sandinistas, proveedores de servicios excluidos de los contratos con el sector público, empresas farmacéuticas aniquiladas por el oligopolio rojinegro, etc. A estos se suman políticos y ex diplomáticos con carreras truncadas, comunidades con derechos conculcados por las concesiones mineras, empleados públicos aspirantes a cargos superiores que no pasaron el control de calidad ideológico y funcionarios despedidos para colocar a la ineptocracia del régimen. El “sálvese quien pueda” que predominó durante 12 años de gobierno de Ortega y las divisiones que el orteguismo fomenta hacen que la enorme veta de excluidos y afectados por el sistema no haya sido más explotada por las fuerzas de oposición.
Los utópicos
La tercera cara es la de los utópicos. No los llamo así porque sus aspiraciones sean inalcanzables, sino porque son las más elevadas y representan metas de largo plazo. La rebelión de abril ha sido en gran parte protagonizada por feministas e inspirada por ideales y propuestas que fósiles vivientes han etiquetado como ideología de género. Los cambios que promueven vendrán “sí o sí”, escribió el geógrafo inglés Anthony Bebbington. Forman parte de una corriente de cambios globales que en sus adversarios, que son muchos y están artillados, ha suscitado reacciones criminales: por eso tanto feminicidio junto a la equidad de género.
Si además rememoramos las denuncias de la hijastra de Ortega y la “naturalidad” con la que funcionarios del régimen procesaron el abuso (el entonces Canciller Miguel d’Escoto le pidió a Zoilamérica que soportara la cruz de su vida, que “debía cargar con resignación”), concluiremos que Ortega representa uno de los rostros más extremos del arquetipo del macho dominante, cuyo estatus de icono del sandinismo es harto revelador del pútrido estado de ese partido. A la luz de ese indicador, el régimen aparece como una barricada, entre millones en el planeta, donde la dominación patriarcal se ha atrincherado para ser ejercida con mayor crudeza y descaro. En un efecto de derrame cultural, los abusos sobre Zoilamérica Narváez se multiplicaron en los que padecieron las muchachas rebeldes a manos de policías y paramilitares.
Ortega y Murillo son expresiones de una dominación que se resiste a morir y se retuerce con estertores sangrientos como esos monstruos de Hollywood que antes de colapsar emergen de cien muertes, deteriorados pero aún forzudos y rabiosos, dispuestos a diezmar a los héroes de la película. Sus estrategias han expresado la alianza del poder político “de izquierda” con el conservadurismo religioso católico y evangélico. Todo se vale en ese arroz con mango. La única constante es el conservadurismo. La ley contra el aborto selló esa alianza político-religiosa. A los católicos les dieron cargos y muchas prebendas. A los evangélicos les están ofreciendo Nicaragua como tierra virgen a evangelizar. Para empezar esa cruzada, y de paso mejorar las relaciones con Trump, la celebración del 19 de julio tuvo lugar y micrófono para Ralph Drollinger, fundador y director de los estudios bíblicos entre los parlamentarios estadounidenses, un predicador que sostiene que las mujeres con hijos en crianza que aceptan el absorbente cargo de legisladoras son pecadoras.
El régimen cuenta con altos funcionarios que son homosexuales. Son gays refundidos en el closet, temerosos de salir y enfrentar a correligionarios que serían los primeros en lapidarlos. El régimen incluye mujeres que buscan emanciparse como individuos, pero que aceptan someterse sin chistar a los dictados del gran macho jefe de la manada. En el terreno cultural, el régimen está minado por contradicciones que corroen su interior y que no tendrán tiempo de desplegarse porque el colapso llegará mucho antes.
Los utópicos nos han ayudado a visualizar estas y otras contradicciones y taras de nuestra sociedad. Las han puesto en el punto de mira, junto al autoritarismo y la violencia, prefigurando una nueva izquierda o un progresismo más abarcador, tolerante y crítico de las miles de complacencias y los análisis más sesgados por el oportunismo de los minimalistas y de los más netamente centrados en la política en sentido clásico de los antisistémicos. Por eso a veces parece que andan colando mosquitos, pecando de necios, criticándolo todo y apuntando sus baterías contra quienes deberían considerar camaradas al menos en un nivel táctico. No esperan un 19 de julio de 1979 ni un febrero de 1990, sino algo más. Mucho más. Algo nuevo. Quieren tomar el cielo por asalto. Cuando se ponen muy pundonorosos y empeñados en la urgencia de su ideal, dejan atrás, muy atrás, a otros elementos interesantes de la lucha. En ese asalto nunca participarán Silvio Báez o Abelardo Mata, porque las mitras y báculos pesan mucho, y porque la iglesia católica es un gran bastión de la dominación patriarcal. Quisiéramos recomendarles paciencia y a veces ponerles un esparadrapo en la boca. Pero ¿qué haríamos sin la utopía? Y menos aún sin esa utopía que viene sí o sí.
Las tres caras de abril a veces se miran ceñudas entre sí. No son las únicas visibles con el criterio de la profundidad de las aspiraciones, que a su vez no es el único criterio para desentrañar la multiplicidad de rostros de la rebelión. Quizás no sea posible una unidad si por ella se entiende homogeneidad. En ese caso, ni siquiera es deseable. Pero sí es posible y necesario que las caras antisistémica y utópica estén presentes y muy activas en una fuerza política organizada que coopte a los minimalistas y que logre unos acuerdos básicos sobre cuál es la ruta que lleva más allá de que se vaya el hijueputa.