Laurence Debray: “Las sombras me cautivan tanto como las luces”
No solamente es una posición cómoda la que le reservaron sus padres a Laurence Debray. Arrellanarse en el sillón de la sala y ver, como en una sala de cine, el desfile de personalidades que frecuentaban la casa de sus padres. La aristocracia intelectual francesa y, con frecuencia, la presencia de hombres misteriosos, de pocas palabras, pero con auténticos expedientes en los organismos de inteligencia de los principales países del mundo.
La revolución en el terreno y en las ideas. Uno de esos personajes era Jorge Semprún, escritor, guionista de cine y exministro de Cultura en el gobierno de Felipe González. En su libro Memorias, “Federico Sánchez se despide de ustedes”, Semprún deja constancia de su militancia comunista y lo peligroso que era introducirse por los caminos verdes en España hasta 1970. Otro es Dariel Alarcón, alias Benigno, el arma más sofisticada, y muchas veces letal, de la exportación del modelo cubano al resto de América Latina, cortesía del señor Fidel Castro. De Alarcón, Elizabeth Burgos, madre de nuestra entrevistada, escribió sus memorias, sin ahorrarse los episodios más crueles de un aparato clandestino, diseñado para desestabilizar las democracias latinoamericanas, arruinar reputaciones, dentro y fuera de Cuba, y engañar a los incautos que con fe ciega creen en el hombre nuevo.
De todos estos antecedentes, incluida la influencia de Régis Debray, filósofo y ensayista, y, para más señas, padre de Laurence, se desconectó ella siguiendo una ruta opuesta en cuanto a líneas de investigación e intereses profesionales, pero con carnet para ingresar al club de la “única aristocracia que hay en Francia, la aristocracia intelectual”. De su mirada a una generación anterior y su más reciente libreo “Mi Rey caído”, trata esta conversación.
Tanto en “Hija de Revolucionarios” como en “Mi Rey caído” advierto que tomas distancia con todo: la familia, la política, los sistemas de gobierno. Uno podría pensar que juegas con la atmósfera de un cuento de hadas, aunque obviamente no lo es. ¿En qué lugar te ubicarías?
Yo soy una observadora. Desde que nací, mis padres me pusieron en ese puesto. Es por eso que tomo cierta distancia y siempre estoy en el análisis, en las comparaciones. Es por eso que puedo comparar entre una francesa y una española o entre la revolución cubana y la revolución venezolana. Sí, mis padres me pusieron en ese puesto muy privilegiado, porque asisto a todo lo que me rodea, pero siempre un poco aparte y sin estar involucrada, para poder observar y analizar.
¿Te has sentido cómoda en ese puesto?
No he estado en la primera fila, pero sí en un puesto que te da mucha libertad de pensamiento. Si bien mis padres estaban en el compromiso ideológico, incluso en la vida cotidiana, me dieron siempre la libertad de analizar y de pensar. Es un puesto bastante cómodo.
Recientemente, Carlos Granés, un intelectual colombiano, autor del ensayo “El delirio de la soberbia”, me dijo que los intelectuales europeos creían que lo que no funcionaba en Europa (la revolución) podía funcionar en América Latina. En Venezuela, al menos siempre ha sido un vínculo, desde la Independencia hasta la Guerra Federal. Esos sueños, que no pudieron materializarse en Europa, se ensayaron en la región. ¿No crees que eso ha tenido consecuencias trágicas en América Latina?
Yo no estoy de acuerdo con esa perspectiva, aunque no he leído el libro y mucha gente me ha dicho que es muy interesante, así que no puedo discutirlo con propiedad. Pero esa teoría no me gusta, porque nosotros, los franceses, hemos hecho la revolución. Como era una visión universalista, como hemos inventado los Derechos Humanos y abolido la monarquía absoluta, había que difundir todas esas ideas a través del mundo. Es por eso que fuimos a otros países a llevar esas ideas de las luces. Entonces, no creo que como las cosas fallan aquí, las intentamos en América Latina. Yo creo que en el subconsciente nacional, somos herederos de esa tradición francesa. De esas ideas, de esa tradición, salen las grandes teorías políticas.
En “Hija de revolucionarios” te detienes en un episodio controvertido, la supuesta traición de tu padre (Regis Debray) al che Guevara. Hay una búsqueda por saber lo que pasó realmente. Y también una incomodidad cuando sentías el velado cuestionamiento de la izquierda radical. De los revolucionarios que iban a la casa de tus padres, en París, estaba Dariel Alarcón (Benigno).
Pero eso fue mucho después, a principio de los años 90, cuando él llegó a París.
En esa búsqueda, en esa incomodidad, Benigno era una fuente de primera mano. Él estuvo en la columna del che en Bolivia. Debió tener información detallada sobre lo que realmente ocurrió.
No, para nada, porque él no estaba en la cárcel con mi padre.
¿Pero él no sabía lo que estaba pasando con el che en Bolivia?
No, él estaba perseguido por las fuerzas armadas bolivianas, asesorada por los Estados Unidos, totalmente aislado. Mi padre fue encarcelado antes.
A su regreso a Cuba, Benigno pudo tener acceso a todo el dossier que tenía el aparato de inteligencia cubano.
El testimonio de una persona -que te cuenta las cosas 30 años después- no tiene nada que ver con los archivos y con los hechos, con la verdad, de lo que ocurrió en la cárcel en Bolivia durante el tiempo que estuvo preso mi padre. Él no vivió las mismas cosas. Podía dar el testimonio de que Fidel siempre había apoyado a mi padre. De que Fidel apoyó y trató de salvar al che. Él (Benigno) podía dar su visión de la historia y sus recuerdos. Pero para mí era más importante acudir a los archivos escritos de la gente que presenció (lo que Régis Debray vivió en la cárcel). Claro, él podía darme una orientación, pero yo, como historiadora, me fío mucho más en la documentación que puede haber en los archivos.
Pero al che Guevara, Fidel Castro lo terminó abandonando en la jaula de los leones.
No. No fue culpa suya que el Partido Comunista Boliviano no apoyara (al che) o que los campesinos bolivianos, que hablaban otra lengua distinta al español, no lo apoyaran o que la radio del che no funcionara. Había un contexto nacional boliviano del que Fidel estaba muy distante. No lo pueden culpar de todo y eso lo explico muy en detalle en mi libro.
Sí, es verdad. Pero no estoy hablando por mí solamente. Hay investigadores, historiadores, que lo han aseverado.
… ¿Quizás por ideología? No lo sé, pero yo no estoy de acuerdo con eso.
La aristocracia de la izquierda francesa, Yves Montand, Costa Gavras, eran asiduos visitantes en la casa de tus padres…
… la aristocracia intelectual [se apresura a corregirme Laurence Debray]. Esa es la única aristocracia que hay en Francia.
¿Cómo te sentiste en ese medio?
Cuando vives en ello, no adviertes que es especial. Además, nadie te lo dice, nadie te lo explica. Es mucho después que te enteras. Me parecía normal. Eran los amigos de mis padres.
Sí, pero también eran figuras que pudieron cautivarte.
¡Ah, no! Claro. Tuve la suerte de crecer entre personas que tenían un alto nivel intelectual, cultural. Gente divertida, comprometida. Gente que no tenía una vida banal, que tenían verdaderos propósitos en sus vidas. Eso sí que fue un privilegio, pero me di cuenta después, sobre el momento no medía su justo valor.
En principio, la revolución cubana y América Latina te quitaron a tus padres y luego fue el gobierno de François Mitterrand.
Sí, uhm.
¿Viviste una infancia, una adolescencia, distante?
No. Me educaron mis abuelos paternos, por el lado francés. Pasé los veranos en Venezuela, con mi familia materna. Pero es verdad que mis padres tenían sus luchas, sus compromisos y la vida familiar nunca fue una prioridad. Es que la política arrasa todo.
Algo de eso pude ver en “Hija de Revolucionarios”, digamos, la búsqueda del padre.
Yo diría lo opuesto. Cambiar de figura paternal, porque la mía era demasiada potente. Estaba en los periódicos. El héroe revolucionario. Estaba en todas partes. Entonces, más bien quería cambiar de figura paternal. No me faltaban padres, el héroe lo tenía de sobra.
¿En el plano afectivo también?
¡Ja! No son gente muy afectiva, ¿sabes? Los grandes intelectuales no valoran precisamente lo sentimental. Pero compensaba muy bien mi familia en Venezuela.
¿Esa búsqueda del padre, en vía opuesta, lograste conciliarla, tal vez con Alfonso Guerra o Jorge Semprún?
Sí, totalmente. Ellos fueron figuras importantes en mi vida desde el punto de vista intelectual y afectivo. Y también porque ellos valoraban más la transmisión. Digamos que estaban más atentos a lo que le podían transmitir a una nueva generación. Así que me acerqué a ellos, me pude beneficiar de eso.
¿Semprún fue tu padrino intelectual?
No creo, pero fue una persona que me dio mucho, primero en darme confianza en mi trabajo y en mis opiniones, me dio mucho al abrirme sus contactos en España. Sí, siempre se mostró muy disponible y muy atento a mi trabajo, a mis capacidades, a mis posibilidades.
Son apoyos valiosos. Diría de lujo, ¿no?
Ja, ja. Totalmente. Un privilegio.
¿Cuál es tu primer lector?
¿Actualmente?… Mi editor. Y en las últimas cosas, mi marido, que me ayuda a encontrar las palabras para finalizar un libro. Sé cómo empezar un libro, pero no sé cómo acabarlo. Así que él me ayuda a encontrar las últimas frases.
En un momento pensé que tu primer lector era Elizabeth Burgos, tu madre.
No, mi madre siempre me lee antes de la publicación. Sobre todo me ayuda mucho con la edición española, porque, en general, las traducciones son malas y ella las revisa. Pero prefiero tener a mi editor, porque es como más neutro para leerme, porque son temas personales delicados y tal vez sea más útil una mirada más lejana.
¿No te parece que la palabra “neutro” es una forma muy elegante de eludir lo que pudiera resultar un choque de trenes con tu madre?
Ah, pero ella tiene la capacidad intelectual para entender por qué hago esos choques.
¿Quién ha salido ganando?
Ninguna de las dos. No es una batalla. Ella es lo suficientemente fuerte y abierta para entender por qué he escrito eso y por qué lo hago.
De los intelectuales que frecuentaban la casa de tus padres y de los personajes misteriosos (como Benigno), finalmente te decidiste por escribir una biografía y hacer un documental sobre el Rey Juan Carlos de España. ¿No había personalidades más sutiles, más atractivas, más extravagantes? Tenías de dónde escoger, ¿no? ¿Por qué elegiste al Rey?
Porque es un verdadero demócrata, el personaje de una historia (la transición española) que acaba bien, todos los demás eran héroes de historias trágicas, porque está lleno de contradicciones, y, en su vida pública, en su manera de actuar, es mucho más cercano a la gente. Un Rey muy distinto al modelo que pudiera tener una francesa: Luis XIV con todos los poderes absolutos. El Rey Juan Carlos le devuelve todos esos poderes a la soberanía popular. Y porque he tenido una relación con España [en “Hija de Revolucionarios”, Laurence Debray narra el lapso que vivió en Sevilla y su inmersión en la vida cultural en la que no faltó Alfonso Guerra], donde viví parte de mi juventud. Un país que cambiaba mes tras mes. Y en aquella época, el Rey encarnaba esos cambios. Los aires de libertad, el desarrollo económico y cultural. Es por eso. Y, además, estaba segura de que ahí mis padres me iban a dejar tranquila.
Esa última frase sugiere una frontera y, en cierta medida, un parricidio. Un “hasta aquí llegué, ya no quiero vivir bajo la sombra de dos revolucionarios”. ¿Es así?
Sí, seguramente. También para afirmarme, ¿no? En una época en que mi padre publicaba un libro que se llama “La República explicada a mi hija”, pues yo publicaba una biografía sobre el Rey y el papel que jugó en la transición democrática. Había una especie de vaivén político entre los dos.
Dices en tu libro que no te debes a ninguna nacionalidad sino a unos valores. Imagino que no son los de España y mucho menos los de Venezuela. ¿Esos valores son, exclusivamente, los de la revolución francesa?
No, son los valores de la literatura francesa. Mi patria es la lengua francesa. Son los grandes clásicos franceses: Balzac, Stendhal, Flaubert, Madame de la Fayette… además de los valores de la república francesa y la laicidad, que para mí es muy importante. Yo podría vivir en muchos lugares del mundo, si tengo conmigo varios clásicos franceses. Esa sí es mi patria.
Tengo entendido que hiciste una carrera financiera en Nueva York y, hasta donde sé, te iba muy bien.
Pero me aburría mucho.
La capital del mundo, Wall Street con sus altas y bajas, muchas cosas desconocidas, muchas cosas por explorar. ¿Abandonaste esa vida para convertirte en escritora, en historiadora y documentalista?
En aquella época tuve un accidente de coche muy grave y ya tenía dos hijos en casa. No podía seguir con esa vida de finanzas agotadora y con muchos viajes. Además, necesitaba darle sentido a mi trabajo y no lo encontraba en las finanzas. Escribí la biografía del Rey Juan Carlos y realicé el documental para la televisión francesa y española. Luego surgieron oportunidades, al principio pensé que era transitorio, pero siempre aparecieron, y seguí en esa línea porque me daba más satisfacciones, le daba más sentido a mi vida.
¿Hiciste bastante dinero como financista?
Ya no me acuerdo, porque lo gasté todo… Mejor no pensar en eso. Es verdad que vivía mucho mejor que hoy día, pero da igual. Si te acostumbras a tener mucho, te vuelves esclava del dinero y es peligroso.
Desde la distancia y asumiendo los riesgos que significa no ser español ni vivir en España, te pregunto: ¿no crees que España atraviesa por un proceso de involución, al menos política?
No creo que solo sea el caso de España. Son muchos países. En Francia los partidos políticos se han derrumbado. Tenemos movimientos alrededor de figuras, de líderes. Es buena noticia cuando es Macron, pero cuando son otros puede ser peligroso. En Estados Unidos, con Trump, nos dimos cuenta de que la democracia es muy frágil. Incluso, Venezuela fue el primero en caer en el populismo. El modelo de partidos políticos del siglo XX y una alternancia en una democracia liberal perdió vigencia en muchos países y, al final, era muy frágil.
Lo digo por lo siguiente. Uno lee cómo se expresan muchos políticos españoles con relación a la transición a la democracia, al papel que jugó el Rey Juan Carlos en ese proceso y sorprende la mezquindad, como si eso no hubiese sido importante o valioso. Y, por tanto, digno de cuidar y de proteger.
Sí. Los españoles no han creado un relato nacional, que hubiera constituido una fuerza, una memoria como país. Eso no lo han hecho como se hace en Francia, por ejemplo, a través de símbolos y conmemoraciones. Es un relato que se enseña y se interioriza en las escuelas. Quizás por eso la memoria está siendo utilizada a conveniencia por partidos políticos populistas. Y claro, han perdido la conciencia de lo que era España a comienzos de los años 70, con Franco. Tampoco quieren reconocer que no solo el Rey, sino los partidos políticos, cuyos líderes tenían un gran sentido de la responsabilidad y del futuro, llegaron a construir una democracia en paz y muy rápidamente, lo que es un milagro político. Esa incapacidad para crear un relato nacional y el uso interesado de la memoria es lo que ha alimentado la leyenda negra española.
El fracaso de la primera república (1868), el fracaso de la segunda república (1936), que llevó a una guerra civil, no es como para que uno se pregunte: a los españoles no les sirvió la república, no les sirvió la monarquía, ah, pero quizás les sirvió Franco, ¿no?
Desde el punto de vista económico, me cuesta decirlo, Franco hizo un buen trabajo. España empezó a desarrollarse en los años 60, gracias a Franco, ¿no? Pero es verdad que Franco puso orden en esas tendencias autodestructivas que tienen los españoles. Sí, me cuesta mucho admitirlo. Pero yo creo que la democracia y la monarquía parlamentaria, que ya duran casi medio siglo, les sirve de mucho.
No lo sé, porque al igual que en los regímenes populistas, se ha utilizado el Estado de derecho, la Constitución y las instituciones, no para imponer una dictadura, pero sí para poner en duda, para debilitar, la unidad del Estado y la propia conformación territorial de la España que conocemos hoy. En tu libro “Mi Rey Caído”, le preguntas a don Juan Carlos: ¿qué le dejó Franco? Y su respuesta es categórica: “Una clase media con la cual pude hacer la transición”. ¿Qué vemos ahora? A estas fuerzas autodestructivas, diría, en plan belicoso.
Sí, Cataluña ha sido un movimiento en contra de la corona y del país. Eso está claro, pero como te decía: estamos descubriendo que las democracias tradicionales son más frágiles de lo que pensábamos. Y ese tipo de movimiento hubiera sido imposible hace 30 años. Pero eso también se debe a que no saben de dónde vienen. Han olvidado que, según la OECD, España, en los años 70, era un país en vías de desarrollo.
Diría que lo es en varios sentidos, empezando por su política.
Ja, ja, ja.
Dices en tu libro, en una larga reflexión, que te empeñaste en tomar distancia, en ser imparcial, en presionar como un destornillador, antes de comenzar tu entrevista con el Rey. Pero al final caíste cautivada.
No. Las sombras me cautivan tanto como las luces. Si hubiera sido un personaje plano, liso, no me hubiera interesado. A mí me gusta porque es un personaje de novela, que esconde cosas y siempre hay otro capítulo que añadir, como cuando se va de madrugada (y en secreto) a Abu Dabi. Es como una serie de Neflix que nunca acaba.
Mientras pasaba las páginas de tu libro, «El Rey caído», pensé que iba a ser como la biografía de Bill Clinton, si acaso le dedicó una línea a Mónica Lewinsky, pero al final, entre bambalinas, aparece Corina Larsen, la amante del Rey. Es una aproximación que rematas cuando la llamas “Pompadour” del siglo XXI. ¿No encierra esa palabra un océano de interpretaciones? ¿Cualquier elucubración que podamos hacernos? ¿Esa fue tu intención?
No, porque, a través de la historia, la amante del Rey siempre juega un papel importante. La más carismática en Francia es Madame de Pompadour en el siglo XVIII que lanzó una corriente cultural muy fuerte. También se metió en asuntos diplomáticos y en otros campos de la vida francesa. Y en mi libro hago la pregunta. ¿Será Corina la Pompadour del siglo XXI para España? Cada uno puede juzgarlo, no lo creo, pero a lo mejor eran sus intenciones.
¿Por qué sorprendería a los españoles que su Rey, que ya era un consumado donjuán antes de que Franco lo nombrara su sucesor, viviera una aventura amorosa? ¿Después de la movida se volvieron pacatos?
Ahí hay una mezcla de cosas. Fue una amante demasiado visible, porque las anteriores eran más discretas. Entonces, no humillaba abiertamente a la Reina Sofía. Y tampoco eran tan ostentosas y ligadas al dinero. Fue una mezcla de falda y de cuenta bancaria. Además, montos astronómicos. Creo que fue una mezcla explosiva.
¿No es Corina Larsen una figura propia del feminismo?
Lo ha conseguido todo muy bien, pero con la ayuda de hombres. Entonces, no sé si es una figura tan feminista.
El hecho de que tu documental sobre el Rey se haya transmitido en España en plena crisis, habiéndolo realizado cinco o seis años antes, ¿no sugiere que era lo más parecido a una operación propagandística?
Mi documental se transmitió muchas veces en Francia, en prime time, con mucho éxito. A mí me sorprendió que en España no lo pasaran. Ahí entendí que había intereses -de la Casa Real- que manejaban ese asunto. Ellos querían ocultar el pasado, como lo dijo el Rey Felipe, en su entronización: “Es una nueva monarquía para nuevos tiempos”. A través de mi documental, traté de construir un relato nacional, pero eso no es lo que quieren en España.
Es una razón más de fondo, con una motivación política por todo el cañón, como decimos en Venezuela.
Sí. Pudiera ser.
No lleva mucho trabajo hacer leña del árbol caído, pero resulta que, a causa de las fuerzas disolutivas, destructivas, los españoles no han tenido una unidad nacional. Cuando se ataca a la monarquía parlamentaria y al Rey, se ataca al Estado. Y ahí radica el peligro. Si eso se configura y se concreta, no van a ser tres o cuatro nacionalidades en España, será una disolución total.
Sí, la corona es el único elemento que encarna la unidad del país. Están jugando con fuego, pero no creo que vayan hasta la autodestrucción. Al final hay intereses económicos y si estas fuerzas logran su propósito, no tendrán cabida en la Unión Europea. Eso es lo que pensaban los independentistas catalanes, que iban a tener el Euro y la UE. Y los europeos les dijeron que no, que eso no era posible. Hay otros países que atraviesan por una crisis de identidad, pero España, en particular, es la que juega con fuego.
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LAURENCE DEBRAY: *Escritora, documentalista y periodista. Licenciada en Literatura por la Sorbona. Licenciada en Economía por la London School of Economics y la Escuela de Estudios Superiores de Comercio de Paris. Es autora de Hija de Revolucionarios, Mi Rey caído, Juan Carlos de España, La forja de un Rey: Juan Carlos I, de sucesor de Franco a Rey de España: política exterior y democratización interior. Como documentalista realizó para medios televisivos “Venezuela a la sombra de Chávez” y “Yo, Juan Carlos, Rey de España”.