Las variantes del coronavirus no deben asustarnos
Las mutaciones de los virus son constantes, pero no siempre peligrosas. Sin embargo, necesitamos seguir con la inmunización y mantener una actitud vigilante.
Las noticias sobre nuevas variantes del coronavirus pueden causar temor a quienes desconocen la jerga genómica. Lo cierto es que los virus experimentan mutaciones con frecuencia, tanto en las personas ya infectadas como durante el traslado de una persona a otra. Por eso es importante recordar este adagio (modificado): Todas las variantes son inocentes hasta que se demuestre su culpabilidad.
El coronavirus responsable de la pandemia, SARS-CoV-2, tiene alrededor de 30.000 bases, o nucleótidos. Conforme el virus evoluciona y se propaga de un huésped a otro, algunas de estas bases cambian. Si solo cambiaran 20 bases, generarían más de un billón de combinaciones o posibles variantes distintas de la cepa responsable del primer brote. De los 136 millones de casos confirmados de COVID-19 en el mundo hasta la fecha, se ha secuenciado el virus de un millón de personas. De ese millón de secuencias, solo unas cuantas variantes han causado inquietud entre los científicos, por ser más infecciosas, porque causan una enfermedad más grave, porque pueden evadir en parte nuestra respuesta inmunitaria o por todas las razones anteriores.
En otras palabras: cientos de miles de secuencias no se han asociado con cambios sustanciales en el comportamiento del virus. Si bien estos cambios pueden ayudar a los científicos a rastrear cómo y dónde se propaga el virus, no tienen ninguna importancia médica.
Hasta ahora, se ha demostrado la culpabilidad de cinco variantes, según la designación “variantes preocupantes” de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. Son las denominadas B.1.1.7 (identificada en el Reino Unido), B.1.351 (detectada en Sudáfrica), P. 1 (identificada en Brasil) y dos variantes más recientes descubiertas en California y Nueva York. Ninguna de estas variantes tiene más de veinte mutaciones notables, muchas de las cuales se encuentran en la proteína de espiga del virus, que se adhiere a nuestras células y es el principal blanco de las vacunas. Algunas mutaciones mejoran la capacidad del virus de adherirse a las células que cubren nuestro tracto respiratorio superior, mientras que otras interfieren con la capacidad de nuestro cuerpo de organizar una respuesta inmunitaria integral.
Un aspecto crucial es que no existe correlación estricta entre el número de mutaciones y los cambios en la capacidad infecciosa del virus. Por ejemplo, se descubrió hace poco en Angola la variante con el mayor número de mutaciones hasta la fecha, pero no hay pruebas claras de que cause una enfermedad más grave. Se requiere una cantidad considerable de trabajo (estudios en laboratorio y en un gran número de personas) para determinar si una variante puede provocar un aumento en el número de casos, de hospitalizaciones, muertes o reinfecciones.
Las vacunas administradas en Estados Unidos se desarrollaron antes de que surgieran algunas de las variantes. Sin embargo, hasta ahora parecen ser efectivas para combatir a esos virus. En estudios de laboratorio se ha demostrado que lasvacunas de Moderna y Pfizer, que emplean una tecnología llamada ARNm, son eficaces contra las variantes principales. Aunque las variantes reduzcan la efectividad de las vacunas, las vacunas contra el coronavirus que emplean tecnología ARNm y se aplican en la actualidad son tan buenas que no es probable que una reducción afecte su tasa de efectividad de manera significativa.
La cantidad limitada de pruebas disponibles para las vacunas Johnson & Johnson, AstraZeneca y Novavax sugiere que en general conservan su efectividad para combatir las variantes. Hasta ahora, la variante B.1.351 parece ser la más hábil para evadir a las vacunas, pero algunos estudios indican que las inyecciones todavía pueden prevenir una enfermedad significativa.
En Estados Unidos, B.1.1.7 se ha convertido en la variante dominante. Imagina que B.1.1.7 es una versión superpropagadora del virus, capaz de dejar atrás a variantes que no pueden transmitirse con tanta eficiencia. Sabemos por el Reino Unido, donde esta variante ha sido responsable de casi el 100 por ciento de las infecciones, que la vacunación ha reducido los casos, las hospitalizaciones y las muertes con gran efectividad. Las noticias de Israel, que ha vacunado a su población más rápido que los demás países, demuestran que la efectividad de la vacuna ARNm no disminuyó con las tres variantes preocupantes más comunes.
Estados Unidos observa el principio de una cuarta oleada de COVID-19, más drástica en Michigan, donde en las últimas dos semanas el número de casos nuevos ha aumentado un 60 por ciento y las muertes y hospitalizaciones son de más del doble. Cuando ocurrieron los repuntes previos no teníamos vacunas, pero ahora que hay varias, podemos detener cualquier repunte en los casos en cuanto aparezca. Por desgracia, Estados Unidos se ha comprometido estrictamente a asignar las vacunas solo con base en la población, en vez de utilizar una táctica dirigida para contener áreas de contagio como Michigan. Esta estrategia es todo lo contrario a lo que se ha probado que funciona en Israel, el Reino Unido y otros países.
Las principales variantes representan un reto, pero la extraordinaria efectividad de nuestras vacunas las superará a final de cuentas. En parte, se debe a que las vacunas inducen una respuesta inmunitaria mucho más amplia y poderosa a las infecciones por coronavirus que la del cuerpo humano. No obstante, es esencial que contengamos el virus para que no pueda evolucionar más y, en teoría, eluda nuestras vacunas.
Las vacunas son herramientas vitales, pero el uso de cubrebocas y el distanciamiento social funcionan bien contra las variantes. Combinar estas estrategias de mitigación con la vacunación es la forma más rápida para salir de la pandemia. La ciencia de las variantes del virus y las pruebas de nuestro armamento de vacunas deberían llenarnos de confianza de que estamos camino a la rampa de salida.
Eric J. Topol (@erictopol) es profesor de Medicina Molecular en Scripps Research y fue integrante del consejo asesor del Covid Tracking Project.